🥀Capítulo 15🥀

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Fyodor aguardaba en el patio, en silencio, mientras el sol apenas iluminaba los rincones del hospital psiquiátrico. El lugar tenía una tranquilidad enrarecida, interrumpida solo por el eco de conversaciones dispersas de otros internos y el ocasional sonido de pasos al ritmo de la llamada a enfermería. La rutina médica había comenzado, y los pacientes entraban a consulta uno a uno, dejando el patio progresivamente más vacío. Primero fue Dazai, quien hizo una entrada pomposa y lanzó una sonrisa desafiante al personal antes de desaparecer tras las puertas de la enfermería.

A medida que la fila avanzaba, Fyodor notó que el nombre de Nikolai no figuraba en la lista, aunque también le resultaba un alivio, pues aún estaba recuperándose. Al momento en que llamaron su nombre, Fyodor se volvió hacia Nikolai, quien se encontraba apoyado en una de las bancas del patio, observándolo con una leve sonrisa y un brillo malicioso en los ojos, como si solo estuviera esperando a ver qué clase de estragos iba a causar Fyodor esta vez.

Fyodor le dedicó una inclinación de cabeza, sutil, antes de encaminarse hacia la enfermería. Mientras avanzaba, su semblante se mantenía calmado, pero sus ojos destilaban una frialdad que no se había disipado desde la noche anterior, desde que Nikolai le reveló con precisión la descripción de aquella enfermera. La mujer que lo había envenenado. Fyodor, al entrar en el pasillo estrecho de la enfermería, reconoció de inmediato a la figura que lo esperaba al otro lado del cuarto. La enfermera tenía la misma expresión impasible, ocupada con documentos en un mostrador y apenas alzó la vista cuando él entró.

—Fyodor Dostoievski, ¿verdad? —murmuró la mujer, sin más interés que el necesario. Se limitó a señalar la camilla y a indicarle que se sentara.

Fyodor obedeció, acomodándose con lentitud y manteniendo su semblante sereno, casi indiferente. La enfermera avanzó hacia él con paso firme y tomó los instrumentos necesarios para revisar su pulso, presión, y otros datos de rutina. Fyodor la observaba, sus ojos oscuros analizándola sin cesar, y a medida que la mujer ejecutaba cada movimiento, él trazaba en su mente cada detalle que Nikolai le había descrito: el tono cetrino de su piel, el pequeño lunar en su cuello, la manera en que sus manos se movían con precisión mecánica.

Finalmente, la enfermera se inclinó hacia él, ajustando un estetoscopio en sus oídos mientras revisaba los latidos de su corazón. Fyodor no perdió la oportunidad de inclinarse también, lo justo y necesario para reducir la distancia entre ambos, y en voz baja, sin alterar el tono de su voz, habló:

—Parece que tiene buenas manos para ejecutar su trabajo. —La frase sonó neutra, casi como un cumplido. La enfermera apenas reaccionó, concentrada en su tarea, aunque Fyodor notó el breve destello en sus ojos, como si algo en su actitud la hubiera puesto en guardia.

Sin embargo, él continuó, casi en un susurro—: Es una lástima, porque las mismas manos también se prestan a la crueldad... y a la estupidez.

La enfermera se tensó, aunque intentó mantener la compostura mientras le pedía que respirara profundo. Fyodor obedeció, pero su mirada seguía fija en ella, y sus palabras se volvían más heladas, con una insinuación de amenaza apenas contenida.

—¿Sabe? Me resulta difícil imaginar cómo alguien de su posición —dijo mientras exhalaba despacio, obedeciendo la orden— tiene el descaro de actuar sin pensar en las consecuencias.

La enfermera retiró el estetoscopio, visiblemente irritada, aunque intentó no dar muestras de su incomodidad. Su mirada era afilada, pero Fyodor mantenía su expresión inmutable, dejando que cada palabra pareciera una observación casual.

—¿Qué intenta decir? —preguntó, su tono más tenso de lo habitual.

Fyodor esbozó una sonrisa sutil, sin dejar de mirarla a los ojos.

Ecos del abismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora