Nadie te escucha a ti.

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Tenoch y Rose caminaban en silencio por las calles vacías, con las luces de los faroles alumbrando tenuemente el pavimento bajo sus pies. Aunque habían compartido un momento tierno en la casa de Tenoch, la atmósfera ahora era completamente diferente. La realidad del regreso a casa de Rose se cernía sobre ellos como una nube densa. El corazón de Rose latía rápidamente, su cuerpo tenso al pensar en lo que la esperaba al cruzar la puerta de su casa.

Tenoch apretó su mano suavemente, intentando transmitirle tranquilidad. Él sabía que Rose no quería volver, lo había visto en sus ojos cuando ella le pidió quedarse, pero también sabía que no podían evitar el inevitable enfrentamiento. A pesar de todo, Tenoch no iba a dejar que ella enfrentara la situación sola.

—Estaré contigo —dijo Tenoch en voz baja, justo antes de que llegaran a la casa de Rose.

La casa estaba a oscuras, pero desde la ventana principal se veía la luz parpadeante de la televisión, lo que indicaba que alguien aún estaba despierto. La madre de Rose probablemente estaba esperando su regreso, preocupada. Tenoch respiró hondo y caminó junto a Rose hasta la puerta. El silencio era abrumador.

Cuando Rose tocó el timbre, su cuerpo se tensó aún más. No pasaron ni diez segundos antes de que la puerta se abriera bruscamente. Ahí estaba su madre, su rostro marcado por horas de preocupación. En cuanto vio a su hija, su expresión cambió de alivio a reproche, con lágrimas comenzando a acumularse en sus ojos.

—¡Rose! —exclamó su madre, sin saber si abrazarla o reprenderla. Optó por lo primero, rodeando a Rose con fuerza entre sus brazos. El alivio fue temporal, porque en cuanto la soltó, su voz se volvió más aguda, tensa por el miedo y el enojo—. ¿Dónde has estado? ¡He estado llamando a todos, preocupada!  ¡No puedes desaparecer así!

Rose se quedó en silencio, mirando al suelo, sin saber cómo explicar lo que había hecho. Sabía que debía haber avisado, pero las emociones la habían abrumado. No quería volver a casa, pero ahora estaba aquí, enfrentando lo que había tratado de evitar.

La madre de Rose entonces miró a Tenoch, como si buscara en él alguna respuesta.

—Ella estuvo conmigo —dijo Tenoch, tratando de sonar calmado—. Fuimos al centro, y pensé que había avisado. Fue un malentendido, lo siento.

La madre de Rose suspiró, cruzándose de brazos, con una mezcla de alivio y cansancio.

—Gracias por traerla. Pero Rose… —volvió a mirarla, esta vez con más ternura, aunque su voz seguía firme—. No puedes hacer esto. Me asustaste mucho. Tu tío y yo no sabíamos dónde estabas, y tu padre…

En ese momento, el tío de Rose apareció detrás de la madre en la puerta, su rostro también reflejando la preocupación de la noche.

—Rose, ¿estás bien? —preguntó el tío, con suavidad, dándole un pequeño respiro de la tensión.

Rose asintió levemente, pero su mirada seguía perdida. No quería hablar, no quería dar explicaciones, solo quería que todo terminara.

—Vamos adentro —dijo la madre de Rose finalmente, cansada, mientras abría la puerta completamente para que su hija y Tenoch entraran.

El ambiente dentro de la casa era pesado, lleno de la tensión de las horas que habían pasado sin noticias de Rose. El padre de Rose no estaba en la sala, probablemente se había retirado a dormir o seguía bebiendo en la cocina, como solía hacer en situaciones de conflicto. La madre de Rose les indicó que se sentaran en el sofá, mientras ella se apoyaba en la pared, frotándose la frente.

—Rose… no me gusta tener que repetirte esto —comenzó su madre, su voz más calmada pero llena de frustración—. No puedes desaparecer así. Si algo te hubiera pasado, yo…  no lo soportaría.

Te estoy mirando (Nadie nos va a extrañar) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora