Un Corazón Maligno #2 © [COMPLETA]✅

Capítulo 21

OLIVER

He perdido la cuenta de las veces en las que he eyaculado dentro de Lilibeth, llevamos más de seis horas encerrados, antes de entrar ordené que nadie nos molestara, han cumplido.

—Detente —susurra.

Sigo empujando las caderas, bombeando su coño esta vez manteniéndola en cuatro, sus caderas y nalgas están marcadas con mis manos, todo su cuerpo está cubierto de mí, empujo más rápido haciendo que llegue a un nuevo orgasmo.

Gadea, está cansada, pero no habla, por lo que la dejo descansar un poco, como llevo haciendo a intervalos de cinco minutos cada dos horas, su cuerpo es mío, solo yo soy quien puede tocarla y ya debe entenderlo.

—Dime tu secreto más poderoso —insisto.

Ella respira agitada, le doy espacio para recuperarse, se lame los labios e intenta ponerse de pie para marcharse.

—No sirve de nada que te pongas en plan mentiroso —espeto con firmeza tirando de su brazo—. Toda mentira sale a flote.

La recuesto en la cama, sigo duro, la deseo más y más, por lo que me subo encima de ella y abro sus piernas.

—Ya no —musita sin fuerza.

Paseo mi verga de nuevo por la entrada de su coño.

—Vamos, habla.

Sella sus labios, empujo la cabeza de mi verga y es cuando respinga.

—Tienes que detenerte en algún momento —arguye—. No puedes simplemente follarme por horas cuando no somos nada.

Sigue con el mismo juego de palabras, busca distraerme y entrar en conflicto con otro tema, dice y dice que no somos nada, pero aquí está, accediendo, no la obligo a nada, no soy como Artemis, un violador. Por ello, esta vez solo doy el empuje.

—Abre las piernas —le ordeno.

—No —hace el pobre intento de cerrarlas poco a poco.

—Lilibeth —sentencio.

Un brillo de maldad se ancla en sus ojos grises y se deja caer, abre las piernas y veo su perfecto coño rosado, lleno e impregnado de mí, no aparto la mirada de este cuando comienzo a penetrarla, ver desaparecer mi polla dentro al tiempo que ella jadea como puta, solo hace que haga más lenta su tortura.

—Y decías no querer —río.

Ella suelta un respingo y se la meto toda pese a sus quejidos de dolor. Mis bolas chocan contra su periné y si no comienzo a follarla en serio, me vendré antes de tiempo.

—Mía —gruño.

Las embestidas son salvajes, ella gime con fuerza al tiempo que se aferra de mis hombros con rabia, me deja marcas y me gusta, está protegiendo su secreto. Eso es lo que más me cabrea a punto de quiebre.

—Cuéntame tu secreto —insisto.

—No lo hay —vuelve a mentir.

Cuando estoy a nada de terminar, agarro sus pechos y eyaculo en su interior. Tiene las mejillas rojas, su pecho sube y baja, su respiración es inestable y esta vez me rindo de malas, dejando que haga lo que quiera, menos irse, porque de aquí no se va hasta que me cuente sobre su hijo.

Miro su vientre y la rabia me consume, ella se da cuenta, frunce el ceño y se cubre el cuerpo con una sábana, como si le diera pena, cuando conozco su cuerpo mejor que nadie.

—Te daré espacio —digo entrando al baño.

Me meto a la regadera con la esperanza de que me siga y nos duchemos juntos como en el pasado, sin embargo, al pasar cinco minutos, descarto la idea, estoy a nada de salir, cuando la puerta corrediza se abre y ella entra desnuda. Mi polla reacciona y trago grueso.

—Deja de verme así, necesito un baño —refuta—. Tengo semen por todos lados.

Sus palabras me hacen sentir orgulloso, pero no lo demuestro, salgo y ella se relaja, me visto cuando suena mi móvil, el número que parpadea hace que el corazón se me acelere y no dudo en contestar aprovechando que ella está en la ducha.

—Tengo lo que me pediste —dice la voz masculina al otro lado de la línea—. Te he mandado un correo.

—¿No hay falla?

—No, es un 99 % efectivo.

Colgamos y reviso mi correo, abro la carpeta y leo los resultados de la prueba de ADN, la rabia me consume, veo rojo, y solo puedo pensar en una cosa: matar a Artemis.