Capítulo 10: La Trampa del Silencio

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Aether:

El aire estaba pesado, como si todo el universo hubiera dejado de respirar. No podía creer lo que había sucedido. Habíamos llegado al almacén, destruido todo lo que había que destruir, y sin embargo, nada había salido como esperábamos. La trampa de Alfano era mucho más compleja de lo que había anticipado.

Estábamos atrapados, y por más que trataba de razonar, de pensar en un plan de escape, mi mente solo se llenaba de furia y frustración. Habíamos fallado. Habíamos caído en su trampa, y todo lo que habíamos construido hasta ahora, todo lo que habíamos sufrido para llegar hasta aquí, parecía desmoronarse ante nosotros.

—Esto no tiene sentido, Aether —dijo mi padre, su voz más áspera de lo que recordaba. Estaba tan molesto como yo, pero aún mantenía su compostura. Sin embargo, yo podía sentirlo. El enojo y la desesperación lo invadían de la misma manera en que a mí me consumían.

—Lo sé —respondí, mi voz cargada de rabia. No podía creerlo. Prieto Alfano había jugado con nosotros como si fuéramos peones en su maldito tablero. Y lo peor de todo es que lo había hecho a la perfección. Había puesto todas las piezas en su lugar, y nosotros, con nuestra arrogancia, habíamos caído como tontos.

Mi mente estaba en caos, pero no podía dejar que el enojo me nublara. Era mi turno de mantener la calma, de encontrar una solución, aunque sentía que se me escapaba entre los dedos. Las paredes de la sede secreta de Alfano se cerraban a nuestro alrededor. Estábamos rodeados, y no había muchas opciones.

Miré a mi alrededor. Los cuerpos caídos de nuestros hombres, los destellos de magia que aún flotaban en el aire, la tensión palpable. Todo parecía un sueño febril que no podía despertar. Habíamos estado tan cerca de acabar con Alfano, de poner fin a todo este sufrimiento... pero el maldito mafioso siempre estaba un paso adelante.

De repente, una risa resonó por todo el edificio, fría, distante. Era la risa de alguien que había logrado lo impensable. Alfano estaba disfrutando de nuestra derrota. Sabía lo que estábamos pensando, sabía que la rabia nos consumía. Era un maestro de la manipulación, un maldito genio en su propia maldad.

—¿Te has dado cuenta ahora, Aether? —la voz de Alfano sonó a través de los altavoces, como si estuviera justo frente a mí—. Pensaste que podías destruir todo lo que construí, pero no sabes nada de lo que está en juego aquí. Este es mi hogar, mi imperio. Y ustedes, pequeños idiotas, no son más que una molestia.

Mis manos temblaron de rabia, mis dientes rechinaban. No podía creer que después de todo, aún estuviera vivo, burlándose de nosotros desde la distancia.

—¿Qué quieres, Alfano? —le grité, intentando calmarme, pero mis palabras se ahogaron en un susurro de impotencia.

La respuesta fue una pausa, como si estuviera disfrutando de mi desesperación.

—Quiero que entiendas que ya no tienes control. No tienes nada. Tus ilusiones se han roto, Aether. Tu madre está muerta, tu familia se está desmoronando, y tú solo eres un peón en un juego que ni siquiera entiendes.

Esas palabras me atravesaron como dagas. La mención de mi madre... El simple hecho de que él se atreviera a mencionarla me llenó de una furia tan profunda que casi perdí el control. Pero no podía. No debía. Lo que más quería era hacerle pagar por todo lo que había hecho, pero en este momento, perder el control no nos iba a servir de nada.

Alfano siguió con su monólogo, sabiendo que nos tenía donde quería. Nos había atrapado en su trampa, con todos nuestros hombres caídos y nuestras fuerzas divididas. No había manera de escapar de ahí sin pagar un alto precio.

Me giré hacia mi padre, quien estaba allí, quieto, como si estuviera procesando todo. Había visto cómo se desmoronaban nuestras opciones, cómo la frustración nos tragaba. Pero, como siempre, su rostro no mostraba emoción alguna.

—No te preocupes —dijo, con una calma que solo él podía tener en medio de esta locura—. No vamos a dejar que esto nos destruya. No es la primera vez que enfrentamos la muerte, Aether.

Su voz, tan segura y tranquila, me devolvió un poco de cordura. Era el mismo hombre que me había enseñado a no rendirme, que me había hecho comprender que siempre hay una salida, aunque no se vea. Pero esta vez, no era tan fácil.

Sabía lo que pensaba mi padre. El peso de nuestra familia, el legado que habíamos construido, todo estaba en juego. Si fallábamos aquí, significaba que todo lo que habíamos hecho, todo lo que habíamos sacrificado, se habría ido a la mierda. No podíamos permitirlo.

—Necesitamos un plan —dije, tratando de pensar con claridad. No podíamos quedarnos allí, esperando a que Alfano nos destruyera. Teníamos que recuperar el control.

—Sí, pero no será fácil —respondió mi padre, frunciendo el ceño—. Alfano sabe que somos fuertes. Si estamos aquí, es porque él nos ha permitido llegar. Nos está observando, esperando a que cometamos el siguiente error. Tenemos que ser más inteligentes.

Por un momento, pensé que la impotencia nos había alcanzado, que la situación era demasiado para nosotros. Pero no podía dejar que eso pasara. No podía dejar que mi padre viera cómo me hundía en la frustración. No podía dejar que se diera cuenta de que mi voluntad también estaba a punto de romperse.

Miré a mi alrededor, evaluando las opciones, pero todo lo que veía eran sombras de lo que habíamos sido. Estábamos atrapados, pero no derrotados. Aún quedaba una última oportunidad.

El problema era que esa oportunidad requeriría sacrificios. Y los sacrificios no siempre eran lo que uno esperaba. Estábamos a punto de adentrarnos en un terreno mucho más peligroso, y no sabíamos si íbamos a sobrevivir.

Pero lo único que sabía con certeza era esto: a Prieto Alfano no lo íbamos a dejar ganar. No mientras estuviera respirando. Y mientras mi corazón aún latiera, mientras tuviera fuerza, lo iba a derribar.


























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