Aether:
La calle estaba en silencio, demasiado silencio. Solo el sonido de mis propios pasos me acompañaba, resonando en la oscuridad de la noche. Sabía que mi padre caminaba detrás de mí, casi como una sombra. Ninguno de los dos hablaba, pero no necesitábamos hacerlo. El aire estaba cargado de tensión, de frustración. Sentíamos la derrota calándonos hasta los huesos. Habíamos caído en la trampa de Alfano, y aunque aún no lo creía completamente, todo parecía indicar que estábamos un paso atrás. Pero no estaba dispuesto a quedarme ahí, a rendirme tan fácilmente.
La sangre de mi madre, Rhea, seguía caliente en mi memoria. Cada gota de esa maldita sangre se estaba convirtiendo en mi combustible, mi motor. Y mientras tuviera aire en los pulmones, mientras mi corazón latiera, no iba a dejar que Prieto Alfano se saliera con la suya.
La rabia me quemaba por dentro, pero era una rabia controlada, fría, calculadora. Algo que mi padre siempre había sabido hacer mejor que nadie. Aunque mi cuerpo palpitaba de ira, de odio puro, mi mente trabajaba rápidamente, desglosando cada pieza del rompecabezas. Sabía que esa rabia era un veneno que si no se controlaba podía volverse en nuestra contra. Necesitaba pensar. Necesitaba ser inteligente.
De repente, Dionisios rompió el silencio, y lo hizo con la gravedad que solo él podía emplear.
—Aether, no podemos seguir dando pasos en falso. —Su voz profunda retumbó en mi pecho como un eco lejano—. Necesitamos algo más que ira. Necesitamos control.
Su tono era firme, decidido. No era una advertencia, era una orden. Y lo entendía. Habíamos perdido el primer round, pero eso no significaba que la guerra estuviera perdida. Sabíamos qué tipo de enemigo estábamos enfrentando, sabíamos que Alfano no era un tonto. Él había calculado cada movimiento que hacíamos. Pero esa era precisamente su falacia: confiaba demasiado en su inteligencia. Y por eso lo íbamos a derrotar.
Me detuve por un segundo, girando lentamente hacia mi padre. El frío de la noche me golpeó el rostro, pero no era nada comparado con el vacío que sentía en el pecho. Sentí que cada segundo de esta lucha me arrancaba más pedazos de mí. La angustia de no poder vengar a mi madre, el sentimiento de traición por no haber podido protegerla... todo eso me hacía más fuerte. Pero también me estaba matando por dentro. Estaba atrapado en un dilema: si no podía controlarme, si no podía manejar esa ira, perdería la batalla de la mente y me convertiría en lo que Prieto Alfano esperaba que fuera.
Dionisios me observaba fijamente. Sabía lo que pensaba. Sabía lo que sentía. Y lo entendía, porque era exactamente lo mismo que él había experimentado en su juventud. Era un legado de sufrimiento, de lucha, de sacrificio. Cada paso que dábamos, cada enfrentamiento que enfrentábamos, no era solo para vengar a mi madre. Era un paso más en el legado de la familia Konstantinou. Una familia que nunca, jamás, se arrodillaría.
—Lo sé, padre —respondí, mi voz tan fría como el acero—. No estoy perdiendo la cabeza. Pero este tipo, Alfano, pensó que iba a ganar con una jugada tan simple. La realidad es que ni siquiera se ha dado cuenta de lo que está por venir.
Él asintió, sin una palabra más. Sabía que había hablado lo que necesitaba escuchar. Necesitaba esa aprobación, aunque fuera silenciosa. Pero también sabía que cada palabra que mi padre me decía me estaba forjando. Lo que él había hecho, lo que había soportado, era parte de lo que yo debía seguir. No podía permitirme flaquear. La mafia no permite debilidades. La mafia solo permite fuerza.
Avanzamos por la calle desierta, las sombras de las luces lejanas proyectándose sobre nuestras figuras. Mi mente estaba en ebullición. Cada paso nos acercaba más a Alfano, pero también me acercaba a la verdad que, aunque no quería aceptar, sabía que tarde o temprano tendría que confrontar: Alfano no era solo un asesino. Era un estratega. Un hombre calculador, astuto, que sabía cómo mover las piezas del tablero.
Mi cabeza comenzó a organizar la siguiente jugada, y rápidamente mi enfoque cambió. A pesar de la derrota que sentía, el fuego dentro de mí seguía ardiendo. Lo que más me irritaba era que había caído en su trampa, sí, pero lo peor era que no había podido evitarlo. Había dejado que mi ira me nublara la mente, pero ahora lo entendía: para derrotar a Alfano, no necesitaba solo rabia. Necesitaba inteligencia, control, y una mentalidad aún más fría que la suya.
—La próxima vez que lo enfrentemos, no vamos a entrar en su terreno —le dije a mi padre, mis palabras calculadas—. Vamos a jugar con sus reglas, pero las nuestras. Sabemos lo que le importa. Y eso es lo que vamos a destruir.
Mi padre dejó escapar una pequeña sonrisa, la primera vez en mucho tiempo que lo hacía. No era una sonrisa de alegría, sino de aprobación, de reconocimiento. Sabía que lo que estaba diciendo tenía sentido.
—Eso es, hijo. Así es como se juega en este mundo. Y si lo hacemos bien, no solo lo derribamos, sino que lo humillamos.
Cerré los ojos por un momento, respirando profundamente, sabiendo que este no era un juego fácil. Nada en la vida de la mafia lo era. Pero si había algo que había aprendido de mi padre, era que si ibas a ser parte de este mundo, tenías que estar preparado para todo. No podías permitirte un segundo de debilidad.
De repente, mi mente se desvió a la imagen de mi madre. Rhea. La mujer que me había dado la vida, que había amado y cuidado a mi padre con todo su ser. La que, a pesar de todo, nunca había dejado de luchar. Esa imagen se mantenía viva en mi corazón. Y sabía que, en su memoria, tenía que hacer todo lo posible para derribar a Alfano. No solo por ella, sino por todo lo que había representado.
La rabia volvió a subir, pero esta vez no era la rabia ciega de antes. Esta era una rabia dirigida, enfocada. Sabía lo que tenía que hacer. Sabía cómo iba a hacerlo. Y mientras caminaba, a cada paso, la visión de mi madre en mi mente se volvía más clara.
—Prieto Alfano no sabe lo que le espera. —Mis palabras se sintieron como una sentencia, una promesa.
A mi lado, Dionisios se detuvo y me miró, sus ojos fijos en los míos.
—Exactamente, hijo. Y ahora es hora de que pague.
Ambos sabíamos que este era solo el comienzo. La guerra aún no había comenzado oficialmente, pero en mi mente ya estaba trazado el camino que seguiríamos. Cada paso que di sería uno más cerca de vengar a mi madre. Y cada uno de esos pasos sería hacia la caída de Prieto Alfano.
🥴
ESTÁS LEYENDO
CRIADO PARA LA MAFIA
Roman d'amourAether Konstantinou no es un hombre común. Criado bajo la sombra de uno de los capos más temidos de la mafia griega, su vida ha sido un campo de entrenamiento constante, un curso intensivo en crueldad y poder. En su mundo, la debilidad es sinónimo d...