En cuanto la campana sonó, en Fa sostenido, Jess se levantó como resorte de su butaca. Recogió su mochila, se la colgó al hombro y mientras salía se colocó ambos audífonos, siendo de las primeras en abandonar el aula.
Aunque lo anhelaba como sólo había anhelado el último libro de Cazadores de Sombras, no miró sobre su hombro. Puso cada pelo de su cabeza en reconfortarse con la idea de que sólo tenía que soportar dos clases más hasta que llegara la hora del primer receso.
La siguiente clase que le tocaba era Física, en la cual no le iba nada mal. Y he aquí otro problema: su promedio. Llevaba un promedio de 9.9 y no se necesitaba a ningún Sherlock Holmes para llegar a conclusiones. Se quiso dar una palmada en la frente por no haber pensado en eso.
Cuando por fin ubicó su casillero vació su mochila y sólo dejó dentro de ella los libros que utilizaría. Obviamente, ni aunque la escuela estuviera bajo la amenaza del Bombardeo de Dresde hubiera dejado el ejemplar de "Rayuela" que cargaba.
Como no quería volver a convertirse en el Correcaminos para llegar a su segunda clase, inmediatamente se puso en marcha. Inconscientemente, comenzó a marcar con las manos los compases de la melodía que sonaba por sus auriculares. Paró cuando se dio cuenta de que debía parecer fugitiva de una institución mental. Dejó caer los brazos a los lados como si se les hubiera ido la vida y se mantuvo inexpresiva aun cuando pasó junto a una chica rubia que evidentemente se reía de ella.
Recordó la vez en la que un sujeto, sacando la mano por la ventana de su automóvil, le había enseñado el dedo corazón a su papá en medio de un embotellamiento. Dave se había reído y, encogiéndose de hombros hacia una Jess de once años, había dicho: "no estamos para gustarle a todos". Jess sonrió ante el recuerdo de su padre y asumió que, de hecho, iba a tener que acostumbrarse a que siempre iba a haber personas así. Alguna vez había oído por ahí que si la gente te juzgaba es porque estabas haciendo las cosas bien.
La campana, además de anunciar el inicio de la clase, anunció su entrada en el aula. Ésta vez Jess sí miró a los demás alumnos, suplicando por encontrarse con Kyat o hasta con el chico del cabello color carbón. Definitivamente no se moría por encontrarse con Miles, pero ahí estaba, con su ya característico ceño fruncido, leyendo un libro. Jess no pudo leer el título, pero se imaginó que era algo como "cómo hacer que las personas quieran suicidarse instantáneamente al conocerte".
Para sorpresa suya, Jess maldijo en voz baja. De una manera un poco más brusca de lo necesaria se arrancó el audífono el oído y ésta vez sí pulsó el botón de "Pausa" en su iPod.
Miles, por otro lado, ni siquiera sospechaba que la chica estuviera en el aula. Tenía la cabeza metida detrás de "El ocho". Ya estando un poco más cerca, Jess por fin pudo leer el título de reojo. Lo había leído un verano, y por un momento consideró acercarse y arruinarle el final completito. Pero hacer eso significaría hablarle y no estaba segura de tener la paciencia para eso. Además, pensó ella mientras buscaba su libro de Física, eso también significaría estar más confundida y enojada, y ya tenía suficiente de esa mala combinación.
Se sentó tres mesas detrás de Miles, en la de hasta el fondo, junto a una chica que parecía haber nacido para el fino arte de mandar mensajes en su celular. Jess trató de no pensar en el libro que estaba en su mochila, pues no encontraba otra cosa que hacer. Para despejar su cabeza, pues ese día parecía estar llena de neblina, creó triadas, las invirtió y luego hizo las resoluciones.
- Buenos días, chicos –saludó una señora de unos 40 años con el cabello castaño corto.
La pelirroja sintió ganas de gritarle con un megáfono un cumplido acerca de sus ojos color celeste. Cerró los ojos y los apretó para distraerse, imaginándose a sí misma siendo golpeada con un enorme violonchelo de excelente calidad y masa justo en la cabeza.
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The Faker.
Teen FictionÉrase una vez un chico con pecas que escribía y que después existía. Érase una vez una chica con cabello del color del amanecer que tocaba mejor de lo que respiraba. Él había aprendido que destruir cosas era más fácil que construirlas. Ella iba a a...