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—Bésame

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—Bésame.

Un roce, no, dos roces. Sus labios, los míos.

Todo esto se había vuelto intensamente embriagador. Cada contacto de sus manos en cada rincón de mi cuerpo era una sensación exquisita, como si el tiempo se desvaneciera.

—Pídelo otra vez.

Él murmuró en un susurro fatigado, y podía jurar que estaba tan al límite como yo. Su pulso se disparaba, su respiración era agitada. Sonreí.

—Bésame, Caesar.

Lo dije, y una duda me atravesó: «¿Me veré como un tonto?». Me la he hecho tantas veces, y siempre regreso a la misma. No sé en qué me he convertido en todo este tiempo; desde que Caesar entró en mi vida, todo parece haber perdido el control.

—¿Sabes cuánto me excita que me lo pidas? —inquirió mientras me acercaba a su pecho. Sentí su firmeza contra mi entrepierna al tenerme así, a horcadas; me moví apenas, lo suficiente para provocar algo en él. Me gusta jugar con sus reacciones. Él lo sabe muy bien.

De pronto, me sujetó del cuello con fuerza y sin delicadeza, atrapando mis labios con los suyos. Siempre he pensado que este hombre tiene un aura peligrosa, sus besos son un arma para cualquiera... Ah, solo imaginar que alguien más los ha probado despierta en mí un sabor amargo.

Le tomé el mentón, con una intensidad que igualaba o superaba a la suya, y mordí suavemente sus labios. Él jadeó, aferrándose con más fuerza a mi cintura.

—¿Sucede algo? —preguntó, esbozando una maldita sonrisa. Me gusta cuando lo hace; no es algo que pueda ver todos los días.

—Nada.

Negué, y él alzó una ceja. Sabía perfectamente que mentía. Esto es algo que detesto. Que poco a poco sepa en qué pienso, o cómo me siento con solo mirarme, me hace sentir vulnerable. Y lo peor es que él disfruta de ello.

—No lo parece —murmuró, besando fugazmente mis labios, luego mi mejilla—. Vamos, cuéntame —susurró, y su aliento rozó cruelmente el lóbulo de mi oreja, deteniéndose unos segundos antes de deslizar sus labios por mi cuello.

—No hay nada, Caesar.

—No puedo creerte cuando lo dices así.

Su mano viajó desde el centro de mi espalda hasta mi nuca. Cada parte que tocaba ardía; él es puro fuego, y su contacto quema intensamente.

—Vamos. Sabes que no me gusta cuando te pones así, cariño —dijo, y me vi obligado a observarlo detenidamente. Pude reparar en sus facciones, en la forma en que me mira, en cómo ese deseo ardiente ha desplazado la fría indiferencia que antes lo caracterizaba.

Es extraño.

No solo él ha cambiado al ser quien es.

También yo me sorprendo a mí mismo. ¿Desde cuándo dejé de ser quien era? ¿Me ha afectado tanto estar a su lado? ¿Hasta qué punto podría cambiarme? Las preguntas se agolpan en mi mente con frecuencia, provocando una inquietud que me resulta difícil de evitar. Pensar en que algún día esto termine… Es un pensamiento que rechazo, aunque sé que es inevitable.

LA PAREJA DE UN MAFIOSO || CAESAR X ZHENYADonde viven las historias. Descúbrelo ahora