Rituales

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Había rituales que eran puramente de Missa - encender incienso cada mañana, dejar ofrendas de pan y agua fresca, murmurar bendiciones en náhuatl mientras colgaba cempasúchil fresco en las ventanas. La Santa Muerte tenía sus propias tradiciones que mantener, después de todo.

Había rituales que eran exclusivamente de Philza - hervir el agua tres veces para el té de la mañana, colgar herraduras sobre cada puerta nueva, susurrar "conejo blanco" el primer día del mes. El Ángel de la Muerte tenía sus propias costumbres que respetar.

Y luego estaban los rituales que habían creado juntos, como familia.

Cada noche, sin falta, Missa arropaba a Tallulah mientras Philza le leía un cuento a Chayanne. Luego intercambiaban niños - Philza besaba la frente de Tallulah y le acomodaba su gorro de dormir, mientras Missa le cantaba suavemente a Chayanne hasta que sus ojos se cerraban. Era su ritual nocturno, tan sagrado como cualquier ceremonia.

"¿Por qué siempre tienen que hacer todo en ese orden?", preguntó una vez Chayanne, medio dormido.

"Porque así es como debe ser," respondió Missa simplemente, pasando sus dedos huesudos por el cabello rubio de su hijo. "Como el sol sale cada mañana y la luna sale cada noche."

Los domingos tenían sus propios rituales. Philza se negaba a lavar ropa, por supuesto, pero compensaba ayudando a Missa a limpiar los altares. Era un espectáculo curioso - la Muerte y el Ángel de la Muerte, lado a lado, quitando el polvo de las ofrendas y cambiando las flores marchitas por frescas.

"¿No es un poco redundante que la Muerte tenga un altar?", preguntó Philza una vez, mientras sostenía un ramo fresco de cempasúchil.

Missa sonrió, sus ojos brillando con diversión bajo su máscara. "¿No es redundante que el Ángel de la Muerte tema a la mala suerte?"

Tallulah tenía sus propios rituales también. Cada mañana, sin falta, cepillaba su cabello exactamente cien veces - lo había contado una vez y desde entonces se negaba a hacerlo de otra manera. Luego Missa o Philza (quien estuviera disponible) le trenzaba el cabello, siempre terminando con un listón morado.

"Tiene que ser morado," insistía en lenguaje de señas. "Es el color de la realeza."

"Por supuesto, princess," respondía Philza cada vez, mientras Missa ocultaba su sonrisa detrás de su máscara.

Chayanne, por su parte, mantenía un ritual secreto que ni siquiera sus padres conocían. Cada noche, antes de dormir, sacaba su peluche de Technoblade y le contaba sobre su día en susurros. Le hablaba de sus entrenamientos, de las travesuras de Tallulah, de las historias que Missa traía de sus viajes, de las supersticiones de Philza.

"Sé que es tonto," le confesó una vez a su peluche, "pero me gusta pensar que de alguna manera tú puedes escucharme."

Lo que Chayanne no sabía era que Missa, siendo quien era, podía asegurar que en algún lugar del más allá, Technoblade sonreía cada vez que escuchaba las historias de su pequeño admirador.

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⏰ Última actualización: Nov 04 ⏰

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