UN PRÍNCIPE ENGREÍDO

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Aretea pidió una pequeña carroza para que la llevasen a los chicos y a ella rumbo al Palacio Gris. Vania flotaba junto al grupo y César se acomodaba en los brazos de Gastón, inquieto por el movimiento del vehículo. La carroza se movía por arte de magia, sin caballos y sin conductor, solo bastó que Aretea le indicara el camino y esta, como si tuviera mente propia, siguió su rumbo.

Los guardias de Aretea se habían ofrecido para escoltarla, pero ella se había negado, dando vueltas su cabeza de búho.

—Correrán peligro en ese lugar, mis valientes servidores. Los quiero en mi palacio, esperándome cuando regrese en brazos de mi príncipe.

Colomba miró de reojo a Gastón. El chico le había dicho a la princesa que ya no había necesidad de acompañarla, pues su enamorado se encargaría de todo, pero la princesa se había puesto a llorar desconsolada.

—¿Por qué no quieren acompañarme? Pensé que éramos amigos

Después de muchos intentos, pudieron calmarla y prometerle que irían con ella de todas formas.

Al percibir la mirada de Colomba, el chico le dirigió una sonrisa titubeante. Se negaba a mostrar temor frente al intrépido reto que se avecinaba, pero la chica lo conocía lo suficiente para saber que estaba nervioso.

Durante el trayecto al Palacio Gris, montones de criaturas habían salido al camino para despedir a Aretea: elfos, fuegos fatuos, e incluso estatuas vivientes bajando de su pedestal. Otros le lanzaban rosas y lloraban postrándose en el suelo.

—¡Buena suerte, princesa!

—¡No mueras, por favor!

—¡Te prometemos que el Rey no sabrá que vas en busca de tu collar!

—¡Viva nuestra princesa!

—¡Viva!

Ella sollozaba y reía a la vez, despidiéndose con la mano. Continuaron su camino hasta que el poblado se fue perdiendo en la distancia y fue reemplazado por un bosque de árboles tan grandes como montañas.

—¿A cuántos días de camino se encuentra el Palacio de Dursé? —quiso saber Colomba cuándo llevaban alrededor de dos horas en la carroza.

—Falta muy poco —informó Aretea—. Está al final del bosque.

En efecto, después de unos minutos, los árboles desaparecieron y se encontraron en un terreno baldío, en el que solo se hallaba una imponente construcción hecha de piedras y ladrillos de distintos colores. Gastón se preguntó porque se llamaba "Gris", pero se percató que sobre el Palacio se cernía una enorme nube que lo cubría con una sombra tétrica, opacando el colorido de la construcción.

La carroza se detuvo se detuvo de golpe.

—Mis queridos —anunció Aretea— Hemos llegado a nuestro destino. ¡Andando!

Colomba suspiró, mientras bajaban del vehículo y emprendían por un camino recto y empedrado. La carroza se alejó traqueteando de regreso al bosque y Gastón la observó con nostalgia.

De vez en cuando, aparecía algún duende travieso que les tiraba las orejas y el cabello, pero al percatarse de la presencia de Aretea se apresuraban a farfullar una disculpa y desaparecer con un ¡plop! en el aire.

Un ser rechoncho y alado con cara de puerco intentó morderles la cara y un gusano gigante lanzó de su cuerpo un ácido tan pestilente que les obligó a detenerse en el camino. La princesa comenzó a dar vueltas su cabeza y a cantar con una hermosa voz:

Vuelve a los árboles

Al corazón de la naturaleza

No voy a temerles

VIAJE AL PLANETA DIMENSISWhere stories live. Discover now