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La luz del martes atravesaba la ventana con una fuerza inesperada, como si el sol insistiera en entrar en el pequeño cuarto de Namjoon. Pero la claridad no alcanzaba a disipar la densa oscuridad que pesaba en su pecho. Desde la fiesta, no había dormido bien. Las palabras de Seokjin, repetidas como un eco cruel en su mente, seguían destrozándolo. Había pasado el fin de semana entre un torbellino de pensamientos y silencios insoportables, buscando respuestas en el techo de su habitación.

Ese martes, sin embargo, algo dentro de él había cambiado. No era el inicio de la sanación, ni un alivio a su dolor; era una necesidad desesperada de no hundirse más en la vergüenza. Había pasado demasiado tiempo en el papel de víctima, permitiendo que las opiniones de los demás definieran su valor.

Frente al espejo, Namjoon se encontró estudiándose con detenimiento. Sus ojos estaban hinchados por el llanto, su cabello despeinado y su postura encorvada delataban el peso de los últimos días. Pero detrás de esa imagen frágil, había algo más: una chispa de determinación, casi imperceptible, que lo hizo erguirse un poco más.

“Ya basta”, pensó con un tono más firme del que esperaba. Era el único pensamiento claro que había tenido en días, y lo sostuvo con fuerza.

El instituto representaba todo lo que ahora le aterraba: las risas mal disimuladas, los rumores que ya sabía estarían circulando, y sobre todo, los ojos de Seokjin, si es que se atrevían a cruzarse. Pero Namjoon decidió que enfrentaría todo eso. No por coraje, ni por orgullo, sino porque no quería seguir siendo definido por el dolor.

Cuando llegó a clases, el ambiente era tal como lo había anticipado. Las miradas furtivas y los susurros a su paso eran inevitables, pero Namjoon se obligó a no bajar la cabeza. Si los demás querían consumirlo como carne de cañón para sus conversaciones vacías, él no les daría más material del que ya tenían. Caminó hasta su asiento con la espalda recta y los hombros tensos, como si esa postura rígida pudiera sostenerlo por dentro.

El dolor seguía ahí, como una herida abierta que no dejaba de sangrar, pero Namjoon empezó a entender algo que nunca antes había considerado: su valor no dependía de Seokjin, ni de lo que los demás pensaran de él. Era un pensamiento aún frágil, tembloroso, como un hilo fino al que se aferraba, pero estaba ahí.

Durante las clases, aunque su mente a menudo se deslizaba hacia recuerdos indeseados, trató de centrarse en los libros y en las palabras de los profesores. Sabía que no sería un cambio inmediato, que seguiría doliendo, pero al menos estaba intentando algo.

A la hora del almuerzo, se dirigió a la biblioteca en lugar de ir al comedor. No estaba listo para enfrentar a todos esos rostros burlones, pero eso no significaba que estuviera huyendo. En su aislamiento, encontró un espacio donde podía pensar con más claridad, donde el ruido de los rumores no lo alcanzaba.

Mientras hojeaba un libro al azar, un pensamiento cruzó su mente como un relámpago: ¿Y si este dolor puede transformarme? ¿Y si lo uso para ser alguien que ya no dependa de la aprobación de nadie, ni siquiera de Seokjin?

Fue la primera vez en días que sintió algo parecido a esperanza. No una esperanza blanda y reconfortante, sino una que lo desafiaba, que le exigía tomar las riendas de su propia historia.

Namjoon volvió a casa ese día con la cabeza llena de pensamientos. Cada paso que daba hacia su habitación se sentía pesado, pero no por el cansancio físico, sino por el peso emocional que llevaba. Había algo extraño en cómo sus pies tocaban el suelo, como si estuviera aprendiendo a caminar de nuevo en un mundo que ya no se sentía igual.

Cuando se dejó caer en su cama, su mochila cayó al suelo con un ruido sordo, rompiendo el silencio de su pequeño cuarto. El lugar estaba impregnado de un aire melancólico, pero había algo nuevo en el ambiente, algo que Namjoon no terminaba de identificar. Una chispa, un atisbo de que tal vez no todo estaba perdido.

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⏰ Last updated: Nov 19, 2024 ⏰

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𝐁𝐄𝐓 ©Where stories live. Discover now