Soy un vil demonio.
Un jodido hombre. Me levanto de la cama con horror al ver quien está a mi lado. Me siento mareado, pero igual me alejo de la cama, mirando estoico a Amelia. Aún está dormida, pero se nota que no quería tenerme cerca por la posición en la que está dormida.
Encogida, hasta el extremo de la cama. Con solo una sábana cubriendo su cuerpo.
Salgo de su habitación desorientado. Con un dolor de cabeza producto de lo ebrio que estuve. Solo espero no haberla lastimado...físicamente. No de nuevo. No me lo perdonaría.
Llego a mi habitación, encerrándome antes de que aparezca Andrew con sus habituales malas noticias. Imágenes del día de ayer llegan a mi mente con fuerza. Como si mi subconsciente me quisiera castigar. Recuerdo levemente a Amelia dormida, luego despertándola.
Besándola....y....tocándola mientras me pedía que no lo hiciera.
Cierro los ojos con fuerza. Me quito la ropa y entro a la ducha, dejando que el agua fría entumezca mi cuerpo.
Debo dejar de comportarme de esa manera con ella. No debo. Pero tampoco debo mostrarme débil y humano con ella. Tiene que odiarme, sentir desprecio. Sentir la imperiosa necesidad de escapar.
No debe verme como su guardián.
Quizás por eso es que me comporto así.
Salgo de la ducha envuelto con una toalla, pensando en sus ojos. Su dulce voz de niña. La piel de terciopelo que cubre cada centímetro de su cuerpo.
—Idiota presuntuoso. Lo primero que te digo que no hagas y lo haces.
Andrew entra a la habitación sin golpear, dejando unas hojas sueltas en la cama. No le contesto. Creo que es lo mejor si no quiero saltar sobre él y golpearlo por entrometido.
Vuelvo al baño a vestirme, dejando a Andrew más enojado, si cabe aquella posibilidad. Me tomo el tiempo viendo mi reflejo en el espejo.
Mis ojos, mi cabello, mi rostro...me veo igual que antes, pero todo ha cambiado en mí. De alguna u otra manera, Amelia es la causante. Me siento desarmado cuando se trata de ella. Sé que es débil, sé que es inútil cualquier intento de ella por salir, pero es como si con solo mirarme ya supiera lo que pienso. Y eso es lo que me desarma. Su vulnerabilidad, el sentimiento que provoca en mí.
No sé qué hacer ahora. La lastimé de diferente manera. La lastimé cuando me prometí no hacerlo.
—¿Vas a salir o qué? ¿Tengo que esperar? ¡Sal de una maldita vez! —Andrew aporrea la puerta del baño con furia.
Abro la puerta con fuerza hasta hacerla estrellar contra la pared. Me muevo rápido hasta tener el cuello de Andrew entre mis manos. Siento la furia recorrer mi cuerpo por completo.
—No creo que te hayas dado cuenta de la mierda que llevo encima, ¿verdad? No me cojas los cojones, Andrew, porque te juro que me olvido que eres mi mejor amigo y te daré una paliza para que tengas bien en claro de quien manda en este puto lugar.
—Su...el..ta...me. —Jadea por un poco de aire, por lo que lo suelto y cae al suelo de inmediato. Sosteniéndose la garganta, se levanta y me mira desafiante antes de dar media vuelta y salir de mi habitación.
Tomo la silla junto al escritorio y la pateo con fuerza para descargar algo de mi enojo. Temo ir a verla. Temo ver la opacidad en sus ojos. Tengo tanto miedo de...¡Mierda! No sé qué me encontraré en ella.
No quiero verla llorar. No soporto verla así.
Me visto con unos pantalones y una camisa blanca para poder ir a verla. Camino por los pasillos desolados hasta cruzar el umbral de la entrada. Tenía en mente ir a verla. Pero creo que lo mejor es salir a despejar mis pensamientos un poco.
Decido conducir la moto, así puedo ir a donde sea sin que me molesten los guardias. Salgo disparado hacia la carretera, sintiendo la llovizna golpear contra mi cuerpo y el casco.
Necesito estar en control de mis acciones. No puedo regresar y verla estando así. Al llegar a una intersección de cuatro vías, tomo la tercera hacia la izquierda según los datos que había leído hace una semana. La guarida de Thomas es el lugar perfecto para reuniones de mala muerte. Y debido al lugar, si alguien llamase a la policía sería difícil llegar si no es en moto.
Reduzco la velocidad cuando llego al estacionamiento, bajo y llevo rodando la moto hacia los árboles donde nadie pueda verla.
—¡Hey, muchacho! ¿Qué haces en este lugar? —Pregunta un hombre de baja estatura pero de rostro duro.
—Solo vine a tomar unas cervezas. —Sonrío con ironía. —No ha sido un buen día. El ave se fracturó el ala.
El hombre me observa de pies a cabeza pero no me inmuto. Si es necesario, debo ser amable. O algo parecido.
Ver a Thomas es complicado, pero con la clave secreta es fácil verlo.
—¿Qué ala? —Pregunta otro hombre, de piel morena y más alto que el otro.
—La izquierda. —Ambos intercambian miradas pero me dan paso a entrar.
—Aquí no nos andamos de buena gente, muchacho. Cuídate la espalda. —Advierte el más bajo.
No es necesario que me lo digan, pero aun así asiento con la cabeza y sigo mi camino. El bar es de estilo rústico, con mesas y sillas de madera artesanales. Hay mujeres paseando entre las mesas llevando las bandejas y siendo manoseadas o folladas por los clientes del lugar.
No me sorprende. Ninguna es tan pura como mi Amelia.
Esquivo a hombres borrachos, botellas de cerveza vacías y otras cosas más que no me gustaría saber su procedencia hasta llegar al fondo del local.
Thomas está sentado detrás de una mesa larga jugando a las cartas con unos hombres vestidos semi formales. Al verme, Thomas abre sus ojos por la sorpresa y sonríe ensanchando sus regordetas mejillas.
—Pero miren quién vino a visitarnos. —Aplaude con ánimo infantil. Todos los demás se levantan y me observan con sospecha. —¡Vamos! No es una amenaza. Si no fuera por él, nuestro negocio se iría a la mierda.
—En ese caso, bienvenido, Sombra. —Habla uno de ellos, la verdad, ni me importa quién sea.
—Hace mucho no escucho ese apodo. —Sonrío sin desviar mi atención de Thomas. —Tengo que hablar contigo, Thom. Es un negocio importante.
Él asiente y con un chasquido de dedos, los hombres van saliendo uno por uno de la sala, dejándonos solos.
—Necesito información, Thom. —Le entrego el pendrive, lo revisa y conecta en una notebook. —Necesito saber su ubicación.
Su carcajada me toma por sorpresa. No me esperaba que esa sea su actitud.
—Me has pedido muchos favores, Sombra. Pero.. ¿buscar a una mujer? Te creía más casanova, hombre.
—No te incumbe mis motivos. Su ubicación, la necesito.
—¿Y qué me darás a cambio? Ya sabes... —Coloca sus manos sobre su estómago abultado. —Nada en esta vida es gratis.
—Claro que no. Envíame su ubicación. Quiero toda información que puedas darme. Y te daré la próxima mercadería gratis.
Lo veo debatir entre sus pensamientos hasta que sonríe. Y sé, en este momento, que la tendré en mis manos.
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Relatos de un secuestro ©
General FictionEl amor y la felicidad fueron sustituidas por el miedo, el terror de no poder ser libre de nuevo. Ya su voluntad se esfumó como el aire expulsado de sus pulmones, así mismo como su mente, su cordura está a punto de morir. Todo cambió en pocas horas...