Nadie puede elegir.

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El aire fresco del Zócalo se sentía diferente esa noche, mientras las luces de la ciudad parpadeaban como testigos silenciosos de lo que estaba ocurriendo entre ellos. Rose y Tenoch seguían caminando juntos, sus pasos en sincronía, pero sus pensamientos divergían, sumidos en el tumulto de sensaciones que, aunque nuevas, parecían inevitables. La mano de Rose seguía entrelazada con la de él, y aunque ya habían pasado varios minutos, el gesto seguía sintiéndose tan íntimo como al principio.

El bullicio del lugar contrastaba con la burbuja que parecía formarse a su alrededor. Y aunque todo era caos a su alrededor, para Tenoch y Rose, el mundo se sentía más tranquilo. A lo lejos, un músico callejero comenzaba a tocar una guitarra, y sin saberlo, parecía ponerle banda sonora al momento.

Mientras caminaban cerca del Palacio Nacional, Rose volvió a mirar de reojo a Tenoch. Lo conocía lo suficiente como para notar que él también estaba lidiando con algo, quizá la misma timidez que comenzaba a invadirla. Decidió no decir nada, pero en su cabeza, las palabras de la canción "Te estoy mirando" resonaban una y otra vez. Había algo en esa letra que describía lo que ella no podía expresar en ese instante.

"Acércate, juntemos pieles formando sombras..."

Sin detenerse, su mano tembló un poco dentro de la de él, lo suficiente para que Tenoch lo notara. La miró, y al hacerlo, una pequeña sonrisa, casi tímida, se formó en su rostro. Había algo en el ambiente, algo que le hacía sentir que todo estaba bien, aunque por dentro ambos parecieran estar a punto de cruzar un umbral invisible.

— ¿Estás bien, Zanahoria? -preguntó él en un susurro, como si no quisiera romper el hechizo del momento.

Rose asintió, sin mirarlo directamente, pero no soltó su mano. "Olvídate de tus misterios de una razón...", pensó mientras las palabras de la canción volvían a su mente. Tal vez estaba demasiado nerviosa para articular todo lo que sentía, pero había algo reconfortante en la mano de Tenoch, como si ambos supieran que este momento, en silencio, decía más de lo que cualquier palabra podría.

Al detenerse frente a la Catedral, Rose se atrevió a tomar un respiro profundo. El peso del día, la intensidad del recorrido por la ciudad, todo había sido nuevo para ella. Pero nada la había preparado para lo que sentía estando cerca de él.

— Es extraño, -comenzó a decir, sin soltar su mano— Como si todo esto fuera...

No terminó la frase. No hacía falta. En su mente, las palabras de la canción seguían resonando. "Te estoy mirando, ya no hay materia. Es un vicio, es como un soplo al corazón."

— Lo sé, -dijo él suavemente, mirando al frente, pero sintiendo el peso de su mirada. Se quedaron así, en silencio por un instante, dejando que las luces de la plaza los envolvieran.

Ella lo miró de reojo, esa timidez palpable en sus gestos, pero también en la fuerza con la que seguía apretando su mano, como si temiera que soltarla pudiera desvanecer todo lo que sentían. Y Tenoch, que no era inmune a sus propios nervios, notó cómo algo en él se ablandaba. Decidió, por primera vez, no pensar tanto y solo disfrutar del momento.

Lentamente, giró su cabeza para mirarla directamente. El brillo de las luces reflejaba en su cabello rojo, ese que tantas veces había llamado la atención. Ahora, en el silencio de la ciudad, lo único que deseaba era que ese momento no terminara. Y cuando Rose lo notó, sonrió levemente, esa sonrisa tímida que tanto le gustaba a Tenoch.

— No tienes que decir nada, —susurró él, con una calidez inesperada en su voz.

Y en ese preciso instante, la melodía de la canción pareció mezclarse con los latidos de sus corazones, un ritmo constante y apacible que los envolvía como un abrazo invisible. La letra de "Te estoy mirando" se había convertido en algo más que una canción: ahora era el reflejo de todo lo que estaba ocurriendo entre ellos.

Te estoy mirando (Nadie nos va a extrañar) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora