CAPÍTULO DIEZ

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Anastasia

Tal parece que el amargado no lo es tanto. Después de todo, me ha traído desayuno.

Y, a pesar de que la vergüenza me abofetea cada vez que recuerdo el estado en el que me encontró ayer en esa fiesta, no puedo dejar de pensar en que literalmente se ha preocupado por mí. En plan: el profesor amargado de la academia me ha traído desayuno.

Eso es nuevo.
En lugar de continuar diciendo que no lo soporto, he optado por intentar desmantelar lo que esconde tras esa fachada de amargura. Aunque sigo pensando que, a veces es indeseable. Molesto y un verdadero dolor de cabeza.

De momento, no ha dejado de observarme mientras como el sándwich de pavo que me ha traído. En realidad, está delicioso y ya me di cuenta de que no iba a continuar la clase si no comía.

La verdad es que sí tenía hambre. Pensaba comer algo luego de las clases o después del trabajo.

Al terminar de comer, y después de que Bastian se asegurara de que realmente me había terminado todo, comenzamos la clase.

—Bien, comenzaremos con lo que llevas hasta el momento —indica—. Tocaré y comenzarás con la coreografía. —Camina hacia el piano y se sienta en el taburete—. Recuerda, Anastasia, concentración.

Sacudo la cabeza en un corto asentimiento y me dirijo a mi posición. Suelto un gran suspiro. Mis ojos se posan en Bastian: sentado tras el piano, con ese aire despreocupado que lo hace tan llamativo al mismo tiempo.

—¿Estás lista? —me dirige una última mirada.

—Lista.

Los dedos de Bastian se deslizan sobre las teclas, avisándome que debo empezar.

Muevo mi cuerpo, mis pies y mis brazos, dejándome llevar por la melodía. Sacando de mí todo lo mejor para lograr transmitirle algo porque sé que tiene sus ojos puestos en mí. Ignoro la voz de Michael que me grita que lo estoy haciendo mal y me centro en la música.

Mi cuerpo se suelta al pasar unos minutos. De vez en cuando veo a Bastian y, por suerte, no hay rastro de desagrado en su expresión. Sin embargo, parece aburrido.

—Fluidez, Anastasia. Quiero que me transmitas algo más que perfección —dice con autoridad, manteniendo la seriedad en su rostro.

La canción avanza y mis pasos también. Pronto, me doy cuenta de que Bastian ha dejado de tocar el piano. La música suena ahora por el reproductor.

Pienso en detenerme, pero su expresión me indica que no quiere que lo haga. Se acerca a mí y, cuando pienso que va a detenerme, hace todo lo contrario. Sus manos se colocan sobre mis caderas, y ahora no estoy bailando sola. Él lo hace justo a mi lado.

—No te distraigas, Anastasia —pide con firmeza.

Sus manos guían mi cuerpo. Mi respiración se agita ante el baile y su cercanía. La combinación de ambas invade mi cabeza.

Sus manos sobre mi cuerpo, sosteniéndome. Su aroma, su presencia.

Miro hacia el espejo y observo a dos almas mezclándose entre sí, atrapadas en la música. En una historia.

Bastian es bueno.
Muchísimo.

Me levanta en el aire, sosteniéndome con la firmeza necesaria para no hacerme caer. Cuando vuelve a bajarme, sus labios se acercan a mi oído, y ese pequeño gesto me hace sentir como si pudiera deshacerme ahí mismo.

—Siente, Anastasia —murmura—. Necesito que sientas. Estás tensa.

Cierro los ojos y me esfuerzo por darle lo que pide. Sus dedos rozan la piel de mis brazos con un toque que no es más que profesional. Sin embargo, junto a su contacto, una corriente abrasadora recorre cada centímetro de mi cuerpo y, por un momento siento que puedo moverme con más facilidad.

Forgive UsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora