Nadie lo imagina.

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A la hora de la salida, Rose, Tenoch y Memo se encontraban en el parque. El cielo estaba despejado, con una ligera brisa que movía las hojas de los árboles. Tenoch y Memo se balanceaban en los columpios, hablando del negocio, mientras Rose había ido a comprar unas paletas de hielo. Al regresar, vio que ya habían terminado su conversación.

— Ya no lo regañes, él no sabía que no debía hacer los trabajos impecables —dijo Rose, defendiendo a Memo, quien había hecho los trabajos de inglés de medio salón.

— Sí, sí, ya le dije que para la próxima —respondió Tenoch, encogiéndose de hombros con una sonrisa cómplice, como si el asunto estuviera más que aclarado.

Rose se rió, entregándoles las paletas que acababa de comprar. Ella se sentó en el columpio a lado de Memo, tomando su paleta de hielo de mango con una mano mientras movía los pies, disfrutando del ambiente relajado.

— Es que, de verdad, no sabía... —dijo Memo rascándose la nuca, aún un poco apenado—. No imaginé que habría problemas por hacerlo tan bien.

— Te preocupas demasiado, Memo, a la próxima ya sabes cómo hacerlo —contestó Rose, dándole un empujón amistoso con el pie en su columpio—. Además, no es como si hubieras causado un desastre.

Un rato después, Tenoch, se levantó del columpio y se estiró.

— Voy por unas papas, ¿quieren algo más? —preguntó mirando a ambos.

— No, yo estoy bien —dijo Rose, alzando su paleta de hielo en señal de que estaba satisfecha.

— Yo también, agregó Memo, sacudiendo la cabeza.

Tenoch asintió y se dirigió a la tienda cercana, dejando solos a Rose y a Memo. El ambiente entre ellos se volvió tranquilo, pero cargado de una complicidad silenciosa. Ambos siguieron comiendo sus paletas, el sonido suave de los columpios acompañando el momento.

Después de que Pascual se llevó a Memo, el parque quedó mucho más tranquilo. Rose y Tenoch seguían sentados en los columpios, balanceándose suavemente mientras compartían las papas. El silencio entre ellos era cómodo, pero lleno de pensamientos no dichos. Tenoch miraba hacia el suelo, pensativo, mientras Rose mordía su paleta de hielo, mirando el cielo.

— Oye, Zanahoria... —empezó a decir Tenoch, rompiendo el silencio—. Digo, ya hemos hablado de que nos gustamos, pero... ¿sabes por qué empezaste a sentir algo por mí?

Rose se detuvo un momento, sorprendida por la pregunta. Bajó la paleta de hielo y lo miró de reojo antes de soltar una pequeña risa.

— ¿Así, directo? —preguntó con una sonrisa traviesa, pero luego se puso un poco más seria, mordiéndose el labio mientras pensaba—. A ver... No fue de un día para otro, ya sabes. Creo que todo empezó porque... bueno, siempre has sido diferente.

— ¿Diferente? —preguntó Tenoch, arqueando una ceja, divertido.

— Sí, diferente. No eres como los demás. Eres muy seguro de ti mismo, pero no en plan presumido. Más bien, es como si... siempre supieras quién eres, y no necesitaras la aprobación de los demás para estar bien contigo mismo —dijo Rose, jugando con el palito de su paleta de hielo mientras hablaba—. Eso me gusta mucho de ti.

Tenoch la miró en silencio, escuchando atentamente cada palabra. Podía notar que Rose hablaba en serio, y aunque nunca había pensado en sí mismo de esa manera, le gustaba cómo lo veía ella.

— Y además... —continuó Rose, bajando un poco la voz—. Siempre me haces reír, incluso cuando las cosas no están tan bien. Como ahorita, con lo de mi papá y todo eso... cuando estoy contigo, siento que todo lo demás desaparece un rato, ¿sabes? Y eso es algo que no todos pueden hacer.

Te estoy mirando (Nadie nos va a extrañar) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora