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POV

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POV. Kim Seokjin.

No era una persona tímida, ni mucho menos, pero habían cosas que me ponían nervioso si es que se salían de mi control; como por ejemplo mi cambio corporal. A mis catorce años de edad comencé a experimentar cambios en mi apariencia física, y eso era algo que me llevó a experimentar estrés. Siempre quise ser de baja estatura, pequeño y delicado, pero mi cuerpo se estiró hasta alcanzar 1'79 de altura, mi espalda se hizo ancha y los dedos de mis manos se alargaron.

Mirándome al espejo me di cuenta que no me gustaba mi apariencia física. La odiaba porque no era lo que yo quería. Habían marcas de estrías alrededor de mis muslos, y un sin fin de defectos que me hicieron sentir asqueroso.

Recuerdo perfectamente el primer día que induje mi vómito. Fue después de las vacaciones de verano, esos meses yo había entrado a un club de cocina para distraer mi mente, pero eso me llevó a aumentar tres kilos de mi peso. No podía soportarlo, así que corrí con prisa hasta mi habitación y me encerré en el baño, lloré mucho, y pronto un pensamiento se clavó en mi cabeza como una solución a mis problemas.

Si no comía, no engordaría.

Y con ese pensamiento llevé dos de mis dedos a mi boca y comencé a provocar arcadas desagradables hasta que lo conseguí. Vomité toda la cena hasta que mi estómago quedó vacío. Recuerdo el dolor de mi estómago pero también recuerdo la satisfacción que me dió saber que todas esas calorías estaban fuera de mí. Esa mezcla de confusión y miedo se apoderaron de mí haciéndome adicto a la sensación de liberación.

Cuando cumplí los diecinueve años mi mente ya había tocado fondo. Mi madre me encontró tendido en el piso del baño, cuando me ingresaron al hospital me diagnosticaron anemia avanzada. Eso alarmó a mi madre, quien me obligó a tomar una cita con una psicóloga y allí fue cuando mi vida cambio. Según mi madre era por mi bien, y terminó por tomar una decisión unilateral: me internó en Rossel.

Al principio fue un infierno para mí, la rutina, las sesiones, la constante vigilancia, era casi imposible de tolerar, pero hubo alguien que tomaba toda mi atención, aunque yo no sabía cómo explicarlo.

Los fuertes brazos de Namjoon me tomaron por la cintura y me obligaron a detener mi paso.

— Suéltame. No estoy de buen humor — le advertí.

— Lo sé, por eso estoy aquí — ejerció fuerza en mi cintura, y su cálido aliento golpeó mi lóbulo.

— No podemos — me giré quedando bajó su mirada —, la hora del almuerzo terminará pronto y notarán nuestra ausencia.

Me aprisiono contra su pecho.

No me gustaba que me tocaran demasiado, pero si se trataba de él, mi mente se nublaba y desobediencia a mi razón. No podía negar que él era un hombre sumamente atractivo. Su cabello castaño oscuro, sus ojos marrones, piel morena como el roble y hoyuelos coquetos cerraban totalmente el trato sobre su encanto. Y por eso lo odiaba, porque me hacía perder el control de mí y lo tomaba haciéndome sentir vulnerable.

Placebo [Sope]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora