13

10 1 4
                                    

George

Solo quería estar con ella. Solo necesitaba verla sonreír para que mi mal día se alegrase por completo. Gianna era mi estrella en la oscuridad. Me hacía brillar y reír en los peores momentos. Me complementaba muy bien. Tenía ganas de irme para poder pasar lo que restaba de día con ella.

–¿Estás nervioso? –me mira Toto.

–Emmm... No, ¿por qué?

–Te veo inquieto.

–Es que quiero irme.

–Pues vete.

–No puedo, hay que correr.

–Tampoco pasa nada si no haces las prácticas.

–... Gracias, suegro. Adiós –lo dejé bastante descolocado cuando dije eso. Pero no le di tiempo a decirme nada, me fui al hotel.

Abrí la puerta y me encontré la cama vacía, pero oí la ducha y a ella cantando. No iba a entrar... o sí. Me hacía pis. Decidí entrar, ella chilló tan fuerte que me zumbaron los oídos.

–¡Soy yo! ¡Deja de chillar! –grité por encima de su estridente voz.

–No me mires.

–Cariño, ya te he visto varias... –reí, aún así, la respeté y no la miré.

–Cierto. Es que los malos momentos los olvido.

–Ah, muchas gracias. Entonces puedo volver y hacer las prácticas.

–Es broma. Y solo me has visto una vez.

–Olvidaba que he soñado varias contigo.

–¿Soñaste conmigo?

–Te lo acabo de decir –reí.

–¿El qué?

–Pues... –sonreí–, qué voy a soñar...

–Andaa...

–No estaría nada mal meterme contigo ahora mismo –notaba la erección presionarme contra los pantalones.

–Eres tú el que está parado ahí fuera.

No me digas más. Me deshice de toda mi ropa y empecé a besarla con todas mis ganas. La deseaba desde la primera vez que nos acostamos. Sentía que mis manos ardían sobre su piel, que cada roce me haría palpitar.

–Te deseo.

–Y yo a tí –jadeé contra sus labios.

Su mano se interpuso entre nuestros cuerpos y comenzó a darle placer. Me mordí el labio y dejé que ella hiciera su magia mientras mi mano bajaba para darle placer a ella. Esta mujer era increíble. No podía gustarme más. Mis dedos empezaron a entrar y salir de ella mientras su mano envolvía mi sexo y me hacía pedir más.

–Deseo sentirte dentro de mí.

Entonces saqué poco a poco mis dedos de ella y cogí su muslo para levantarlo. Tenía ganas de ella. Muchas.

–¿Condón?

–Está fuera.

–Cógelo.

Asentí y salí un momento a por él, me lo puse en el camino y para cuando entré ya estaba listo para ponerle los ojos en blanco. Volví a cogerle del muslo y entré en ella, hasta lo más hondo que pude. Así sí, joder.

–Oh dios mío –se aferró a mí, dejándome las uñas marcadas en los hombros.

Empecé a moverme mientras ella gemía, me estaba costando mantener el control con ella mirándome así. Cara vez que entraba en ella, entrecerraba los ojos. Me estaba volviendo completamente loco. Nos complementábamos muy bien en todos los sentidos. Estar dentro de ella era el paraíso. Me agarraba del cuello para no caerse, mis embestidas le estaban haciendo perder fuerza.

Todo lo que odio de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora