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Richard Rios

Mis labios se encontraron con los de Luciana, y en ese instante, el mundo exterior se desvaneció. La atracción entre nosotros había crecido como una tormenta, y al rendirnos a ella, sentí que la vida que nos rodeaba se convertía en un mero eco distante. Su sabor era un dulce veneno, una mezcla de deseo y desesperación que me embriagaba.

Recuerdo cómo mis manos se deslizaron por su cintura, atrayéndola hacia mí con una fuerza que parecía irrefrenable. El roce de su piel contra la mía era electrizante, una chispa que encendió una Ilama de necesidad que había estado latente por demasiado tiempo. Luciana se dejó llevar, y en su mirada vi un reflejo de mi propia lucha interna: el miedo a lo que estaba sucediendo, la intensidad de la conexión, y el deseo desenfrenado que nos consumía.

No había palabras que pudieran describir lo que estábamos sintiendo. La habitación se volvió un santuario, un lugar donde las preocupaciones del mundo exterior desaparecían, y solo existíamos nosotros dos, inmersos en una danza de cuerpos y suspiros. La suavidad de su piel, la forma en que su aliento se entrelazaba con el mío, todo era un canto a la tentación.

A medida que nos hundíamos más en el momento, el caos que nos rodeaba se desvaneció completamente. Sus manos se enredaron en mi cabello, y el ardor de su cuerpo contra el mío hizo que la razón se evaporara. Era como si cada caricia, cada roce, estuviera pintando un cuadro de deseo ardiente, un retrato de lo que realmente éramos: dos almas atrapadas entre la atracción y el miedo a lo que significaba.

Cuando finalmente cedimos a la necesidad que nos consumía, fue como si el tiempo se detuviera. El mundo exterior, con sus expectativas y juicios, se desvaneció por completo. En esa noche, éramos simplemente Luciana y Richard, dos cuerpos deseosos que se encontraron en un laberinto de pasión. La habitación se llenó de nuestros gemidos y susurros, mientras cada momento se volvía más intenso que el anterior.

Con cada beso, cada caricia, nos adentrábamos en un territorio desconocido, donde el amor y el deseo se entrelazaban en un torbellino de emociones. Luciana se entregó a mí por completo, y en su mirada vi una mezcla de confianza y vulnerabilidad que me conmovió. La forma en que su cuerpo respondía al mío era una sinfonía perfecta, un eco de la atracción que habíamos tratado de ignorar por tanto tiempo.

No sé cuánto tiempo pasó, pero la noche se volvió un torbellino de sensaciones. La intensidad de cada beso, cada susurro, se sentía como una declaración de guerra contra todo lo que nos había mantenido alejados. Era como si el universo estuviera conspirando a nuestro favor, llevándonos a este momento de pura conexión, donde nuestras almas podían finalmente danzar sin restricciones.

Fue un acto de liberación, un grito de desespero y deseo que resonó en cada rincón de la habitación. Y cuando finalmente caímos juntos, exhaustos y satisfechos, supe que nada volvería a ser igual. Habíamos cruzado una línea, y aunque el miedo y la incertidumbre se agazapaban en las sombras, no podía evitar sentir que este era el comienzo de algo grande, algo que nos marcaría a fuego.

Al despertar la mañana siguiente, la luz del día comenzó a filtrarse por las ventanas, y en ese momento, la realidad regresó con toda su fuerza. Miré a Luciana a mi lado, todavía sumida en el sueño, y una mezcla de emociones me invadió. Habíamos creado un momento que desafiaba toda lógica, pero ahora debíamos enfrentar las

consecuencias.

La pregunta flotaba en el aire: ¿qué significaba todo esto? La línea entre el deseo y la complicación se desdibujaba cada vez más, y aunque el recuerdo de la noche pasada me llenaba de euforia, la sombra de la realidad se cernía sobre nosotros

3:33 - R.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora