5- ¡No quiero enamorarme!

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La noche anterior.

Al llegar a casa, Haein subió las escaleras hacia su cuarto en completo silencio, evitando cualquier conversación con su madre o su hermano. Cerró la puerta tras de sí, apoyó la frente contra la madera y dejó escapar un largo suspiro. Su corazón, que había latido con fuerza todo el camino de vuelta, parecía dispuesto a continuar con su frenético ritmo.

Mochi, su gato, estaba cómodamente acurrucado sobre la colcha de su cama. Al escucharla entrar, levantó la cabeza perezosamente, su pelaje blanco reluciendo bajo la tenue luz de la lámpara de escritorio. Haein lo miró con una mezcla de exasperación y alivio, como si él fuera el único testigo confiable de su pequeño caos interno.

—Mochi... —murmuró mientras se dejaba caer sobre la cama, boca abajo, con los brazos extendidos como si el peso del universo estuviera sobre ella.

El gato soltó un leve maullido, molesto por la interrupción, pero volvió a acurrucarse al sentir que su dueña no se movía. Sin embargo, su paz duró poco.

Haein se giró bruscamente, llevando las manos a su rostro y soltando un grito ahogado que terminó en un torpe gemido.

—¡¿Qué fue eso?! —exclamó, su voz amortiguada por las palmas de sus manos.

El recuerdo del momento no dejaba de asaltarla: el suave roce de los labios de Yeonjun en la comisura de los suyos, lo cerca que habían estado, cómo había sentido su respiración y, sobre todo, la forma en que sus ojos la habían mirado después, como si hubiera querido decirle algo más, algo que nunca llegó a pronunciar.

Haein se sentó de golpe y pateó el colchón con frustración, haciendo que Mochi saltara de la cama con un bufido indignado.

—¡¿Por qué hizo eso?! —se quejó, lanzando una almohada al aire. Luego, se llevó las manos al cabello, despeinándolo más de lo que ya estaba.

Intentó racionalizarlo, como si eso fuera posible en medio del caos que sentía. ¿Acaso siquiera contaba como un beso? Fue la comisura de sus labios. La comisura, se repitió, como si eso minimizara el impacto. Pero no importaba cuántas veces tratara de convencerse, su pecho seguía ardiendo, y su rostro, caliente como un té recién servido.

—No fue un beso de verdad... ¿cierto? —murmuró en voz alta, mirando hacia la esquina donde Mochi ahora la observaba con los ojos entrecerrados, claramente molesto por el alboroto.

El gato no respondió, obviamente, pero Haein lo tomó como un juicio silencioso.

—¡Tú tampoco lo entiendes! —dijo, dejándose caer de espaldas en la cama, con un brazo cubriendo sus ojos.

Cerró los ojos, tratando de calmar su mente, pero el recuerdo volvió con más fuerza. Ese pequeño gesto de Yeonjun había encendido una chispa que ella no sabía cómo apagar. No había sido un beso completo, ni apasionado, ni siquiera seguro. Había sido un roce torpe, apenas un atrevimiento. Pero justo por eso, había sido aún más devastador.

Haein no sabía qué hacer con lo que sentía. Estaba nerviosa, confusa y, si era honesta consigo misma, un poco emocionada. ¿Pero por qué? ¿Por qué ese gesto tan simple había causado tanto revuelo en su interior?

Con un bufido frustrado, rodó sobre la cama, abrazando una almohada.

—Esto no puede estar pasando... —susurró, mientras el agotamiento comenzaba a ganarle.

Mochi, más tranquilo al ver que los pataleos habían cesado, volvió a saltar sobre la cama, acomodándose a su lado. Mientras Haein se hundía lentamente en un sueño agitado, una parte de ella sabía que, aunque tratara de ignorarlo, ese "no-beso" de Yeonjun había cambiado algo dentro de ella. Algo que no estaba segura de querer enfrentar todavía.
   
    

Forty One Winks.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora