LA cálida luz del sol bañaba la iglesia medieval situada en la cima de la ciudad antigua del centro de Italia. No obstante, el sol no calentaba a Hoseok. Únicamente experimentaba una sensación de frío que casi la hacía tiritar. O una sensación parecida.
Miedo.
Miedo por lo que estaba a punto de hacer... Lo que se atrevía a hacer... Se forzaba a hacer.
Ocultándose tras el pequeño velo que caía del sofisticado sombrero que llevaba, y que iba a juego con el traje ceñido, caro y elegante, que se amoldaba a su figura, caminó hacia le entrada de la iglesia.
La misa ya había comenzado y el coro estaba cantando cuando el se sentó en el fondo de la nave. Deseaba escapar, pero debía hacerlo.
Inclinó la cabeza como si estuviera rezando, aunque lo que pretendía era evitar mirar a las personas que se habían reunido o que estaban en el altar. Una vez más, el miedo se apoderó de el al pensar en la magnitud de lo que estaba a punto de hacer.
¡Pero no había otra manera!
Cuando terminó el himno, el cura comenzó a celebrar la ceremonia.
Hoseok sintió que la cabeza le daba vueltas, y que el corazón comenzaba a latirle muy deprisa. Tenía que medir bien cada instante, hasta el momento temido.
El momento temido...
Entonces, llegó el momento. Las palabras que nunca habían recibido respuesta en ninguna de las bodas a las que había asistido, la recibirían ese día.
—No hay otra opción... ¡Por mucho que desee no hacerlo!
Oyó que el cura pronunciaba las palabras... Era su señal. Oyó la pausa que se hizo a continuación. Se puso en pie y salió al pasillo. Avanzó hacia delante, impulsado por una fuerza de voluntad que superaba al sentimiento de repugnancia que sentía por lo que estaba haciendo.
Lo que estaba a punto de hacer.
Comenzó a hablar, forzando las palabras que debía decir, entrometiéndose como un sacrilegio en el sacramento de un matrimonio.
Palabras que harían que se detuviera en el momento.
—¡Sí! ¡Tengo una objeción! ¡Este matrimonio no puede celebrarse!
Vio que la gente volvía la cabeza y oyó la exclamación de asombro de los congregados mientras se dirigía hacia las dos personas que estaban en el altar.
El novio doncel, con el rostro oculto tras un largo velo de encaje, no se movió. El novio sí. Y Hoseok vio cómo se giraba despacio, como si fuera un jaguar que había oído algún movimiento detrás. El movimiento de una presa, o de un depredador.
Al sentir aquella mirada sobre su cuerpo, se quedó helado y deseó escapar.
No escaparía. No podía. Debía hacer aquello y continuar hasta el final.
Él lo fulminó con la mirada mientras se acercaba. Y sus ojos eran lo único que el podía ver.
No veía al hombre que había entregado al novio, ni al novio doncel, que permanecía quieto como una estatua. Tampoco al padrino, ni a las damas de honor, ni a todos aquellos que lo observaban boquiabiertos.
Ni siquiera al cura que lo miraba con preocupación. El cura se disponía a preguntarle cuál era el motivo de su objeción, pero el se adelantó. Deteniéndose a unos pasos del altar, se retiró el velo.
En ese instante, vio que la mirada del novio cambiaba por completo. Aquellos ojos expresaban reconocimiento.
Por un segundo, el vio un resplandor en sus ojos color obsidiana.
Una llama negra...
Después desapareció y la mirada se volvió cortante como un cuchillo afilado.
Él dio un paso adelante, pero el ya había comenzado a hablar. Su voz clara estaba siendo escuchada por todos los asistentes. Por el novio doncel, que permanecía inmóvil y de espaldas a el. Por el novio, en quien la tensión se había apoderado de todo su cuerpo.
El señaló con la mano mientras hablaba, rezando para que no le temblara. Una mano acusadora dirigida hacia el novio. El hombre cuya boda debía detener en ese mismo instante.
—¡Él no puede casarse con este doncel! exclamó. ¡Llevo a su hijo en mi vientre!
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La promesa
عاطفيةSu escandalosa afirmación ¡Y la venganza del coreano-italiano! Jung Hoseok necesitó todo su valor para presentarse en la boda de su primo y confesar que después de pasar una noche con Jeon Jungkook, el prometido, llevaba a su hijo en el vientre. El...