Helia y Román lo tienen todo: inteligencia, carisma y una rivalidad explosiva.
En el campo académico, son enemigos declarados, pero entre debates y desafíos, las chispas que vuelan podrían encender algo más que su odio mutuo.
Porque a veces, el ve...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Los días que siguieron se sintieron como un torbellino de emociones y actividades. Después del trabajo, Román y yo nos dedicábamos a planear lo que sería uno de los días más importantes de nuestras vidas: nuestra boda.
Era una mezcla de nervios, emoción y, sobre todo, una felicidad que parecía imposible de contener.
Pasábamos las tardes sentados en el comedor de nuestra nueva casa, rodeados de papeles, listas y catálogos.
Román solía hacer bromas sobre cómo esto parecía más un proyecto universitario que una boda.
—¿Quién iba a decir que organizar esto sería como armar una tesis? —decía mientras revisaba un listado de proveedores con una sonrisa. Yo solo podía reír.
La primera tarea fue decidir el lugar. Desde el principio, sabíamos que no queríamos algo tradicional ni en un salón cerrado.
Queríamos algo que reflejara lo que éramos, un lugar que contara nuestra historia.
—¿Qué te parece un bosque? —propuso Román una noche mientras hojeábamos un catálogo. —Un lugar rodeado de árboles, como si estuviéramos en un cuento.
—Me encanta la idea, —respondí emocionada, imaginando cómo sería caminar entre los árboles, con las hojas crujiendo bajo nuestros pies y la luz del sol filtrándose entre las ramas.
Pero entonces, algo cruzó mi mente.
—Aunque... ¿qué tal una biblioteca? Un lugar lleno de libros, donde nuestras historias de amor queden grabadas entre tantas otras.
Román dejó el catálogo en la mesa y me miró con esa expresión que siempre tenía cuando una idea lo emocionaba.
—Helia, eso es perfecto. Es tan tú... y tan nosotros.
Decidirnos fue difícil, porque ambos lugares tenían su propia magia. Así que acordamos visitar opciones de ambos tipos: bosques y bibliotecas antiguas.
Cada visita era una pequeña aventura, y aunque no encontrábamos el lugar ideal al principio, disfrutábamos cada segundo juntos.
Otro de los retos fue hacer la lista de invitados. Una noche nos sentamos en el sofá con una libreta y un par de bolígrafos, listos para escribir los nombres.
—No quiero que sea muy grande, —dije mientras mordía la tapa de mi bolígrafo. —Solo las personas que realmente han sido parte de nuestra vida.
—Estoy de acuerdo, —dijo Román, escribiendo nombres rápidamente. —Aunque mi madre probablemente quiera invitar hasta al perro del vecino.
Ambos reímos ante esa imagen, pero sabíamos que queríamos algo íntimo, rodeados solo de aquellos que realmente importaban. Nuestra lista quedó más corta de lo que imaginamos, pero se sentía perfecta.
El siguiente paso fue decidir el banquete. Aquí fue donde Román se tomó todo con una seriedad que no había mostrado antes.
—Helia, esto es importante. Si la comida no es buena, la gente lo recordará para siempre.