Capítulo 17. Dos almas

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Ayudé a William a preparar a Julieta antes de irme. No quería que enfrentara todo solo. Lo más triste fue cuando sus dos pequeños tuvieron que saber la verdad. David y Jaxon, con el cabello tan rubio como el de su madre. Volví al pasado, cuando yo tuve que enfrentarme a esa misma realidad. Mamá ya no iba a prepararme el desayuno, mamá ya no me haría cuentos para dormir. Mamá ya no sería quien velara una fiebre, ni quien escuchara sobre mi primer beso de amor. Mamá ya no espantaría fantasmas en la oscuridad. Mamá ya no me castigaría.

Y jamás pensé que se pudiera extrañar y necesitar demasiado a alguien. Jamás quise tanto hacer las paces con el tiempo para poder regresar a cada momento en que en mi rebeldía la odié por verla como un verdugo y no como esas manos que cuidaban de mí. Sí, una madre ha vivido la mayor parte del camino, velando que cada error no perjudique de más.

Yo tuve que enfrentarlo sin su voz en la parte más importante de mi vida, y sería yo ahora quien le hiciera justicia. Quien devolviera esa melodía a la tierra, de alguna manera. Y no se lo revelé a Julieta, pero puede ser que yo heredara su mismo diagnóstico. Sano en tiempos inusuales, y si tengo la sangre de Franco en mí, mucho más. No puedo revelárselo a nadie, ni siquiera a él. Al menos no por ahora. En cuanto a ese listado de nombres médicos pendientes al caso de mi madre, debo descubrir si el de mi querido esposo estaba ahí. Ahora tengo motivos fuertes para quedarme en esa casa del demonio, bailando con él. No puedo huir ahora.

Me despido de William, debía regresar para dar la noticia y luego volver al entierro. Tomé un coche y la fachada de mi casa al rato se reveló. No dejaba de pensar en cada palabra, en cada verdad.. Creo que lo sabría realmente cuando Raphael volviera a pegarme. Aunque debo creer que ella no tenía forma de saber que esto pasaría.

Llego por fin a casa. Entro por la puerta y Sam, el mayordomo me recibe. Rafael estaba sentado sobre una de las butacas acomodado entre almohadas por los laterales y en la espalda. Al parecer se niega a estar todo el día en cama. Ahora más que nunca tenía que ser fuerte. Ahora más que nunca debía auxiliarme del arte de aparentar, y de mentir.

-Demoraste.

-Ella murió. Ayudé a William a preparar el funeral. Será enterrada esta tarde.

-Ya veo que hay cosas que el dinero no puede comprar al final.

Deja de mirarme y se enfoca de nuevo en su periódico.

-Me mentiste. Dijiste que me vendieron a ti por pura codicia.

-Porque fue así, pero supongo que tú tía le importa muy poco la redención de su alma cuando sigue mintiéndote. El cielo no está hecho para algunos al parecer.
Escupe indiferente. Si la verdad era otra jamás me la diría. Es mejor ser prudente y tragar en silencio. Menos mal que no estaba mirando en mi dirección, sino viera toda la rabia que estaba conteniendo en mis puños cerrados a ambos lados de mi cuerpo, los sentía ponerse del color de la porcelana de tan fuerte que estaba apretando.

Tenías que haber muerto. Pensé, pero luego me arrepentí de manchar mi alma con ese pensamiento. En respuesta una risita traviesa me hizo cosquillas, tanto que tuve que llevar mis dedos al cabello para aliviar la comezón que empezaba a tener lugar por mi frente.

-Mi pequeño demonio, lo que le hice fue peor que si lo hubiese matado. Ahí donde lo ves tiene el orgullo herido. La muerte se lo hubiese llevado intacto y no era el objetivo.

Franco. Su voz penetró en cada parte de mi cuerpo, no solo en mi mente. Una voz con el efecto de una promesa. Y entonces lo supe, Rafael no volvería a tocarme, porque si lo hacía sería su fin. Francisco de alguna manera me había brindado cierta liberación.

-Gracias. Yo...

-No mentía cuando te dije que no era como él.

Me dispongo a subir con una sonrisa de agradecimiento, pero la voz del tirano hizo que me detuviera en el lugar.

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