Capítulo 23

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—Lo sabías, ¿no es así? —inquirió Darius con una calma que alertaba a sus amigos que nada bueno vendría.

—Lo supe cuando regresó, Jolie me lo confesó.

—No me sorprende que la sigas encubriendo.

—No lo hago, Darius —suspiró Jeray—. Aunque ella me contara de lo que había sido de su vida, era su deber decirte. Claro está que, que si no te decía nada antes de que se marchara, estaba muy dispuesto a contarte por mi cuenta.

—¿Debo agradecerte entonces que lo dijera antes de huir como la cobarde que es? —ironizó—. Vaya mierda, pero realmente creí que éramos amigos.

—Lo somos, siempre serán mis únicos amigos, pero no era mi deber hablar sobre un hijo que no engendré yo. Loana es asunto de ustedes dos, no mío.

—Le doy la razón a la señorita aburrida —habló por primera vez Kian—. Aun así, y con todo el respeto que toda mujer se merece, Jolie es una perra por haber ocultado a la niña. Todavía no creo que sea verdad que Darius tenga una hija con esa bruja. ¿Acaso no pudiste usar un condón? Tras del hecho de que vas y te casas y le das vía libre para destrozar tu corazón, le haces una criatura. No sé con quién sentirme más indignado, si con ella o contigo.

—¿Llegaron a un acuerdo? —inquirió Jeray.

—No lo sé, supongo —resopló—. Dice que va a volver a Londres a arreglar su trabajo, vender la casa y no sé qué más mierda, pero no quiero y tampoco estoy dispuesto a alejarme de mi hija en este momento por el tiempo que ella esté allá solucionando todo eso —una sonrisa surcó su rostro y sus amigos fueron testigos de su cambio de humor y del brillo en su mirada—. Lo único bueno que hizo fue hablarle de mí y por eso mi hija no me ve como el puto desconocido que soy. Ella no quiere separarse de mí ni un solo instante y, francamente, yo tampoco puedo soltarla de mis brazos.

—Siempre podrías viajar con ellas o que deje a mi tierna sobrina con su papi —dijo Kian, encogiéndose de hombros—. Ella la tuvo años, ¿qué son un par de meses si la deja contigo?

—¿Seguiste bebiendo? —volvió a preguntar Jeray y Darius lo miró con la ceja enarcada, mas no se atrevió a responder—. Lo supuse. Un hijo implica gran responsabilidad y tú bebes como si el mundo se fuera a acabar.

—Puedo cuidarla, no voy a hacerle ningún daño.

—Desde luego que no, pero hasta que no sueltes la botella, no podrás hacerte cargo de Loana. Últimamente te ves más ansioso, por ende, bebes aun más sin darte cuenta. Desde que cruzaste la puerta de mi oficina has bebido más de cuatro copas cuando nosotros hemos tomado apenas una. ¿No lo entiendes, Darius? Tienes problemas con el alcohol y, aunque estoy de tu parte y considero justo que pasen tiempo juntos, no puedes atender a tu hija en ese estado.

—Sé controlarme y no voy a beber frente a mi hija —señaló.

—Dudo que lo hagas frente a ella, pero es hora de que admitas que tienes un serio problema con la bebida y que a la larga será perjudicial para ti y la relación con tu hija. No me lo estás pidiendo, pero por la seguridad de ella, lo mejor que puedes hacer es buscar ayuda.

Un largo e incomodo silencio se prolongó por varios minutos, en los que Darius no se atrevió a contradecir las palabras de su amigo. Él era demasiado consciente de su problema, no era ajeno ante el hecho, después de todo, en los últimos años su consumo de alcohol había aumentado considerablemente, solo que no se atrevía a confesarlo en voz alta.

Aun así, se creía lo suficientemente apto para cuidar y velar a su hija. Jamás le haría daño a su ángel de luz, a la personita que en cuestión de segundos cambió su mundo y le dio vida luego de tantos años en muerte súbita.

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