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POV

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POV. Jung Hoseok.

Deslicé el pincel por el lienzo blanco, de un lado a otro, trazando lineas sin sentido de un color, y otro y otro. Mi mente estaba completamente sumergida en los recuerdos de aquel beso. Era ilógico, completamente absurdo, y quería borrar toda sensación que dejó en mi, pero fue casi imposible. Cuando mi mano se detuvo, mi mente se enfoco en contemplar lo que había hecho, el pincel se deslizó por mis dedos y cayó al piso creando un golpe secó.

— ¡Oh, vaya! — exclamó Irene, nuestra maestra de manualidades y dibujos — Es lindo, Hoseok. Muy bien hecho.

Me incliné para volver a tomar el pincel.

— ¿Podría retirarme? — pregunté, al mismo tiempo limpiaba mis manos con un pequeño paño.

— Si, no hay problema — le hizo una señal a uno de los enfermeros —, pondré tu pintura a secar y después podras venir por ella, ¿Te parece?

Asentí levemente.

La señorita Irene siempre era muy amable y su sonrisa era genuinamente hermosa.

Caminé hacia la salida, pero ella me llamó y me giré para ver de que se trataba.

— ¿Si?

— La pintura, es realmente es linda — me dijo aquello con una mediana sonrisa.

Hice una pequeña reverencia y salí del salón.

Caminé por el pasillo hasta llegar al jardín trasero, mi mente seguía estancada en él... En el sabor de su saliva, en el calor de su cuerpo y me odie por fantasear con el recuerdo.

Después de ese beso, Yoongi salió de la habitación sin decirme nada. En el desayuno ignoró por completo mi mirada. Eso me hizo sentir consciente de la realidad. Él es un maldito demente, todos en este lugar estamos mal de la cabeza, nada es lo que parece y yo —como el idiota que soy— fantaseo con algo absurdo.

No puedo olvidar lo que ví en aquel baño, o a la chica que lo estaba esperando en la lavandería. No podía permitirme crear una fantasía por un simple beso.

Seguí caminando sin ningún rumbo en especial, las áreas prohibidas eran un edificio donde habían otros internos, según lo que un día Lisa me comentó, es que era un lugar donde tenían personas que perdieron la cordura en su totalidad, asesinos y psicópatas.

Seguí caminando hasta llegar a unos arbustos bastante altos, por un momento pensé en Alicia en el país de las maravillas, y sonreí porque me gustaba esa historia. Miré hacia el edificio «prohibido» y sentí un extraño escalofrío, el lugar —a pesar de ser impecable — se veía lúgubre.

«¿Asesinos?» me pregunté curioso.

Volví sobre mis pasos antes de que algún enfermero notará mi ausencia, lo menos que quería era que me llamarán la atención.

Placebo [Sope] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora