Nadie escoge que sentir.

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Mientras caminaban hacia la casa de Tenoch, Rose no podía dejar de pensar en la sensación de cercanía que había crecido entre ellos. Todo parecía fluir de manera natural, como si, en lugar de dar pasos hacia su destino, estuvieran cayendo inevitablemente en lo que siempre había estado ahí. Pero conforme se acercaban a la casa de Tenoch, Rose notó que él comenzaba a ponerse un poco más serio, como si el ambiente cambiara un poco.

— ¿Ya te cansaste o qué? —preguntó Rose, dándole un pequeño codazo mientras caminaban.

— Nah, para nada. Solo estaba pensando en lo que sigue... —respondió Tenoch, mirando al horizonte.

Rose lo miró de reojo, sabiendo que lo que él no decía era lo que realmente importaba. No insistió, prefirió dejar que él hablara cuando estuviera listo.

Finalmente, después de tomar un par de atajos más y subir una pequeña colina, llegaron a una casa de ladrillos sencillos, con un jardín que, aunque pequeño, estaba lleno de plantas cuidadas con esmero.

— Esta es mi casa... bueno, la de mis tíos. —dijo Tenoch, casi como una disculpa.

Rose miró la casa. No era grande ni ostentosa como la suya, pero tenía una calidez que la suya no tenía. “Este lugar sí se siente como un hogar,” pensó.

— Está linda. —dijo, sonriendo sinceramente.

Tenoch la miró, sorprendido por su reacción. Sabía que Rose venía de un ambiente muy diferente al suyo, y de alguna manera había asumido que ella lo vería todo con ojos críticos. Pero no lo hizo. En lugar de eso, ella parecía realmente interesada y cómoda.

— Vamos, tengo que cambiarme y luego te enseño a andar en combis. —dijo, sacando las llaves de su bolsillo y abriendo la puerta.

Entraron a la casa, y el olor a comida casera llenó el aire de inmediato. Había una mezcla de especias y guisos que le hizo agua la boca a Rose. Se escuchaba la voz de una mujer canturreando desde la cocina.

— ¡Tenoch! —gritó una voz femenina desde el fondo—. ¿Ya llegaste, mijo?

— Sí, tía. Vine con una amiga. —respondió él, guiando a Rose por el pasillo.

— Ay, pásenle, pásenle. Ahorita les sirvo un taquito. —dijo la voz desde la cocina, con una calidez que hizo que Rose se sintiera bienvenida de inmediato.

— No te preocupes, tía, solo vengo a cambiarme rápido. —respondió Tenoch, pero antes de que pudiera terminar, la mujer apareció en el pasillo.

— Ay, mijita, ¿tú eres la amiga de Tenoch? —preguntó la señora, dirigiéndose a Rose.

— Sí, soy Rose. —respondió ella, sonriendo nerviosa..

—¡Ay, mijito! —dijo, al ver a Rose—. ¿Tú eres la famosa Rose de la que Tenoch me ha hablado tanto?

Rose no pudo evitar sonrojarse. No se esperaba que Tenoch hubiera mencionado algo sobre ella en su casa.

—¡Ay, sí! —continuó, mientras se acercaba para observarla más de cerca—. ¡Qué bonita eres, mija! Y ese cabello rojo... Tenoch me había dicho que eras hermosa, pero no me había hecho justicia. Tienes un cabello lindísimo.

Rose soltó una pequeña risa nerviosa, sin saber muy bien cómo reaccionar. Miró de reojo a Tenoch, quien claramente estaba avergonzado.

—Tía... ya basta. —dijo él, rascándose la cabeza y tratando de ocultar su sonrojo.

—Bueno, bueno. No quiero asustar a la niña. —dijo, con una risa suave—. Pasen al cuarto, les llevo un taquito para que no anden con la panza vacía.

Te estoy mirando (Nadie nos va a extrañar) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora