VIAJE AL PLANETA DIMENSIS

LIMBO

Una motita de luz, llamada Vania, llegó hasta el Limbo, un paraíso rodeado de bosques, arcoíris y paz. Allí la esperaba una anciana con una enorme sonrisa. Era su abuela.

—Mi niña... ¡Has vuelto!

—Abuela querida —susurró Vania—. Te eché mucho de menos.

La mujer la observó con aire crítico. El ectoplasma de su nieta tembló.

—Soy muy pequeña ¿verdad? Tuve que gastar energía para salvar a mis amigos muchas veces, pero no me arrepiento de ello.

—Mi valiente, Vania —dijo la anciana y dos hebras brillantes bajaron por sus ojos como lágrimas—. Estás de vuelta y eso es lo único que importa.

Las dos juntaron sus ectoplasmas como un abrazo, formando por un momento, un solo fantasma.

—Pensé que no regresarías —farfulló su abuela, separándose—. ¿Por qué no me contaste que ibas en busca de aquel relojito? Sabes que cómo fantasma entendería perfectamente que estabas anclada a él y que te sentirías atraída hasta su presencia.

—Lo siento abuelita, pero el reloj ocupaba todos mis pensamientos.

La anciana la observó con ternura.

—¿No te importa que sea un puntito? —preguntó su nieta.

—¿Puntito? —preguntó la mujer, ladeando la cabeza, divertida—. Me gusta ese nombre. Te puedo llamar así, mi puntito.

Vania rio por lo bajo.

—¡No te abandonaré otra vez! ¿Quieres que te cuente mis aventuras? ¡Las dimensiones que visité! ¡El planeta Dimensis! ¡Y mis amigos! ¡César, Gastón y Colomba! Cuando mueran los podrás conocer, son maravillosos... bueno al menos a los humanos, porque César en un Zuntt y su fantasma quedará en Dimensis.

Y así, la motita de luz, llamada Vania, contó a su abuela todo lo que había vivido desde que había atravesado el baúl de herramientas en Santa Rosa, hasta la despedida de sus amigos en la Tierra.

Fue una conversación larga y amena. Después de todo, tenían toda la eternidad para compartir.

FIN