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Lando

Estaba dudando. Tengo que seguir con esto, la tengo a puntito de caer.

–Déjala en paz, está con George.

–Venga, no seas así de pesado –rodé los ojos–, no estoy haciendo nada.

–Si tú lo dices...

–Soy cómo soy siempre.

–Vale, está bien.

Desde esa última charla con los demás, empezó a hacer acto de presencia con ellos cada dos por tres. Así que yo me unía. Solo que se presentaba con George en alguna, eso me gustaba menos. Pero hoy, especialmente, estaba despejado de ingleses estirados. Bueno, yo soy inglés, pero salta a la vista que estirado no soy. Los encontré en el hotel, sentados en unas mesas charlando. Ya estábamos en Abu Dabi, para la última carrera de la temporada. Así que yo irrumpí en la conversación, sentándome justo entre ella y Max.

–¿Qué me estoy perdiendo? –me apoyé en mis rodillas con los codos.

–Nada importante. Justo me iba a ir a fumar un cigarro –me miró ella.

–... ¿Fumas? –fruncí el ceño extrañado. Nunca había estado fumando cuando estaba conmigo.

–Muy de vez en cuando.

–Pues para qué cojones te vas a destrozar los pulmones –le cogí la bolsa de liar.

–Lando, si cuando vamos de fiesta te metes de todo... –Lewis rodó los ojos.

–¡No es lo mismo!

–¡No! ¡Es peor! –dice Fernando en mitad de una carcajada.

Me quitó el tabaco y se levantó.

–Al menos déjame acompañarte –me levanté.

–Como prefieras.

La vi dirigirse a la puerta y me quedé mirándola. Le hacía un culo ese pantalón... Me levanté yo también y fui detrás de ella para salir a la calle. Joder, con ese culo tan cerca, cualquiera es capaz de articular palabra.

–¿Te hago uno?

–... Pues ya que estamos... –total, ya le habían dicho mi cara oculta.

La vi hacer ambos cigarros, y no se le daba nada mal. Aunque soy mejor cuando lío porros. Me pasó el cigarro y sacó el mechero para encenderlos. Se encendió el suyo y con la misma llama me lo acercó a la boca para poder encender el mío. Era lo más sexy que le había visto hacer a parte de correrse en mí.

–Tan jóvenes, yo más que tú, y ya haciendo estas cosas.

–Bah. De algo hay que morirse...

–Claro que sí, hijo.

–Qué más dará. Cómo si los demás fueran santos. Lewis fumaba a los diecisiete porque no podía con el estrés de las carreras y Fernando cada que se iba de fiesta se pimplaba una o dos botellas. Todavía me sigo preguntando cómo sigue corriendo.

–Pues bien que me ibas a quitar el tabaco, corazón.

–Quería ir de santo, pero me ha salido el tiro por la culata... –reí.

–No me destrozo nada por fumar unos pocos por mes, tranquilo. No fumaba desde antes de estar contigo, hoy me ha apetecido uno y ya.

–Pero para uno que te fumas, fumate de los buenos –comprobé en mis bolsillos, por si seguían ahí–, toma.

–¿Para qué? Que sean más caros, solo hace que sean más dañinos por la cantidad de mierda que llevan.

–Es Marlboro Gold, no me digas que no, para que yo le regale tabaco a alguien se tienen que alinear los planetas y tiene que nacer un unicornio.

Todo lo que odio de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora