Helia y Román lo tienen todo: inteligencia, carisma y una rivalidad explosiva.
En el campo académico, son enemigos declarados, pero entre debates y desafíos, las chispas que vuelan podrían encender algo más que su odio mutuo.
Porque a veces, el ve...
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Helia tenía una forma peculiar de habitar el espacio. No importaba dónde estuviera o quién estuviera alrededor, parecía siempre al margen, como si el mundo fuera algo secundario para ella.
Era imposible no notarla, incluso cuando intentaba no ser vista. Y ahí estaba yo, atrapado entre la necesidad de acercarme y el temor de romper el delicado equilibrio que habíamos comenzado a construir.
Después de nuestra conversación en la biblioteca, algo había cambiado. No sabría decir qué exactamente, pero sentía que había dado un paso hacia adelante, aunque pequeño.
No podía dejar de pensar en sus palabras, en la forma en que su voz había temblado al admitir sus miedos y dudas. La sinceridad en su mirada me había dejado sin defensas.
Los días siguientes se sintieron como un juego silencioso, como si estuviéramos probando los límites de lo que podíamos ser.
A menudo la veía en los pasillos, y aunque nuestros ojos se cruzaban, ninguno de los dos hacía el intento de acercarse.
Pero no era un silencio incómodo, era más bien como si ambos estuviéramos esperando el momento adecuado para dar el siguiente paso.
Un jueves por la tarde, mientras caminaba hacia mi casillero, la vi sentada en las gradas del campo deportivo.
Estaba sola, con un libro entre las manos, y el viento jugaba con su cabello. Dudé por un instante, pero algo en mí me empujó a acercarme.
—¿Siempre encuentras los mejores lugares para desaparecer? —pregunté mientras me sentaba a su lado.
Helia levantó la vista y me miró con una mezcla de sorpresa y diversión.
—A veces uno necesita escapar —respondió, cerrando el libro con cuidado.
—¿De mí también? —pregunté en broma, aunque había un atisbo de seriedad en mi tono.
Ella sonrió ligeramente, pero no respondió. En cambio, miró hacia el campo vacío frente a nosotros.
Su silencio era una respuesta en sí misma, pero no me molestaba. Había aprendido que Helia hablaba más con sus acciones que con sus palabras.
—Pensé que podríamos hablar un poco más —dije después de un rato.
—¿Sobre qué? —preguntó, volviendo su mirada hacia mí.
—Sobre nosotros. Sobre lo que sea que esto sea.
Helia suspiró, y por un momento pensé que iba a evadir la conversación. Pero en lugar de eso, dejó el libro a un lado y me miró directamente.
—Román, quiero ser honesta contigo, pero no sé cómo. Lo que siento... lo que pienso, es un caos. A veces quiero estar cerca de ti, y otras siento que necesito espacio para entenderme a mí misma. No sé si eso tiene sentido.