Nadie se va porque si.

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Una semana después, todo parecía ir, igual, pero las energías de Rose cada vez eran menos, las peleas con su padre cada vez más, su madre trabajando, y ella pasaba más tiempo sola, y en veces en casa de su tío, la semana se baso en preguntas y frases tan típicas:
"¿Cómo estás?  ¿Te sientes bien? ¿Estás bien?  No estas sola, todo va a estar bien."

A su alrededor, el bullicio de los estudiantes se hacía casi insoportable, pero ella se mantenía en silencio, absorta en sus propios pensamientos. La semana había sido agotadora: las peleas con su padre, el trabajo constante de su madre, su soledad cada vez más evidente. Las preguntas vacías de los demás la habían cansado, las mismas palabras una y otra vez, que solo le recordaban que no estaba bien, que no había ninguna solución a la vista.

Comenzaban a cansar a Rose, no estaba bien, no se sentía bien, si estaba sola, y nada iba a estar bien, harta de esto, la llevo a pelear con Diego, con su mamá, y a distanciarse de Tenoch y Memo, quedándose solo con Mariana y Paulina, a quienes había convencido de no hablar de nada de eso, y hacer como que todo seguía igual que siempre, igual que antes.

Después de una incomoda clase de inglés, y de varias clases más, llego el receso.

— ¿Por qué los vas a invitar? No son tus amigos, Mar —dijo Paulina.

Mariana se encogió de hombros, despreocupada.

— Gracias a ellos hay fiesta, Pau. ¿Verdad, Mary? —respondió Mariana, con una sonrisa de complicidad hacia Rose.

— Sí, es verdad —asintió Rose, mientras leía un libro.

Rose sintió una punzada de irritación. Ya ni siquiera podía concentrarse en algo tan simple como una fiesta sin que los comentarios de los demás la irritaran.

— Oye, ya neta, ya estuvo bueno —dijo Paulina, de repente, su tono más firme—. Arréglate un poquito, ¿no?

La pregunta sorprendió a Rose. Levantó la vista hacia Paulina, tratando de entender por qué había dicho eso. Mariana se tensó al instante, sabiendo que algo estaba mal en la conversación.

— Paulina… —intentó advertir Mariana, como si ya supiera hacia dónde iba la conversación.

— Nada, Mariana. Es en serio —insistió Paulina, mirando a Rose con ojos entrecerrados—. Nosotros no tenemos la culpa de que su padre sea un alcohólico y su familia se esté quedando pobre. Uno se cansa.

El silencio que siguió a esas palabras fue ensordecedor. Rose sintió como si el aire hubiera sido succionado del patio, dejando solo un vacío opresivo en su pecho. Las palabras de Paulina golpearon como un puñetazo, derribando cualquier intento que Rose hubiera hecho para mantener la fachada de normalidad. Todo ese tiempo, Paulina y Mariana habían sido su escape, pero ahora, esa falsa burbuja de indiferencia estallaba de la manera más cruel.

— ¿Qué? —dijo Rose, su voz apenas un susurro. No podía creer lo que acababa de escuchar.

— Lo siento, pero es la verdad —continuó Paulina, sin rastro de arrepentimiento—. Estamos tratando de ayudar, pero tú… tú no pones de tu parte. Te arrastras con ese mal humor todo el día, no sé cómo esperas que aguantemos eso.

Rose se quedó congelada, sintiendo cómo la ira y la tristeza se mezclaban en su interior, formando un torbellino imposible de controlar. La frustración de toda la semana, de todo lo que había estado pasando en su vida, alcanzó un punto crítico.

— No tienes ni idea de lo que estoy pasando —replicó Rose.

Paulina levantó una ceja, completamente despreocupada.

— Todos tenemos problemas, Rose. Pero no andamos con esa actitud todo el tiempo.

Mariana intentó intervenir, incómoda con la situación.

Te estoy mirando (Nadie nos va a extrañar) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora