Capítulo 18

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Por cinco días Darius hundió el dolor y la rabia que lo estaba atormentando en alcohol, pero incluso hasta quedar adormecido con la bebida, le era imposible poder arrancar de su pecho todo lo que sentía.

Sentía un inmenso rencor hacia Jolie por haberle ocultado a su hija, la odiaba con todo su ser por ser tan egoísta y solo pensar en ella. El resentimiento crecía con el paso de las horas y lo hacía vivir en constante amargura y de muy mal humor.

Pero no podía negar que se sentía feliz, emocionado, ansioso y hasta temeroso. Quería hacerse una imagen de su hija, pero le era imposible. Moría de ganas por saber de qué color eran sus ojos, su cabello y su piel, si se parecía a él o, por lo contrario, se parecía a su madre. Tener a su hija en mente le daba fuerzas y ánimos, pese a que de nuevo estaba saboreando la traición en manos de la misma mujer que tanto había amado, solo que esta vez el engaño y el dolor que sentía era más intenso y lo torturaba día y noche.

Entre sus sueños, escuchó la voz de alguien a su alrededor y que lo movían con algo de fuerza. Sabía que era uno de sus amigos quien estaba invadiendo su pena, pero en el estado en el que se encontraba, era normal que Kian se preocupara por él. No había ido a la empresa en cinco días y tampoco había dejado de beber. Además de eso, no quería hablar sobre lo que le estaba ocurriendo y tampoco quería probar bocado.

En parte Darius tenía miedo de enfrentar a Jeray, después de todo, cabía la posibilidad de que él sí tuviera conocimiento de su hija. Si era de ese modo, aquello era imperdonable y solo el hecho de pensar que su mejor amigo lo traicionara de esa forma, le hacía doler aún más su de por sí herido corazón.

—Joder, Darius, si lo que quieres es morir, resulta mejor que lo hagas de golpe y no de esta manera —lo reprendió Kian, frunciendo el ceño e intentando levantarlo de la cama—. Realmente ya eres un maldito alcohólico.

—Largo de mi apartamento. Quiero estar solo —refunfuñó.

—No, no me voy a ir y dejarte así como estás. Hablé con Jeray y me dijo que si no sales de este apartamento y dejas de beber, vendrá y te obligará a hacerlo él mismo.

—Jeray puede irse a la mismísima mierda. Es un traidor.

Kian jadeó de sorpresa y negó con la cabeza. Jeray podría ser cuadrado, amargado y demasiado directo, pero jamás un traidor. Ambos lo sabían, ya que su amistad había nacido desde que eran un trío de adolescentes.

—Necesitas darte un buen baño, así que levanta ese trasero de ahí o te patearé.

Darius soltó un sonoro suspiro antes de levantarse tambaleante de la cama y encerrarse en la ducha. Mientras él tomaba un largo baño y bajaba tanto la resaca de días como la ebriedad, Kian se encargó de prepararle algo de comer y a limpiar un poco el desastre que tenía su amigo.

Cuando Darius salió de la habitación, limpio y con mejor aspecto, hizo una mueca de fastidio al escuchar la voz de Kian en la cocina. Quería estar solo y ahogarse en alcohol hasta que la herida que había sido abierta en su pecho dejara de sangrar, pero su amigo no entendía la palabra soledad y privacidad.

—Sientate, pequeña, te preparé el desayuno —le indicó con cariño en modo de broma y Darius se vio esbozando una sonrisa divertida—. Que linda te ves sonriendo.

Darius tomó lugar en la barra y agradeció lo que su amigo había preparado. No sabía que estaba hambriento hasta ese momento. El silencio reinó entre ellos, lo suficiente que parecía que el apartamento estuviera solo, pero el sonido del teléfono de Kian cortó con aquella atmósfera de paz que se había formado entre los dos.

—Buenos días a ti también, ¿es que ya no tienes modales? —se quejó con falsa molestia—. En casa de nuestra pequeña Darius, ya ves que se quiere hacer el interesante y nos hace pasar por preocupaciones.

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