Capítulo 8: Destrucción

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Dionisios:


La casa estaba sumida en un silencio aterrador, uno que parecía consumir cada rincón, cada habitación, cada recuerdo que habíamos creado juntos. Me encontraba de pie en mi despacho, mirando la pared donde colgaban algunas fotos de nuestra familia. Me resultaba imposible apartar la vista de la imagen de Rhea y Aether en uno de nuestros días felices, sonriendo con una naturalidad que ahora parecía tan lejana, tan irreal. El vacío que me inundaba era indescriptible, como si alguien hubiese arrancado una parte de mi alma y la hubiera dejado sangrando, al descubierto.

Perder a Rhea... La sola idea me hacía sentir como si mi corazón fuera triturado una y otra vez, hasta no quedar nada. No había palabras para describir el terror y el desconsuelo que me invadían. Yo, Dionisios Konstantinou, el hombre al que todos temían, estaba al borde de la desesperación. El mundo había sido testigo de mi fuerza, de mi dureza, de mi capacidad de arrasar con todo a mi paso. Pero Rhea... Rhea era la única que me conocía realmente, la única que lograba ver más allá del monstruo que todos creían que yo era. Sin ella, no era más que una sombra, un hombre quebrado.

Sentí un nudo en la garganta y una presión en el pecho que me hacía difícil respirar. Me apoyé en el escritorio, tratando de estabilizarme, pero el dolor era implacable. La culpa comenzó a invadir cada rincón de mi mente. ¿Cómo pude permitir que esto sucediera? Sabía que había enemigos que rondaban, que el peligro siempre estaba a nuestro alrededor. ¿Por qué no insistí en que se quedara en casa? ¿Por qué no le pedí que tomara más precauciones? Pero no lo hice, porque Rhea siempre había sido libre, indomable, y jamás habría aceptado que le impusiera restricciones. Esa era una de las cosas que amaba de ella, su fuerza, su independencia. Y ahora, esa misma libertad había podido costarle la vida.

Mis pensamientos se volcaron hacia nuestro pasado, hacia todos los momentos que habíamos compartido. Ella fue la única que logró atravesar mis muros, la única que me mostró que había algo más allá de la violencia, del poder, de la brutalidad del mundo al que pertenecíamos. Recuerdo el día en que la conocí; su presencia llenó la habitación y, desde ese momento, supe que mi vida nunca volvería a ser la misma. Habíamos enfrentado dificultades, luchado contra las sombras de nuestros propios demonios, pero juntos siempre encontrábamos la manera de seguir adelante. Ella era mi paz en medio de la tormenta, mi ancla en un mundo que parecía destinado a destruirme.

No podía mostrar mi dolor ante Aether. Como su padre, era mi deber ser fuerte, enseñarle que incluso en los momentos más oscuros, un Konstantinou no flaquea. Pero, ¿cómo podía enseñarle eso cuando yo mismo me sentía al borde del abismo? Me encontraba atrapado entre el deseo de desmoronarme y la responsabilidad de mantener la apariencia de impenetrable fortaleza. Aether necesitaba a un padre, alguien que pudiera guiarlo, no a un hombre destruido.

Pero, aunque intentara ocultarlo, el dolor seguía ahí, latiendo en cada fibra de mi ser. No podía apartar de mi mente los recuerdos de nuestra vida juntos. No solo éramos socios en esta vida llena de peligro; éramos compañeros en todo sentido. Había momentos en los que, al final de un largo día, nos quedábamos sentados en silencio, disfrutando simplemente de estar el uno junto al otro. Esos eran los momentos en los que sentía que había encontrado mi propósito, mi razón para seguir adelante.

Cerré los ojos y, de inmediato, una imagen de Rhea apareció en mi mente. Estaba en la cocina, preparando el café de la mañana, una rutina que siempre le había gustado a pesar de que teníamos personal para hacerlo. "Es la única manera de asegurarme de que esté hecho como debe ser," solía decirme, con esa sonrisa traviesa que lograba arrancarme una risa incluso en los días más sombríos. Recordé cómo se veía al amanecer, con los rayos de sol iluminando su cabello, dándole un aspecto casi etéreo. No era solo una imagen; era un recordatorio de que ella había sido mi luz, la única que podía guiarme a través de la oscuridad.

Me dejé caer en el sillón, incapaz de soportar el peso de estos recuerdos. Era irónico, pensé, que el hombre que había construido un imperio a base de fuerza y miedo estuviera aquí, incapaz de enfrentar su propio dolor. Quería gritar, romper algo, cualquier cosa para aliviar aunque fuera un poco la presión en mi pecho. Pero no podía permitirme ese lujo. Tenía que mantenerme firme, tenía que seguir adelante, no solo por Aether, sino por la memoria de Rhea.

Pero la verdad era que me sentía destrozado. Sin ella, mi vida carecía de sentido. Habíamos construido una familia, una vida juntos en medio del caos, y ahora todo parecía desmoronarse. Había momentos en los que incluso pensaba que sería más fácil si pudiera rendirme, si pudiera dejarme llevar por el dolor y desaparecer en él. Pero eso sería traicionarla, traicionar el amor que habíamos construido.

Volví a mirar la foto en la pared. Aether y Rhea, riendo juntos, tan despreocupados. Me di cuenta de que esa imagen simbolizaba todo lo que había perdido, todo lo que había estado dispuesto a proteger a cualquier costo. Y, sin embargo, aquí estaba, incapaz de salvar a la persona que más amaba. La culpa me asfixiaba, cada pensamiento un recordatorio de mi fracaso como esposo, como protector. ¿Cómo iba a mirarme en el espejo después de esto?

Me obligué a levantarme, a recomponerme. Aether no podía verme en este estado. Como Konstantinou, debía enseñarle que nuestro deber era seguir adelante, sin importar el dolor, sin importar las pérdidas. Aunque por dentro estuviera muriendo, él no debía saberlo. Lo último que quería era que él cargara con mi dolor además del suyo. Mi hijo merecía un padre fuerte, alguien que pudiera guiarlo, que pudiera mostrarle el camino en medio de la oscuridad.

Respiré hondo, sintiendo cómo el dolor se asentaba en el fondo de mi pecho, un recordatorio constante de lo que había perdido. Esta batalla no había terminado. No descansaría hasta saber qué había sucedido con Rhea. Y, si fuera necesario, destruiría a cada persona, a cada imperio que se interpusiera en mi camino. Porque, al final, no había nada que no estuviera dispuesto a hacer por ella.





















































El amor de mi vida sufriendo por el amor de su vida 💔😔

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