Capítulo 10: El peso de las decisiones

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Helia siempre había sido un enigma para mí, un rompecabezas que me fascinaba y desesperaba al mismo tiempo

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Helia siempre había sido un enigma para mí, un rompecabezas que me fascinaba y desesperaba al mismo tiempo. 

Desde el primer momento en que nuestras vidas se cruzaron, supe que ella no era como las demás. 

No por su forma de hablar o por la intensidad en su mirada, sino por la manera en que, sin siquiera intentarlo, lograba derribar las paredes que había construido para protegerme.

Pero ahora... ahora me preguntaba si había sido un error dejarla entrar.

No podía sacarme de la cabeza nuestra última conversación. Sus palabras resonaban una y otra vez en mi mente, mezclándose con el eco de mis propias respuestas. 

Había estado tan cerca de decirle que la amaba, tan cerca de abrirme completamente. Pero cada vez que daba un paso hacia ella, sentía que Helia retrocedía dos.

Esa tarde, mientras caminaba por el campus, traté de concentrarme en todo menos en ella. Me crucé con algunos amigos, escuché sus chistes, incluso intenté sonreír. 

Pero mi mente seguía regresando a su mirada, a esa mezcla de orgullo y vulnerabilidad que tanto me confundía.

Fue entonces cuando la vi. Sofía. Mi mejor amiga desde hacía años, la única persona que realmente entendía lo complicado que era todo esto con Helia. 

Estaba sentada bajo un árbol, leyendo un libro, y por un momento pensé en seguir de largo. No quería arrastrarla más a este desastre.

Pero al final, me acerqué.

—¿Qué haces aquí sola? —pregunté, dejándome caer junto a ella en la hierba.

—Leyendo, como siempre —respondió, con esa sonrisa que siempre lograba relajarme.

Hablamos durante un rato, de cosas sin importancia. Era fácil estar con Sofía, y eso era algo que a veces extrañaba. 

No había tensión ni preguntas que no podía responder. Solo conversaciones ligeras que me hacían olvidar, aunque fuera por un momento, todo lo que me pesaba.

En algún momento, puse mi mano en su hombro, como un gesto automático de agradecimiento. 

Y justo entonces, como si el destino estuviera jugando conmigo, levanté la mirada y la vi. Helia.

Estaba parada a unos metros de distancia, mirándonos. Su expresión era difícil de leer, pero había algo en sus ojos que me dejó helado. 

Quise levantarme, ir tras ella, explicarle que no era lo que parecía. Pero antes de que pudiera moverme, Helia giró sobre sus talones y desapareció.

—¿Qué pasa? —preguntó Sofía, notando mi cambio de humor.

—Nada —mentí, aunque ambos sabíamos que no era cierto.

Esa noche, mientras caminaba hacia mi auto, la encontré esperándome. Estaba de pie junto a mi coche, con los brazos cruzados y una expresión que mezclaba ira y algo que no pude identificar.

La alianza de los corazones oscuros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora