- Verás, rojita, el truco está en no hacerlo muy a menudo para que no pierda su toque especial -dijo Alex, haciendo ademanes con la mano que sostenía su segundo cigarro y expulsando el humo de su boca mientras gesticulaba-. Es por eso que sólo me permito ver películas de "Rápidos y Furiosos" unas quince veces por mes.
Jess no lo comprendía, pero no lo dijo. Cada vez que tenía oportunidad agarraba sus ejemplares de Harry Potter y los ojeaba. Veía las películas cada vez que las pasaban por la televisión, y tenía como mínimo cinco collares de la Reliquias de la Muerte.
- Básicamente, estás diciéndome que tu definición de "especial" encierra un callejón con olor a muerto y con más ratas que la cocina de un McDonald's –y para remarcar lo patética que consideraba su ubicación actual, pateó una lata que se encontraba a su lado.
- Oye, cuidadito, con McDonald's ni se te ocurra meterte –amenazó el chico con el aspecto de estar hablando muy en serio.
Está bien, el chico estaba como un tren, pero era un completo cretino y Jess no podía creer estarse perdiendo clases por primera vez en su vida para contemplar cómo el chico sacaba humo de la boca como chimenea.
- Vaya, creo que algo se movió dentro de ese cubo de basura –comentó Alex con ligereza antes de darle otra calada a su cigarro-. Ah, cierto, ¿dónde están mis modales?
La chica contempló con diversión cómo él se daba una palmada en la frente.
- ¿Quieres? –preguntó, extendido la mano en la que tenía el cigarro.
En realidad, no contaba con que ella lo tomara. Simplemente era para meterse con ella; había resultado ser muy divertido.
- Claro, sí segu... sí –balbuceó ella, y cuando tomó el cigarro dio la impresión de estar lidiando con una muy peligrosa bomba nuclear a punto de estallar.
Al colocárselo entre los labios, Jess trató de recordar otra cosa que no fueran las fotos que había visto relacionadas con el cáncer de pulmón.
No lo sostuvo ni con una pizca de la naturalidad con la que sostenía el arco de su violín. Finalmente, le dio una calada y trató de figurarse qué carajo hacer con el humo segundos antes de comenzar a toser fuertemente.
Por un momento, se distrajo tratando de encontrar la tonalidad de su tos, hasta que Alexander sonrió.
- Vaya, tranquila, rojita. Ahora tengo miedo de volver a dártelo, temo por tu vida.
No te preocupes, pensó ella, no volvería a pedírtelo ni drogada.
- Quiero seguir viendo esa gran sonrisa igual de gigante –señaló ella con diversión y, sin saber de dónde había sacado el coraje, se acercó deliberadamente a él- cuando tengas los dientes cafés y cayéndose a pedazos, si es que no mueres primero de cáncer de pulmón.
- Bueno, de algo me voy a morir, ¿no es así? –el chico se encogió de hombros y acto seguido arrojó la colilla al piso para luego pisotearla-. De cualquier manera, ¿a dónde le apetece a su majestad ir?
Al museo, quiso decir ella. Quería hablar como un perico de las más simples pinceladas y contar la biografía de los autores como si fuera la suya propia, pero no, ni en un millón de años.
¿Cuántas veces, en un solo día, iba a tener ganas de traficar sus propios órganos? Y obviamente, después, con el dinero, contratar a un sicario a que terminara con ella.
- Sé que alucinas con la idea de estar con un chico tan deslumbrantemente guapo como yo, pero no me puedes dejar todo el trabajo a mí, rojita –dijo Alexander, pasando la palma de la mano frente a sus ojos al notar que la chica estaba perdida en sus pensamientos.
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The Faker.
Ficção AdolescenteÉrase una vez un chico con pecas que escribía y que después existía. Érase una vez una chica con cabello del color del amanecer que tocaba mejor de lo que respiraba. Él había aprendido que destruir cosas era más fácil que construirlas. Ella iba a a...