Aether:
Había algo en el silencio de mi padre que siempre lograba intrigarme. Podía hablar mil palabras sin emitir un solo sonido. Quizá era una habilidad adquirida en el negocio de la mafia, o tal vez era simplemente su naturaleza. Aun así, cada vez que me enfrentaba a esa mirada helada y calculadora, recordaba que alguna vez fue diferente. Que, antes de este hombre implacable que tenía frente a mí, hubo un padre que me miraba con algo parecido a la calidez.
Ese recuerdo se había convertido en un espejismo, algo que a veces me preguntaba si era real. Porque, aunque pocos lo saben, Dionisios Konstantinou no siempre fue un ser de acero. Hubo un tiempo en que era un padre... y yo era solo un niño.
Mis pensamientos comenzaron a divagar, como si mi memoria me guiara de regreso a aquellos días. Cerré los ojos, y de inmediato fui transportado a uno de esos recuerdos que permanecían grabados, esos que el tiempo no podía borrar.
Era un día cualquiera en nuestra casa de verano, el sol brillaba, y yo no podía tener más de catorce años. Era una época en la que aún veía a mi padre como un héroe, alguien que podía conquistar el mundo. Dionisios me había llevado al campo para enseñarme a pescar, una actividad que, aunque insignificante, simbolizaba esos momentos de paz y cercanía entre nosotros. Solíamos hablar de todo y de nada, y él siempre tenía un consejo o una historia para contarme.
Recuerdo estar en la orilla del lago, concentrado en la caña de pescar, cuando de repente sentí la mano de mi padre sobre mi hombro.
—¿Sabes, Aether? —dijo, con un tono suave y una sonrisa en los labios—. Hay cosas que el dinero y el poder no pueden comprar. Y una de ellas es la paz.
En aquel momento, no entendí completamente sus palabras, pero asentí, queriendo complacerlo, como cualquier hijo que idolatra a su padre. Dionisios rió y me revolvió el cabello, mostrándome un lado de él que, después de ese día, no volvería a ver.
Pasaron algunos meses después de ese verano. Al cumplir los quince años, todo cambió. Como si hubiera una línea invisible que, al cruzarla, transformara mi vida. Dionisios me llamó a su despacho y, con un semblante que no había visto antes, me dijo que había llegado el momento de "convertirme en un hombre".
Recuerdo esa escena como si hubiera ocurrido ayer. Entré al despacho, pensando que íbamos a hablar de las usuales trivialidades que solíamos compartir. Pero en lugar de eso, encontré a mi padre con un semblante implacable, su mirada fija en mí como si me estuviera evaluando.
—Aether —comenzó, con una voz tan fría que me estremeció—. A partir de hoy, las cosas serán diferentes.
Al principio, no entendí a qué se refería. ¿Diferentes cómo? Pero pronto, sus palabras lo explicaron todo.
—Ya no eres un niño —continuó, clavando sus ojos en mí—. A partir de ahora, te entrenaré para que puedas sobrevivir en este mundo. Y en este mundo, la debilidad es una sentencia de muerte.
Mis palabras parecían haberse quedado atrapadas en mi garganta. Me sentía desconcertado, y un extraño sentimiento de miedo comenzó a apoderarse de mí. Porque, en ese momento, supe que algo en nuestra relación estaba cambiando para siempre.
Dionisios continuó, imperturbable.
—De ahora en adelante, no esperes de mí el consuelo de un padre. No puedo serlo, Aether. No si quiero que sobrevivas. Tendré que ser implacable. Y tú... tendrás que aprender a soportarlo.
Aquella tarde, algo en mí se rompió. Al salir de su despacho, sentí que había dejado atrás una parte de mi infancia. Dionisios nunca volvió a mirarme con la misma calidez que antes, y su sonrisa, la misma que solía ver tan a menudo, desapareció.
Abrí los ojos, volviendo al presente. La oscuridad de mi memoria contrastaba con el tenue resplandor del salón donde me encontraba. A mi lado, Dionisios repasaba los últimos detalles del plan de venganza, imperturbable, como siempre.
Desde ese día en que me "inició" en el mundo de la mafia, había sido así: distante, rígido, severo. No había lugar para el afecto en su entrenamiento. Cada error que cometía, cada duda que mostraba, era castigado con dureza. Pero, con el tiempo, entendí su método. Entendí que para Dionisios, preparar a su hijo significaba endurecerlo, forjarlo para que nada ni nadie pudiera doblegarlo.
Y aunque una parte de mí lo odiaba por eso, otra parte sentía gratitud. Sabía que, de no haber sido por su dureza, probablemente no sería quien soy hoy. No sería el hombre capaz de enfrentar esta guerra, de buscar venganza por mi madre sin miedo a las consecuencias.
Sin embargo, la sombra de ese dolor seguía ahí, enterrada bajo capas de acero y disciplina. Quizá esa fue su intención desde el principio, y yo, sin darme cuenta, me había convertido en el hombre que él quería que fuera.
Dionisios me miró y, como si pudiera leer mis pensamientos, su rostro se suavizó un poco. Fue un gesto pequeño, casi imperceptible, pero para mí significó mucho. Porque, aunque nunca lo diría en voz alta, sabía que una parte de él seguía siendo el padre que alguna vez me enseñó a pescar en aquel lago.
Decidí guardar esos recuerdos en el rincón más profundo de mi mente. No podía permitirme pensar en ellos ahora. Había una misión, un plan que ejecutar. Y mi deber era cumplirlo sin vacilar, tal como Dionisios me había enseñado.
Respiré hondo, buscando en mi interior la fortaleza que él había cultivado en mí a través de los años. Porque, en esta guerra, la debilidad no era una opción. La venganza por mi madre, por el dolor que había causado su pérdida, era lo único que importaba ahora.
—Estoy listo, padre —dije finalmente, mirándolo a los ojos—. Hagamos que paguen.
Dionisios asintió, su semblante endurecido nuevamente, como si aquel pequeño momento de vulnerabilidad no hubiera existido.
—Así será, Aether —respondió—. Así será.
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CRIADO PARA LA MAFIA
Любовные романыAether Konstantinou no es un hombre común. Criado bajo la sombra de uno de los capos más temidos de la mafia griega, su vida ha sido un campo de entrenamiento constante, un curso intensivo en crueldad y poder. En su mundo, la debilidad es sinónimo d...