Capítulo 11

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Por más que Darius intentó serenarse y pensar con raciocinio y calma, no pido. Estaba furioso y no entendía por qué, o tan solo quizás se debía al hecho de que ella había regresado y aún no había podido cerrar ese pasado que de vez en cuando lo atormentaba.

Condujo a toda velocidad hasta la empresa y, una vez en el lugar, entró sin más, ignorando las miradas que todos le daban y los murmullos que rezumaban en sus oídos. Entró al ascensor y, aunque tomó hondas respiraciones, su corazón seguía latiendo con mucha fuerza y la furia crecía en su interior como un impasible huracán dispuesto a destruirlo todo a su paso. No sabía si estaba enojado consigo mismo, con esa mujer por haber regresado o con Jeray por haberle ocultado tal hecho.

Darius salió furibundo del ascensor, dando pasos largos y pesados por toda la sala, pasando de Avery, la secretaria de su amigo, como si no existiera y tocando la puerta de la oficina de Jeray con todas sus fuerzas. El alcohol en su sistema no le ayudaba a pensar con cabeza fría. En ese momento quería ser libre de ese tormento que lo perseguía cuando su razón estaba nublada.

Avery no podía salir de su asombro, viendo al hombre fuera de sí. Darius siempre se había mostrado sereno, amigable y risueño. Pero justo en ese momento estaba fuera de sí, con su traje a medio vestir, sin saco y sin corbata. La camisa la llevaba por fuera de sus pantalones y había tirado infinidad de veces de sus cabellos, porque no estaba pulcro ni bien acicalado como siempre.

Por otro lado, Darius creyó que su corazón saldría expulsado de su pecho con lo fuerte que latía. Estaba seguro de que ya había olvidado a Jolie, poco la recordaba, y cuando lo hacía estaba demasiado ebrio como para poder sentir amor por ella. Mas bien la odiaba y necesitaba cerrar ese pasado a como diera lugar para avanzar y encontrarse consigo mismo

La joven secretaria de su amigo quiso acercarse para intentar serenarlo antes de que le diera algo por la rabieta que tenía, no obstante, frenó a pocos pasos de él cuando la puerta de la oficina al fin se abrió.

—¿Qué mierda haces aquí? —fue lo primero que soltó, acercándose a la rubia de una zancada y la tomó del brazo, sacándola por completo de la oficina con una fuerza que ni él mismo sabía que podía ejercer en una mujer—. Lárgate de una puta vez y no vuelvas nunca más.

—¿Y si no me largo qué? ¿Me vas a sacar tú a la fuerza? —lo retó ella, recordándole que seguía siendo la misma chica que conoció en la adolescencia—. ¿Qué me vas a hacer, querido?

—No me provoques, porque sabes muy bien de lo que soy capaz de hacer.

—Suéltala ahora mismo, Darius —Jeray le arrebató la mujer a su amigo y la protegió detrás de su cuerpo—. Eres mi amigo y sabes lo mucho que te aprecio, pero jamás voy a permitir que la lastimes.

Darius lo miró con una furia que amenazaba con destrozar todo a su paso y soltó una carcajada amargada. Mas que furioso, estaba sentido de que uno de sus mejores amigos le ocultara algo que para él era importante.

—No me sorprende que la defiendas tanto. Créeme, lo entiendo a la perfección —dijo con falsa calma, dándole una mirada intensa a Jolie—. Pero ni tú ni nadie va a cambiar el hecho de que la odio con todo mi corazón y, que, así como esta es tu empresa, también es mía. ¡Y no quiero a ninguna hija de perra aquí!

—Te recuerdo que también soy parte de esta empresa, hijo de puta —rebatió ella, dándole la cara y acercándose al hombre que respiraba embravecido—. Me importa una mierda lo que pienses y digas de mí. Párate de cabeza, arráncate los pelos con un cortaúñas o quítate por pedazos el inservible pene que tienes entre las piernas, pero jamás podrás hacer nada para evitar que venga a mi empresa. Te recuerdo que también es mía, porque fuimos los cuatro quienes la construimos.

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