Sus pies se posaron sobre un pasillo blanco y brillante. A ambos costados se encontraban hermosas cortinas transparentes como si estuvieran hechas de agua y cristal. Los chicos estaban silenciosos, acobardados y esperanzados, todo a la vez. Colomba y Gastón se tomaron de las manos y avanzaron lentamente junto a Vania y César.
—Estamos cerca —murmuró el felino con voz emocionada—. No teman.
Caminaron por el pasillo a paso lento. Pequeñas motas de luces se descolgaban del techo y se introducían dentro de sus cuerpos. Se sentían calientes dentro de sus pechos, pero no hacían daño.
—Me hacen cosquillas —susurró Colomba.
—Son hadas dimensinas —la voz del gato sonaba embelesada.
—¿Hadas?
—No tienen rostro, ni cerebro, pero tienen vida propia, poseen un alma bondadosa.
Las cortinas mostraron imágenes de sus vidas a través de su fondo acuoso y cristalino: aventuras vividas en las dimensiones, recuerdos de infancia de cada uno de ellos, e incluso imágenes del futuro. Colomba creyó ver su rostro de abuelita, sentada frente a una ventana observando la lluvia, junto a un anciano parecido a Gastón. Dio un respingo.
Una música celestial llegó a sus oídos, una dulce trompeta y un triste, pero esperanzador sonido de violín. A medida que avanzaron por el pasaje las cortinas comenzaron a cambiar de color y pequeños cristales destellaron en sus interiores como estrellas de un cielo en el anochecer.
—¿De dónde proviene esa melodía, César? —quiso saber Gastón.
—Es el canto de los muertos de Dimensis —explicó César.
Vania giró su ectoplasma deforme.
—¡Oh, sí! Lo siento en lo profundo de mi alma.
Al fondo, la pared comenzó a dividirse, dejando ver el exterior y las voces que habían oído antes de entrar al aro que palpitaba.
Colomba apretó la mano de Gastón con más fuerza, mientras atravesaban la división y todo el pasillo con sus cortinas se desvanecía a sus espaldas.
El mundo que los recibía, se componía de un cielo de color verde esmeralda, con cúmulos de estrellas y del que surcaban muchos meteoritos y motitas de luces que danzaban, simulando seguir el compás de una música. Un satélite gigantesco y uno más pequeños lo decoraban. Él más grande parecía de material metálico y el segundo era similar a la luna, pero brillaba como un sol.
—¿Este lugar es...? —comenzó Colomba.
—Dimensis —respondió César con devoción.
Los amigos estaban rodeados de muchos seres de luz, formando un enorme circulo alrededor de ellos, sin embargo, entre la multitud, también se hallaban seres de carne y hueso, muy altos, de teces blancas y morenas, cabellos largos de color rubio o negro, ojos grandes y redondos, con brazos largos que les llegaban más abajo de la cintura. Vestían trajes metálicos de color rojo o azul.
Gastón y Colomba se acercaron el uno al otro, un poco intimidados.
—¡No tengan miedo! —advirtió César—. No les harán daño. Ellos no son malvados.
—Son fantasmas —lloró Vania mirando a los seres de luz. Su voz bajita se escuchaba a la perfección en medio del lugar—. Los muertos pueden vivir con sus seres queridos en Dimensis.
—Éste es mi pueblo —corroboró César con orgullo y su voz sonó distinta, más ronca—. Somos una comunidad pequeña, pero llena de amor.
Los chicos se voltearon hacia él, pero...
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VIAJE AL PLANETA DIMENSIS
FantasyColomba, una chica de trece años, está desesperada porque el reloj que le ha regalado su padre se ha extraviado de forma misteriosa. Sin embargo, una fantasma aparece en su cuarto y le revela una impactante verdad acerca del malvado ladrón de su rel...