IV

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Richard Rios

El llamado a la selección siempre era algo grande. Esta vez, un partido de eliminatorias contra Chile me esperaba en Barranquilla. Todo el país estaba detrás de nosotros, y los entrenamientos en Palmeiras se suspendieron para mí por unos días. Normalmente, me habría gustado tener a Luciana conmigo, que ella estuviera ahí, organizando todo, haciéndome las cosas más fáciles… pero esta vez no podía ser.

—Oye, Lu, parece que te toca quedarte aquí en São Paulo, el club no quiere que viajes —le dije, tratando de que la idea no sonara tan aburrida como era.

Ella solo asintió, aunque noté un destello de decepción en sus ojos. No era la primera vez que me tocaba ir solo, pero algo en esta ocasión me dejó una incomodidad. Igual, no había más remedio.

—Te aviso cómo va todo —le prometí antes de salir.

Luciana Sánchez

Después de que Richard se fue, São Paulo se sentía más sola de lo normal. Sin el caos que él traía a mi vida, mis días parecían largos y demasiado silenciosos. Entre los encargos del Palmeiras y algunos trámites, mi rutina se volvió monótona, hasta que una tarde, en un café cerca del entrenamiento, me encontré con Matías.

Era un amigo que había conocido en una de las salidas del equipo, alguien que también estaba aquí por trabajo. Empezamos a hablar, y antes de darme cuenta, habíamos intercambiado teléfonos y quedamos en vernos esa misma semana. Me cayó bien, tenía una energía diferente y, la verdad, estaba cansada de estar encerrada esperando mensajes de Richard.

Durante los siguientes días, Matías se convirtió en mi distracción. Me sacaba de la rutina, me llevaba a conocer partes de São Paulo que ni sabía que existían, y se sentía bien tener a alguien con quien hablar que no estuviera relacionado con el equipo o con Richard. Aunque solo era un par de salidas, empezaba a sentirme más libre de lo que había estado en mucho tiempo.

Richard Rios

Después del partido contra Chile, sentí un alivio. Habíamos ganado, y la tensión de las eliminatorias se había reducido un poco. Fue entonces cuando, entre mensajes y fotos que compartían los del equipo, vi algo que me dejó frío: una imagen de Luciana en São Paulo, con un tipo al que no reconocía. No eran fotos de una simple amistad; había algo en su mirada que me encendió el mal genio.

Marcándole a Luciana, sentí que la ira me iba subiendo. No sabía si me iba a responder, pero cuando contestó, no pude contener el tono molesto.

—¿Qué hubo, Luciana? ¿Qué es eso de andar saliendo por ahí con otro tipo? —solté, sin dar tiempo a formalidades.

Ella pareció sorprendida, y por un segundo, se quedó en silencio.

—Richard, no es lo que pensás. Solo es un amigo que conocí aquí —respondió, con un tono entre calmado y desafiante.

—¿Amigo? ¿Y desde cuándo tenés amigos con los que te la pasás como si nada mientras yo estoy en otra ciudad? —le reclamé, tratando de contener el enojo.

—¿Sabés qué, Richard? —replicó ella, ya más molesta—. Yo no estoy aquí esperando a que me llames o te acuerdes de que existo. También tengo una vida.

Sus palabras me dejaron callado por un segundo, pero la frustración no me dejaba pensar con claridad. Sabía que no tenía derecho a reclamarle nada, pero la idea de que estuviera allá, pasándola bien mientras yo andaba concentrado en los partidos, me quemaba.

—Mirá, hacé lo que querás, pero no esperés que todo siga igual cuando regrese —le dije finalmente, antes de colgar.

Colgué antes de decir algo de lo que me arrepintiera.

3:33 - R.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora