Capítulo 2: La Ira y el Dolor

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Aether:

La llamada con Markos fue solo el principio. La noticia de la muerte de mi madre, Rhea, retumbaba en mi mente, golpeando con la fuerza de un martillo. No pude pensar con claridad, no pude razonar. Las imágenes de ella, sonriendo, tan llena de vida, tan llena de esa fuerza imparable que la definía, se disipaban a medida que el vacío se apoderaba de mi pecho.

Caminé por el pasillo, mis pasos pesados, resonando en el mármol frío de la mansión. La casa, tan solemne y siempre tan segura, ahora me parecía ajena, vacía. Me detuve frente a la puerta de la oficina de mi padre. La puerta cerrada era un recordatorio constante de lo que era, de lo que significaba el nombre Konstantinou. Pero esa misma puerta, que tantas veces había sido una barrera entre él y yo, ahora parecía un obstáculo aún mayor. No podía enfrentarlo, no podía mirar a los ojos al hombre que había dado forma a mi vida, el hombre que me había preparado para ser un líder, para ser el próximo en tomar las riendas de todo esto. Todo lo que había hecho, todas las lecciones, todas las advertencias... y ni siquiera había podido proteger a mi madre.

La rabia en mi pecho me quemaba, pero a la vez me petrificaba. La furia era solo un reflejo de la impotencia que sentía. No quería estar allí, no quería enfrentarlo, pero tenía que hacerlo. Si no lo hacía, lo que sentía dentro de mí terminaría por destrozarme.

Golpeé la puerta, tres golpes secos y duros, esperando una respuesta que tardó apenas unos segundos. La puerta se abrió lentamente, y allí estaba él. Mi padre. El hombre cuya sombra había cubierto toda mi vida. La mirada fría, calculadora, como siempre. Pero esa vez, algo en sus ojos había cambiado. Había un vacío, una oscuridad que reflejaba todo lo que sentía.

— Aether...— dijo, su voz tan grave y firme como siempre, pero había algo en ella que sonaba diferente. Había un cansancio que no podía esconder, algo que nunca había mostrado frente a mí.

No supe cómo empezar. No sabía qué palabras decir. Pero la rabia, la frustración, la impotencia... todo salió de una vez, como un torrente que no podía frenar.

— ¿Cómo pudiste dejarla salir?— grité, sin poder controlar la violencia en mi voz. La rabia salió con tanta fuerza que mi cuerpo temblaba. —Sabías que tenía enemigos, sabías que había gente que la quería muerta... y la dejaste salir sola, sin más protección que Markos, sin más que tus malditas ilusiones de que todo iba a estar bien. ¡Ella es tu mujer, papá! ¡Es la madre de tu hijo! ¿Cómo pudiste ser tan irresponsable?

La furia que sentía se derramó en cada palabra, cada frase. Sentía que mi garganta se quemaba, que las palabras se volvían fuego en mi interior. Quería que él entendiera, quería que se diera cuenta de lo que había perdido. Mi madre. La mujer que me había dado la vida, que había hecho todo por mí, que me había protegido y me había enseñado lo que era la fuerza. Y él la había dejado morir. Sin importar lo que me había enseñado sobre el poder, sobre el control, sobre la mafia. ¿Qué valía todo eso si no podía proteger a las personas que más amaba?

Mi padre permaneció en silencio, observándome. No dijo ni una sola palabra mientras yo me desahogaba, mientras la rabia salía en cada frase. Sabía que podía descargarme todo lo que quisiera. Pero la respuesta que esperaba no llegó. En su lugar, me miró fijamente, como si estuviera observando una tormenta que no podía detener.

Me acerqué a él, casi con un paso decidido, buscando respuestas, buscando algún tipo de justificación. Algo que me hiciera entender por qué lo había hecho, por qué la había dejado vulnerable. Pero lo que encontré fue su mirada fija, clavada en mí, como si estuviera esperando que terminara. Como si supiera que, al final, mis palabras no cambiarían nada.

Finalmente, cuando el aire ya estaba cargado de mi frustración, él habló, y su voz sonó más grave que nunca.

— Aether...— comenzó, su voz ahora tan tensa que me hizo detenerme. — A mí me duele igual o incluso más que a ti.

Sus palabras me sorprendieron, y un dolor inexplicable se apoderó de mí. Mi padre, el hombre que había construido su imperio sobre la sangre y el sufrimiento de miles, me estaba diciendo eso. Me estaba diciendo que sentía lo mismo que yo. Y, sin embargo, su rostro seguía siendo impasible, como si no estuviera dispuesto a mostrar la menor debilidad.

— Ella es mi mujer.— Las palabras salieron de su boca con una solemnidad que me desgarró por dentro. — Es el amor de mi vida, y la madre de mi hijo. Hasta que no vea el cuerpo de tu madre lo que me han dicho es una mentira, Aether. Y si tengo que destruir todo el maldito mundo para encontrarla, lo haré. Si tengo que mover cielo y tierra, lo haré. Lo que sea necesario. Porque ella es lo único que ha valido la pena en mi vida. Lo único que ha importado de verdad. Y no me importa lo que digan, ni quién se atreva a desafiarme. Voy a hacer todo lo que esté en mi poder para traerla de vuelta, incluso si eso significa arrasar con todo lo que he construido.

Cada palabra que mi padre dijo golpeó mi pecho como un martillo, quebrando todo lo que pensaba que sabía sobre él. Yo había creído que mi padre era un hombre que solo veía el poder, que no se preocupaba por nadie más que por sí mismo, pero ahora veía una parte de él que había estado oculta bajo capas y capas de frialdad. Era un hombre que había amado, que había perdido, y que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperarlo.

De repente, el odio, la rabia, todo lo que había acumulado dentro de mí se desvaneció. En su lugar, solo quedaba un dolor insoportable, una tristeza que no sabía cómo manejar. No podía contenerme más. Mis manos, que antes habían estado firmes, ahora temblaban. Mis piernas ya no soportaban mi peso. Y, sin pensarlo, me dejé caer en sus brazos.

Mi padre, que había sido una figura distante, fría y calculadora, me sostuvo en silencio. No dijo nada. Solo me abrazó. Era un abrazo firme, pero con una calidez que nunca había experimentado. Y allí, en ese abrazo, sentí todo lo que nunca había podido decirle. Sentí el dolor de perder a mi madre, sentí la rabia, pero también sentí el consuelo de saber que él, al igual que yo, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperarla.

Me dejé ir en sus brazos. Mi llanto, que había estado guardado durante tanto tiempo, ahora salió sin control. No podía detenerlo. Mi madre... Rhea... ya no estaba. Y no sabía si podría soportar vivir en un mundo sin ella.

Mi padre me sostuvo, y por primera vez en mi vida, vi en sus ojos algo que nunca había visto antes: vulnerabilidad. No éramos solo el hijo y el padre que luchaban por poder. No éramos solo los hombres de la mafia. En ese momento, éramos dos seres humanos que habían perdido lo que más amaban.

Él no dijo nada más. Y yo tampoco. Lo único que importaba ahora era que, por primera vez, en medio de todo el caos, nos teníamos el uno al otro. Y esa fuerza, esa unidad, nos llevaría a hacer todo lo posible por traer a mi madre de vuelta. Porque, para nosotros, ella era todo. Y no dejaríamos que el mundo la robara sin que pagara el precio.













Mis bebés 🥲

CRIADO PARA LA MAFIA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora