Los pasos resonaban por los fríos pasillos del hospital psiquiátrico, y la puerta de la sala de castigo se abrió con un crujido. Era un sonido que Nikolai reconocía bien, uno que ya no lo sorprendía, pero que siempre lo llenaba de una creciente sensación de inquietud. La luz era tenue, y su cuerpo aún marcado por los días de sufrimiento, parecía estar a medio camino entre la conciencia y la oscuridad. Habían pasado once largos días desde que fue encerrado allí, en esa habitación sin ventanas, sin esperanza, solo con el sonido de sus propios pensamientos y los ecos de su propia tortura.
Los guardias lo tomaron con firmeza, un par de manos que lo arrastraban fuera de la oscuridad de la sala, dejándole la sensación de que, por fin, podría respirar. Sin embargo, el aire fresco que entraba en sus pulmones era solo un recordatorio de lo que había vivido en ese tiempo. El dolor lo seguía, las cicatrices en su cuerpo eran solo el reflejo de lo que había pasado en su mente. Su mente era un lugar turbio, distorsionado, donde la realidad y la fantasía se entrelazaban como hilos en una telaraña sin fin.
—Levántate —ordenó uno de los guardias, empujando a Nikolai hacia adelante. La voz era baja, monótona, pero había una violencia implícita en las palabras que Nikolai conocía bien.
Nikolai no podía responder, no quería hacerlo. Sus ojos, hinchados y sin brillo, apenas podían enfocar la imagen de los guardias que lo rodeaban. Un sudor frío recorría su espalda mientras sentía cómo lo empujaban hacia una nueva celda, una celda sola. Un espacio vacío, silencioso, que lo esperaba con brazos abiertos, dispuestos a engullirlo nuevamente.
Cuando lo empujaron dentro, la puerta se cerró tras él con un golpe sordo. El sonido resonó en sus oídos, y por un breve momento, se quedó allí, inmóvil. Todo lo que podía escuchar era el latido de su propio corazón, tan fuerte que casi podía sentirlo en su garganta.
El frío de las paredes lo envolvió, y fue entonces cuando se desplomó en el suelo, su cuerpo incapaz de sostenerse por más tiempo. Sus piernas se doblaron bajo él, y sin pensarlo, se puso en posición fetal. Como un niño, como alguien que buscaba consuelo en lo único que podía ofrecerse: su propio cuerpo. Con las manos temblorosas, se aferró a su cabeza, como si intentara contener algo mucho más grande que el dolor físico.
El cabello entre sus dedos era como hilos de desesperación, un ancla para evitar que su mente se desbordara. Intentaba, desesperadamente, discernir la realidad, pero todo se había vuelto borroso. Las voces, los gritos, las imágenes de aquellos días pasados en la sala de castigo se mezclaban, fusionándose con los recuerdos distorsionados de su propia vida, como fragmentos de una pesadilla de la que no podía despertar.
—No... no puedo... —murmuró para sí mismo, su voz rota, perdida en la vastedad de su propio sufrimiento. Intentaba separarse de la niebla que nublaba sus pensamientos, pero era inútil. Cada vez que pensaba que podía hallar un refugio, algo lo arrastraba de vuelta.
El dolor era constante, no solo en su cuerpo, sino en su mente, que luchaba por mantenerse a flote en un océano de caos. Cada imagen que aparecía en su mente parecía un reflejo distorsionado de lo que había sido, de lo que aún intentaba ser. La tortura a la que había sido sometido, el aislamiento, todo había dejado cicatrices profundas, no solo físicas, sino también mentales. Y las cicatrices mentales eran mucho más difíciles de sanar.
En medio de la angustia, se dio cuenta de algo: ya no sabía qué era real. Su sentido de la realidad estaba completamente fracturado, como un espejo roto, y él se encontraba atrapado en los fragmentos, tratando de recomponer lo que quedaba de sí mismo. La celda, las voces lejanas de los guardias, incluso las sombras en las esquinas, todo comenzaba a desdibujarse. Era como si su mente no pudiera sostenerse en el presente. Los recuerdos, las pesadillas, los fantasmas de lo que había vivido y de lo que había hecho se deslizaban por su mente, unos más vívidos que otros, y no podía distinguir entre los dos.
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Ecos del abismo.
FanficEn un hospital psiquiátrico, donde el silencio se ve interrumpido por susurros de dolor y desesperanza. Nikolai Gogol se encuentra atrapado en su propia mente, internado debido a un comportamiento errático y a recuerdos que amenazan por consumirlo...