Capítulo 1

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Capítulo 1: Nuevos comienzos

Mía estaba en el aeropuerto, con la mirada fija en la enorme ventana que daba al avión en el que, en pocas horas, subiría para emprender un viaje hacia una nueva vida. Su respiración se mezclaba con la adrenalina y el miedo, esa mezcla extraña que la había acompañado desde que su hermano, Julián, le había dicho que tenía un lugar para ella en su departamento, a miles de kilómetros de la pequeña ciudad en la que había vivido toda su vida.

Era la primera vez que Mía se iba a vivir a otro país. A sus 19 años, había terminado la preparatoria y había aplazado un año la universidad, aunque eso solo se lo decía a sí misma. La verdad era que no tenía idea de qué quería estudiar ni hacia dónde quería dirigir su vida, y la oportunidad de estar con su hermano en una ciudad nueva parecía la pausa que tanto necesitaba. Claro, siempre estaba la duda de si Julián realmente quería que fuera a vivir con él o si lo había dicho solo por compromiso. Julián era siete años mayor que ella, siempre ocupado en su trabajo como diseñador, con sus amigos, con sus planes. A veces, hasta parecía que eran más amigos que hermanos. Aunque se llevaban bien, hacía mucho que no pasaban tiempo juntos.

—Señorita, ¿todo bien? —preguntó una mujer del personal del aeropuerto al notar que Mía había estado de pie junto a la ventana durante mucho más tiempo del necesario.

Mía asintió, sonriendo con timidez, y se dirigió hacia la puerta de embarque. No estaba segura de qué le esperaba al otro lado, pero algo en ella le decía que este viaje era lo que necesitaba para despegar.

Horas después, tras un vuelo lleno de turbulencias y una espera en la aduana, Mía estaba finalmente en la salida del aeropuerto, mirando entre la multitud hasta que, por fin, lo vio. Julián estaba ahí, sonriendo con una expresión cálida, aunque algo nerviosa, con el mismo estilo descuidado que siempre había tenido: camiseta negra, jeans, y su mochila colgando de un solo hombro.

—¡Mía! —gritó, y en cuestión de segundos la abrazó fuerte—. Pensé que nunca te dejarían salir.

—¡Ni me lo digas! —respondió Mía, dejando escapar una risita nerviosa—. Estoy aquí, por fin.

Salieron del aeropuerto y tomaron un taxi hasta el departamento que compartía Julián con dos de sus amigos. Mientras el auto recorría la ciudad, Mía no podía dejar de mirar por la ventana, fascinada por el movimiento y las luces de los rascacielos. Todo era tan diferente de su pequeña ciudad que apenas podía creer que ahora llamaría a ese lugar "casa".

Cuando llegaron al edificio, un antiguo y algo descuidado bloque de apartamentos, Julián la guió hasta el tercer piso. Abrió la puerta y dejó que Mía entrara primero. El lugar era pequeño, pero acogedor. Los muebles tenían un estilo ecléctico, como si cada uno de los tres hubiera aportado una pieza diferente sin preocuparse de si combinaban o no. Aun así, había algo en ese desorden que lo hacía sentir como un hogar.

—Bueno, este es tu nuevo hogar —dijo Julián con una sonrisa—. Quiero presentarte a mis amigos, los chicos con los que vivo.

Como si los hubiera llamado, en ese momento aparecieron dos figuras en la entrada de la cocina. El primero era un chico alto y delgado, de piel bronceada y con una sonrisa pícara. Parecía tener algo de tinta en los dedos y llevaba una camiseta blanca con manchas de pintura. El otro, un poco más bajo y de complexión más robusta, la saludó con un movimiento de cabeza, con una sonrisa tranquila y una camiseta del equipo de fútbol local.

—¡Mía! —saludó el primero con entusiasmo—. Yo soy Iván. Julián nos ha hablado un montón de ti, ya sabes. Nunca habíamos conocido a su hermanita menor. Por fin una chica en la casa. Esto va a ser genial.

Mía no pudo evitar reírse. La bienvenida no podía ser más cálida.

—Y yo soy Mateo —dijo el otro chico, un poco más tímido, aunque igualmente sonriente—. No te preocupes, ya estamos acostumbrados a las locuras de Julián, y... bueno, tratamos de que esto no sea un desastre.

—Sí, claro. Con ellos dos, no hay manera de evitar el desastre —replicó Julián con una carcajada.

La calidez del ambiente hizo que Mía se sintiera menos nerviosa. Había imaginado que la mudanza sería incómoda, llena de silencios y de días intentando adaptarse sin ser una carga para nadie. Pero ahí estaba, rodeada de extraños que no se sentían tan extraños. Había algo en la manera en que Iván y Mateo la miraban, una mezcla de curiosidad y bienvenida, que hacía que se sintiera parte de algo desde el primer momento.

—Bueno, te dejo que te acomodes —dijo Julián señalando una puerta al final del pasillo—. Ese es tu cuarto. Lo hemos arreglado un poco, pero si necesitas algo más, dímelo.

Mía asintió y, después de un par de bromas de Iván y algunas recomendaciones sobre el barrio de parte de Mateo, entró en la habitación que sería suya. Era pequeña y sencilla, con una cama de una plaza, un escritorio, y una estantería vacía. En la esquina, había una planta pequeña, que parecía recién regada.

Al sentarse en la cama, Mía se dio cuenta de que el miedo que había sentido en el aeropuerto comenzaba a desaparecer, reemplazado por una mezcla de curiosidad y emoción. Aunque no tenía idea de lo que le deparaba esta nueva etapa, sentía que este lugar, con su hermano y sus nuevos compañeros de casa, sería el inicio de algo que recordaría por siempre.

Viviendo con mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora