Las horas pasan mientras veo como cargan los autos con la mercancía mientras otros ya van rumbo a su destino. Andrew está a mi lado, viendo en silencio también. No hemos hablado desde hace tiempo por lo sucedido con Amelia.
Amelia.
Pensar en ella hace que una corriente extraña viaje por todo mi cuerpo, ansiándola a mi lado como nunca.
—Deja de pensar en ella. —Susurra Andrew alejándose de mí para hablar con un proveedor. Dejo que se haga cargo, al fin y al cabo es mi mano derecha en todo.
Subo al auto y manejo hacia la mansión. Estos días no han sido nada bueno. Me he tenido que ausentar hace más de una semana, dejando a mi mujer bajo el cuidado de otros, al menos está en mí habitación. Acelero al acercarme a la valla de seguridad. Estoy tan ansioso. Necesito verla.
Sentirla.
Pero...a la vez no quiero. ¿Es eso comprensible? No puedo verla a sus hermosos ojos sin pensar en aquellas fotos. Otro motivo más para tenerla bajo mi protección. Su padre siempre ha sido un monstruo, pero su hermana no. La hermana de Amelia no tenía nada que ver, al igual que ella.
Estaciono en el garaje y bajo con calma. Los guardias inclinan la cabeza a modo de saludo y hago lo mismo. Algunas chicas "aceptadas" están deambulando por los alrededores en unos diminutos bikinis deleitando la vista a los que se encontraban por ahí. Claro que había uno que otro que aprovechaba y las tocaban.
Ellas no hacían nada más que seguirles el juego.
Por eso eran las aceptadas. Las putas por naturaleza.
Por los pasillos hay silencio, apenas se escuchan los sollozos o conversaciones de algunas mujeres en sus habitaciones.
Camino más allá, hacia mi habitación, deseando verla. Pero al abrir la puerta, no estaba preparado para ver lo que acontecía. Ella solloza, meciéndose de atrás hacia adelante en una esquina. Totalmente ida, sus ojos viendo al vacío. Y para mi horror, aquellas fotos se encuentran esparcidas por el suelo. Fotos sangrientas que muestran la masacre de la que fueron parte su padre y hermana. Asustado, recojo todo y las guardo en el sobre.
No sé qué hacer. Ni qué decir.
Me acerco con cuidado, levantándola del suelo para acunarla en mis brazos. La llevo hacia la cama, recostándola ahí, viendo cómo se encogía entre las sábanas. Dolor. Eso es lo que veo en ella.
—¿Amelia? Cariño, habla conmigo. —Susurro arrodillado frente a su rostro. Sus ojos permanecen cerrados con fuerza, como si luchara para que las lágrimas no saliesen, pero fracasando.
No sé qué hacer para tranquilizarla, no sé qué hacer.
—Ellos...—Susurra con dolor. Más yo lo único que puedo decir son dos palabras, que posiblemente no ayuden.
—Lo lamento.
Pero no tengo nada que lamentar acerca de eso. Está claro que yo no maté a nadie, pero lamento que le esté pasando esto a ella. A este ser que no merece esta vida. Ella merece ser feliz, que sus ojos no derramen ninguna lágrima. Me recuesto detrás de ella como lo hago cada vez que puedo, atrayéndola a mi cuerpo en un abrazo. Para mi sorpresa, ella no se tensa como siempre, se aferra a mi camisa, escondiendo su rostro en mi pecho dejando que lágrimas silenciosas acaricien sus mejillas.
Así pasamos el tiempo. Yo hablaba en susurros. Contándole alguna historia. Más ella no hablaba. Sus labios sellados y mirada vacía adornaban su rostro. Las lágrimas ya se habían escaseado hace horas. Pero el dolor seguía mermando en su interior.
Eso no era nada.
Los días pasaban y ella seguía en la misma situación. La acompaño todas las noches, abrigándola con mis brazos. Besándola, pero era como besar a una estatua. Fría y sin vida. Aquella luz de sus ojos no estaba.
Yo no podía aguantar esto. Dejé que Andrew la acompañase, al fin y al cabo, fueron amigos en la universidad. Mientras estoy esperando en el pasillo, puedo escuchar las acusaciones de Amelia. Odia a Andrew. O no tanto, solo se ha de sentir engañada. Dolida. Escucho sus alaridos, sus gritos de impotencia. Sus llamadas. Sus susurros, pidiendo que todo esto sea solo una broma.
¡Cómo quisiera que lo sea!
Cierro los ojos recargando mi cabeza contra la pared. Pensando alguna manera de encontrar a los culpables cuando la puerta se abre y sale Andrew. Su rostro es impasible y sin esperar, me propina un golpe seco en la mandíbula haciéndome tropezar, más no caer.
—Esto, jodido amigo, es por ella. —Pasa sus manos por el rostro, para luego señalar la puerta. —Entra. Ella piensa que fuimos los culpables pero no cree en mí.
Entro a la habitación, encontrándola, de nuevo, a ella recostada en la cama. Su cuerpo tenso, y mirada vacía.
—Amelia. —Mi llamado no hace nada en ella. Sigue como está. Ida.
Al acercarme a ella, sorprendiéndome, se levanta con rapidez corriendo hacia la esquina más lejana de la habitación. Su camisón ondeo alrededor de ella, abrazando su figura. Sus extremidades tensas, como si esperase alguna indicación para defenderse. Y sus ojos....aquellos ojos que hace unos segundos estaban vacíos, ahora están llenos de odio, rencor...miedo. El miedo destila de ella llenando el ambiente de un tenso silencio.
Doy un paso y ella se encoje, apegándose a la pared.
—Amelia....yo no fui.
—¿Cómo...cómo lo sé? —Su voz temblorosa hace eco en la habitación, sonando rasposa por los días que no ha sido utilizada más que para balbucear. —Son viles...crueles. ¿Por qué tengo que creerte?
—No deberías. Pero en esto sí. Yo no maté a nadie de tu familia.
—¡LOS MATASTE! —Grita con dolor y miedo.
Me acerco a ella, sujetando con fuerza sus delgados brazos. Ella forcejea, intentando separase de mí, pero no puede. Lo débil de su cuerpo apenas la puede mantener en pie.
—Escúchame. —Sujeto su rostro entre mis manos obligándola a mirarme. Estoy enojado, pero sin razón. Ella tiene razón. No debería confiar en mí. Pero me enoja que no lo haga. —Yo no maté a nadie, cariño. No es mi problema si lo entiendes o no. Pero ya basta de estas ridiculeces. No grites. No me hables de ese modo, que aquí la prisionera eres tú y debes obedecerme si quieres estar bien. ¿Entiendes?
Sus hermosos ojos se cierran para luego asentir. Pero la cólera no me deja entender. No me da abasto para la dulzura. Con más fuerza, sujeto su rostro hasta que sus labios sueltan la respuesta que espero.
—No maté a nadie, Amelia. Entiéndelo. —La suelto, sintiéndome asqueado por la manera de hablarle tan ruda. Pero así son las cosas, ¿verdad? —Recuéstate en la cama.
Se escabulle detrás de mí y se recuesta en la cama. Como le ordené. Tan obediente. Tan sumisa.
Me recuesto con ella, obligándola a que su cuerpo se apegue al mío. Dejo que llore, con su cuerpo tenso, con miedo a que le vaya a hacer algo. Pero no puedo ni siquiera besarla. Simplemente no puedo. Esta sería una nueva marca dolorosa en su alma.
—Te prometo que encontraré al culpable, Amelia. Lo encontraré.
Pasamos unas horas en la misma posición hasta que la noche aniquiló la claridad del día y mi amada se sumió en un sueño profundo.
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Relatos de un secuestro ©
General FictionEl amor y la felicidad fueron sustituidas por el miedo, el terror de no poder ser libre de nuevo. Ya su voluntad se esfumó como el aire expulsado de sus pulmones, así mismo como su mente, su cordura está a punto de morir. Todo cambió en pocas horas...