CAPÍTULO 27

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DÍA 3: "Abejita"

-CAM-

Los incesantes golpes en la puerta provocaron que varias personas que se encontraban dentro de la cafetería, se giraran en mi dirección, pero no me importó y seguí insistiendo. Mi mente no podía dejar de evocar su cara desencajada de hace apenas unos instantes.

—¿Maya? —la llamé, pero no obtuve respuesta— Maya, ábreme, ¿qué es lo que ha pasado?

Continuaba golpeando la puerta de madera, con el mismo resultado que hasta ahora. Lo único que escuchaba salir del interior, eran pequeños sollozos.

Miré el picaporte, dudando de que fuera a funcionar, pero finalmente lo giré; para mi sorpresa, la puerta cedió y pude entrar.

—Oye Maya, ¿qué es...? —me paré en seco cuando vi la imagen que tenía frente a mí.

Sin siquiera pensármelo dos veces, me agaché junto a ella, hincando una rodilla en el suelo.

Estaba en el suelo, abrazándose las rodillas, como una niña asustada, y con cientos de lágrimas deslizándose por sus mejillas. Pero no fue eso lo que me preocupó, ni siquiera los sonoros sollozos que no dejaba de emitir, lo que de verdad hizo que mi estómago se encogiera y me quedara unos segundos paralizado sin saber qué hacer, fue esa mirada perdida, mirando al frente. No viendo realmente.

Se balanceaba levemente. También su cuerpo se veía convulsionado de vez en cuando por el llanto.

Decidí salir del trance y volví a reaccionar, cogiéndole la cara con ambas manos.

—Maya, escúchame —le dije con firmeza, obligándola a mirarme. Ignoré el escalofrío que sentí cuando su mirada conectó con la mía—. Tienes que calmarte, ¿de acuerdo?

—N-no puedo, yo... —trataba de hablar— esto es...

—Sí —la interrumpí—, sí que puedes. Vamos, respira conmigo.

Comencé a espirar e inspirar lentamente, instándola a que me imitara. No pareció funcionar, ya que, en lugar de hacerlo de manera lenta y pausada, comenzó a hiperventilar. Estaba claro que estaba teniendo un ataque de ansiedad, pero no sabía el motivo, y por lo tanto, tampoco cómo ayudarla.

Sin saber muy bien lo que hacer y tampoco pensando mucho en mis movimientos, la estreché entre mis brazos, con fuerza. Al principio se quedó paralizada, muy tiesa por mi reciente acercamiento, pero entonces relajó su cuerpo y pasándome sus temblorosos brazos por el cuello, me apretó la camiseta y comenzó a llorar contra mi hombro con fuerza.

—Eso es, desahógate, tranquila. No estás sola, estoy aquí contigo —susurré en su oído.

Y ahí nos quedamos durante un largo rato, ella intentando controlar su respiración, soltando todo lo que fuera que llevaba dentro, sin decir nada. Yo por mi parte, tampoco volví a abrir la boca, me limité a acariciarle el pelo con suavidad.


Nos encontrábamos paseando por el mercadillo del que le había hablado aquella mañana. Cuando por fin logró calmarse, nos quedamos tal como estábamos: en el suelo y abrazados, en un completo silencio, durante un rato más; entonces, de pronto, ella se separó y sin mirarme a la cara, susurró "estoy bien". Terminamos de desayunar en un ambiente que se sentía sombrío y asfixiante, como si una oscura niebla se hubiera instaurado en nuestro espacio vital, ocultando de ese modo la luz de aquella peculiar chica de llamativos colores.

Recordé que me había dicho que debía comprarse ropa, por lo que pusimos rumbo a uno de los lugares más bonitos y mágicos de aquel pequeño pueblo italiano. Durante el camino, traté de sacarle conversación, pero fue en vano.

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⏰ Última actualización: Nov 10 ⏰

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