CAPÍTULO DOCE

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Anastasia

—¡Ahí está! ¡Te encanta el amargado! —Eric suelta una risita.

Hoy es lunes por la mañana, y Bastian me ha cancelado la clase de hoy. Tampoco trabajo más de tres días a la semana, así que, como lo prometí antes, hoy es el día en que la hermana menor de Eric comienza sus clases de ballet conmigo.

Por otra parte, y después de lo de anoche, no he podido dejar de pensar en Bastian.

No tengo idea de qué sucedió, cómo pasó, y lo peor de todo: tampoco quiero admitir lo mucho que disfruté haberlo besado.

Jamás había besado a nadie.
Nadie me había besado así.

Sentí como si fuera algo más que «solo un beso». Parecía querer marcarme. Cuando sus manos tocaron mi piel, estaba segura de que podría perder el control, y lo hubiese hecho. Realmente le hubiera permitido más.

De alguna u otra forma, Bastian no me desagradaba tanto y hacía que mi cuerpo reaccionara de maneras en las que no estoy acostumbrada.

Claro, todo se fue a la basura cuando se separó de mí. No tengo idea de qué pasó por su cabeza, pero la imagen de horror en su expresión va a quedar en mi mente por mucho tiempo. Parecía aterrado, confundido.

Al principio pensé que quizás no le gustó nada del beso. Tal vez fue el peor beso que ha tenido en toda su existencia.
Admito que, aunque sea un poco, sí me hizo sentir mal por un gran rato cuando volví a casa.

Nunca he sido una persona que oculta sus sentimientos. Soy incapaz de esconder mis emociones. No siento poco. Al contrario: siento mucho. Mucho más de lo que me gustaría admitir.

He aprendido a vivir con todo lo que tengo. A amar con todas mis fuerzas, y, por más estúpido que suene, Bastian... me agrada.

Sí.
Me agrada.
Un poco. (Muchísimo).

Además, descubrí que se ve más lindo cuando sonríe. Definitivamente estoy en la ruina.

—Bueno —me encojo de hombros y pateo una piedrita del asfalto con mi zapato—. Él se lo pierde, ¿verdad?

Eric sonríe y me da unas palmadas sobre el hombro:

—Claro que sí. Eres justo como un bonito rayo de sol, princesa: cálido y reconfortante. Necesario y precioso. ¿Con eso te queda claro?

Dejo salir una carcajada ante su malísima comparación.

—Si tú lo dices.

Después de unos minutos, llegamos a casa de Eric. Está algo lejos de la academia y del centro. Es pequeña, pero tiene una fachada muy bonita.

Las paredes color marfil, un pequeño jardín al frente lleno de florecillas... incluso me recuerda mucho a la casa de la abuela.

—Mi casa no es un castillo, princesa, pero espero que te sientas cómoda —Eric saca las llaves de su bolsillo y abre la puerta, dejándome entrar primero.

Por dentro es del mismo color. Hay plantas por todas partes. Las ventanas dejan entrar una bonita luz que hace parecer todo muchísimo más acogedor. Hay un sofá verde oscuro y una alfombra anaranjada con rayas rojas en medio de la sala.

El aroma a pan recién horneado y especias me invade la nariz.

Entonces, una mujer sale de la cocina con una bandeja de panes entre las manos.

Tiene el mismo cabello, las mismas pecas y los mismos ojos que Eric. Su madre.

—Buenas tardes, cariño —le dice a Eric. Luego se dirige a mí—. Tú debes ser Anastasia, ¿verdad?

Sonríe con una calidez que me hace sentir en casa. Asiento con la misma emoción, sin despegar mis ojos de los suyos.

—Muchísimo gusto, gracias por dejarme venir.

—Iré por Lili —agrega mi amigo—. Desde que le dije que Anastasia vendrías a darle clases, no ha dejado de preguntar por ti.

Se dirige al pasillo que da a la cocina. Su madre y yo nos quedamos solas.

—Por favor, toma asiento —desliza una silla de madera y me invita a sentarme.

La veo coger uno de los panes de su bandeja y colocarlo en un plato frente a mí.

—Eric me habla mucho de ti. A mí me gustaría agradecer por ofrecerte a enseñarle ballet a mi hija —se sienta en una silla frente a mí—. Ha estado obsesionada con ello desde hace años, pero ya sabes lo costosas que son las academias aquí.

Una nota de pesar nubla su mirada así que, para ocultarlo, le dedico la sonrisa más cálida que puedo ofrecer.

—No me cuesta nada. Aparte del trabajo y el ballet, no tengo nada más qué hacer. Y me emociona poder enseñar todo lo que he aprendido.

—Me alegra mucho, ¿sabes? Eres una chica muy bonita.

Sonrío de nuevo.

—Muchas gracias.

Platicamos un rato más.
Amanda, porque así me ha pedido que la llame cuando le dije "señora", me ha contado muchísimas cosas.

Hace panes artesanales para vender a los vecinos del lugar, también teje y vende alguna de la ropa que ella misma hace.

Y así es como mantiene a su pequeña familia. Es una mujer preciosa y tiene un brillo demasiado puro.

—¡Anastasia! —el grito de emoción de Lili, la hermana de Eric, llega hasta mí en media conversación.

Se abalanza hacia mí. Extiendo mis brazos para atraparla en un abrazo.

—Ya ves, ahora parece que te va a preferir a ti —interviene Eric.

—¿De verdad vas a enseñarme ballet?

Los ojos de Lili se posan sobre mí. Son grandes y brillantes. Llenos de inocencia y emoción.

—¡Por supuesto! Vamos, tenemos mucho que practicar.

Las próximas dos horas me dedico a enseñarle a Lili parte de lo que sé. Para mi sorpresa, sabía muchísimo. Tenía agilidad, y podría apostar mi vida a que, con un poco más de práctica, sería una de las mejores bailarinas.

Lili me escuchó atenta en cada instrucción, aprendió rápido cada paso, y, cuando llegó la hora de irme, casi se echa a llorar. Por poco se me parte el alma. Pero le prometí que, después de mi presentación, la vería todos los días.

Eric vino a dejarme a casa a eso de las cinco de la tarde. Por suerte llegué justo a tiempo, puesto que, a casi nada de haber llegado, empezó una fuerte tormenta.

Lo primero que hago es tomar una ducha para después practicar un poco.

Aún no tengo idea qué cara pondré mañana cuando vea a Bastian. Mi estómago se retuerce ante la idea de volver a verlo, y solo hace falta pensarlo para recordar su beso.

Quiero alejarlo de mi mente, pero no puedo. Me es imposible.
Recuerdo cuando fui sincera y le dije que quería quedarme, que quería volver a besarlo.

Después me sentí tan estúpida por ello.
Como una tonta adolescente embobada por el primer chico que la besa.

La molestia crece en mí entre más lo pienso. Me sumerjo bajo el agua de la ducha y cierro mis ojos con fuerza, como si el acto me hiciera olvidar a Bastian al menos por un rato.

Forgive UsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora