Richard Rios
Había pasado una semana desde aquella conversación con Luciana, y la tensión en el aire era casi palpable. Intenté concentrarme en el fútbol, pero mis pensamientos siempre volvían a ella. Cada vez que entraba al campo de entrenamiento o al vestuario, su imagen me perseguía. Los momentos que compartimos, la conexión que creamos, todo me hacía sentir que había algo más allá de lo que habíamos hablado. Pero la realidad de nuestra situación me hacía dudar.
El día del partido contra el Flamengo llegó rápidamente. Todos estábamos nerviosos; era un encuentro crucial en el campeonato. Mientras me preparaba, mi mente seguía divagando. La posibilidad de perder a Luciana me hacía sentir como si estuviera corriendo contra el viento.
—¡Richard! —gritó Raphael Veiga, interrumpiendo mis pensamientos. —¿Estás listo para arrasar hoy?
—Sí, claro. Solo… un poco concentrado —respondí, tratando de desviar la atención de mis propios dilemas.
En el vestuario, el ambiente era de camaradería. Mis compañeros estaban enérgicos, hablando de tácticas y estrategias. Pero, a pesar de la risa y el bullicio, no podía evitar sentir que había un vacío. La ausencia de Luciana, que normalmente estaría allí animando, me afectaba más de lo que esperaba.
Mientras el equipo se preparaba para salir al campo, me encontré con Gabriel, un nuevo fichaje del club. Era un buen jugador, pero también un tipo que disfrutaba de la vida nocturna y de las fiestas.
—Oye, Richard, ¿qué pasa? Pareces un zombie —dijo, echándose a reír.
—Nada, solo un poco de presión por el partido —mentí, tratando de restarle importancia.
Gabriel me dio una palmadita en la espalda. —Vamos, olvídate de eso. El fútbol es solo un juego, hermano. Y las mujeres… bueno, ya sabes cómo son. Si te hace falta, hay muchas más por ahí.
Sus palabras resonaron en mi cabeza, pero no de la manera que él esperaba. No se trataba de eso; Luciana no era solo otra chica para mí. Pero no quería profundizar en ese tema, así que simplemente asentí y salí al campo.
El ambiente en el estadio era electrizante. Las gradas estaban llenas, y el rugido de los aficionados era ensordecedor. Al salir al campo, el corazón me latía con fuerza. Era momento de concentrarse y darlo todo por mi equipo. Pero en el fondo de mi mente, la imagen de Luciana seguía presente, como un faro en medio de la tormenta.
El silbato sonó, y el partido comenzó. Desde el primer momento, el Flamengo se mostró fuerte. Las oportunidades iban y venían, y a medida que avanzaba el primer tiempo, la frustración comenzó a acumularse en el equipo. Fue entonces cuando, en un tiro de esquina, Raphael Veiga logró marcar el primer gol para nosotros.
El estadio estalló en júbilo, y la adrenalina me invadió. Pero, incluso en ese momento de celebración, mi mente volvió a Luciana. ¿Dónde estaba ella? ¿Cómo se sentía al respecto? ¿Estaría enojada? La incertidumbre me carcomía.
Cuando el primer tiempo llegó a su fin, nos dirigimos al vestuario para recuperar energía. El ambiente estaba cargado de alegría, pero no podía compartir la felicidad de mis compañeros. De hecho, en medio de las celebraciones, recibí un mensaje que me hizo el corazón saltar.
Era Luciana.
“Espero que estén jugando bien. Mándame un beso. Te extraño.”
Una sonrisa se dibujó en mi rostro, pero el dolor de la distancia se hizo presente. En ese momento, decidí que no podía dejar que las dudas nos separaran más. Necesitaba hablar con ella, aclarar las cosas de una vez por todas.
El segundo tiempo comenzó, y el Flamengo, decidido a empatar, comenzó a atacar con fuerza. Fue un juego intenso, con varias oportunidades para ambos equipos. Pero lo que realmente me preocupaba era el tiempo que pasaba sin poder aclarar las cosas con Luciana.
Cuando el árbitro pitó el final del partido, el marcador mostraba un 2-1 a nuestro favor. A pesar de la victoria, mi mente seguía girando en torno a Luciana y a nuestra situación. Me sentía agotado, no solo físicamente, sino emocionalmente.
Después del partido, mis compañeros celebraban en el vestuario, pero mi corazón no estaba en eso. Decidí que lo mejor era llamarla. Mientras caminaba hacia el vestidor, saqué mi teléfono y marqué su número. Cuando escuché su voz al otro lado de la línea, la ansiedad se apoderó de mí.
—Hola, Richard —dijo, su tono sonaba un poco distante.
—Hola, Luciana. Acabo de terminar el partido. Ganamos, pero… eso no importa. Necesito hablar contigo.
—¿Ahora? —preguntó, un poco sorprendida.
—Sí, por favor. Necesito verte.
—De acuerdo, te veo en el café de siempre en una hora.
La llamada terminó y una mezcla de nervios y esperanza me llenó. Era el momento de enfrentar la situación y resolver lo que había estado pesando sobre nosotros. Caminé hacia el vestuario, donde mis compañeros seguían celebrando, pero no podía unirme a ellos.
La única celebración que quería era la de un futuro con Luciana.
Cuando llegué al café, el olor a café recién hecho y el murmullo de conversaciones me rodearon. La vi sentada en una mesa en la esquina, con el cabello suelto y una expresión pensativa en su rostro. Me acerqué a ella, sintiendo cómo el corazón me latía con fuerza.
—Hola —dije, tomando asiento frente a ella.
—Hola, Richard. Felicitaciones por el partido —respondió, tratando de sonreír, pero la tristeza en sus ojos era evidente.
—Gracias. Pero eso no es lo que quiero hablar. Luciana, necesitamos aclarar lo que pasó entre nosotros.
Ella tomó un sorbo de su café, como si buscara tiempo para formular sus pensamientos.
—Lo sé. Pero, Richard, no es tan simple.
—¿Por qué no? —pregunté, sintiendo la frustración crecer dentro de mí. —Lo que compartimos fue real. No puedo simplemente ignorarlo.
—No estoy diciendo que no fuera real, pero hay consecuencias. Lo que hacemos podría cambiarlo todo, y no estoy lista para eso.
Su respuesta me hizo dudar, pero sabía que no podía dejar que el miedo nos separara. Quería luchar por nosotros, por lo que había comenzado.
—Luciana, la vida está llena de riesgos. No podemos vivir con miedo a lo que podría pasar. No quiero perderte, y estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para que esto funcione.
Ella bajó la mirada, luchando contra sus propios demonios internos.
—No sé si estoy lista para un compromiso así.
—No estoy pidiéndote que te comprometas de inmediato, solo que me des una oportunidad para demostrarte que esto puede funcionar.
La conversación continuó, y cada palabra que intercambiamos parecía pesarse con el futuro. La intensidad de nuestros sentimientos, el deseo de estar juntos y las complicaciones de nuestras vidas eran una mezcla complicada, pero sabía que no podía rendirme tan fácilmente.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Luciana levantó la vista, sus ojos reflejaban la lucha interna que estaba viviendo.
—Está bien, Richard. Te daré una oportunidad. Pero debemos ser cuidadosos y honestos entre nosotros.
—Prometido —respondí, sintiendo que una carga se aliviaba de mis hombros.
Era un pequeño paso, pero era un paso hacia el futuro que deseábamos. La chispa entre nosotros seguía viva, y con eso, había esperanza.
Lo que vendría no sería fácil, pero al menos ahora estábamos en la misma página. Y juntos, podríamos enfrentar lo que sea que la vida nos lanzara.