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La casa de Namjoon estaba sumida en una oscuridad pesada, como si su propio dolor se hubiera vuelto tangible y hubiera cubierto cada rincón. El silencio solo lo interrumpía el eco de las palabras de Seokjin, repitiéndose en su mente con cruel claridad. Apenas entró, le pidió a Yoongi que lo dejara solo. Aunque Yoongi quiso quedarse, respetó la decisión de su amigo y se fue con una última mirada de preocupación.

Ya solo, Namjoon se deslizó al suelo de su habitación, sin siquiera cambiarse la ropa. Ahí, en esa oscuridad silenciosa, las lágrimas comenzaron a caer sin poder detenerlas. Había esperado tantas cosas de Seokjin, había imaginado que sus sentimientos, aunque profundos, algún día serían correspondidos. Pero la frialdad y la crueldad en las palabras de Seokjin... eso era algo que no podía procesar.

"¿De verdad pensaste que significabas algo para mí?"

Cada palabra quemaba en su mente, una y otra vez, mientras intentaba inútilmente encontrar alguna razón, algún indicio de que Seokjin no había sido sincero. Tal vez todo era una broma, un malentendido. Pero sabía, en el fondo, que no lo era. Sabía que Seokjin había dicho la verdad. Aquellas palabras no eran un error ni algo que pudiera arreglarse. El dolor lo envolvía, sumiéndolo en una tristeza tan profunda que apenas le permitía respirar.

El fin de semana transcurrió en una especie de niebla dolorosa para Namjoon. Apenas comía y ni siquiera quería salir de su habitación. Pero Yoongi, fiel a su promesa silenciosa, se mantenía cerca, haciéndole pequeñas visitas durante esos dos días. Era el único que parecía preocuparse por su bienestar, y aunque Namjoon no lo decía, sentía una gratitud profunda por ello.

El sábado por la mañana, Yoongi llegó temprano a la puerta de la casa de Namjoon. Con una mezcla de suavidad y firmeza, tocó la puerta varias veces hasta que Namjoon, aunque renuente, salió. Yoongi no dijo mucho al principio, pero su presencia era un ancla. En lugar de preguntar cómo se sentía o intentar forzar una conversación, se limitaba a estar ahí, a compartir un poco del silencio que sabía que Namjoon necesitaba. Cada día, se quedaba un rato, ofreciéndole compañía sin exigir nada.

El sábado por la tarde, Yoongi trató de sacarlo a caminar, aunque solo lograra sacarlo al porche, donde ambos se sentaron en silencio. Yoongi encendió un cigarrillo, mirando el horizonte, y aunque no dijo mucho, Namjoon sabía que su amigo estaba listo para escuchar cuando él quisiera hablar.

"No tienes que decir nada, sabes que estaré aquí igual," dijo Yoongi en voz baja, con la misma firmeza de siempre. A pesar de que sus palabras eran pocas, le transmitían una calma que Namjoon no encontraba en ningún otro lugar. Sentía que su corazón, aunque todavía hecho pedazos, al menos estaba acompañado en su tristeza.

A lo largo del domingo, Yoongi se hizo aún más presente, mostrándole que no estaba solo. No importaba si Namjoon se mantenía en silencio o si solo quería estar acostado; Yoongi estaba ahí, dispuesto a compartir cualquier momento sin esperar nada a cambio. Aquello lo hizo darse cuenta de que no todos le darían la espalda cuando más lo necesitaba. Aunque el dolor seguía punzante, Yoongi estaba ayudando a sostenerlo, sin presiones, sin condiciones.

Namjoon no lo reconocía aún, pero esas horas de compañía empezaban a sanar las grietas que Seokjin había dejado en su corazón. Yoongi no lo forzaba a hablar, no le pedía que olvidara. Solo le daba su presencia, tan firme y confiable, y eso, aunque pequeño, era todo lo que Namjoon necesitaba para comenzar a levantarse de nuevo.

El lunes llegó más rápido de lo que Namjoon hubiera deseado. Durante el fin de semana, había logrado sentir una especie de calma bajo la protección silenciosa de Yoongi, pero la idea de enfrentarse a la escuela, a los lugares donde solía encontrarse con Seokjin, le helaba el alma. Sin embargo, cuando se levantó esa mañana, Yoongi ya estaba ahí, esperándolo en la puerta de su casa.

𝐁𝐄𝐓 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora