Capitulo 14: Una \"perfecta\" clase de DCAO

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Al dirigirse a los invernaderos, vieron al resto de la clase congregada en la puerta, esperando a la profesora Sprout. Harry, Ron, Abby y Hermione acababan de llegar cuando la vieron acercarse con paso decidido a través de la explanada, acompañada por Gilderoy Lockhart. La profesora Sprout llevaba un montón de vendas en los brazos, y sintiendo otra punzada de remordimiento, Harry vio a lo lejos que el sauce boxeador tenía varias de sus ramas en cabestrillo.La profesora Sprout era una bruja pequeña y rechoncha que llevaba un sombrero remendado sobre la cabellera suelta. Generalmente, sus ropas siempre estaban manchadas de tierra, y si tía Petunia hubiera visto cómo llevaba las uñas, se habría desmayado. Gilderoy Lockhart, sin embargo, iba inmaculado con su túnica amplia color turquesa y su pelo dorado que brillaba bajo un sombrero igualmente turquesa con ribetes de oro, perfectamente colocado. Abby se alejó de el como pudo y se acercó a saludar a Meson, que estaba con unos amigos.-¡Hola, Mey!-le saludó.-¿Qué tal Abby?-saludó-¿tu hermano llegó en coche volador?-Si... una gran entrada en mi opinión-sonrió divertida.-Si, bueno,...Se me olvidaba; Marian quiere que vallamos después de las clases a ya sabes que sitio. Por cierto ¿Te ha vuelto a pasar eso?-No, tranquilo-dijo poniendo los ojos en blanco.—¡Hola, qué hay! —saludó Lockhart, sonriendo al grupo de estudiantes—. Estaba explicando a la profesora Sprout la manera en que hay que curar a un sauce boxeador. ¡Pero no quiero que penséis que sé más que ella de botánica! Lo que pasa es que en mis viajes me he encontrado varias de estas especies exóticas y...—¡Hoy iremos al Invernadero 3, muchachos! —dijo la profesora Sprout, que parecía claramente disgustada, lo cual no concordaba en absoluto con el buen humor habitual en ella.Se oyeron murmullos de interés. Hasta entonces, sólo ha¬bían trabajado en el Invernadero 1. En el Invernadero 3 había plantas mucho más interesantes y peligrosas. La pro¬fesora Sprout cogió una llave grande que llevaba en el cin¬to y abrió con ella la puerta. A Harry y Abby les llegó el olor de la tierra húmeda y el abono mezclados con el perfume intenso de unas flores gigantes, del tamaño de un paraguas, que col¬gaban del techo. Se disponían a entrar detrás de Ron y Hermione cuando Lockhart detuvo a Harry sacando la mano rapidísi¬mamente.—¡Harry! Quería hablar contigo... Profesora Sprout, no le importa si retengo a Harry un par de minutos, ¿verdad?A juzgar por la cara que puso la profesora Sprout, sí le importaba, pero Lockhart añadió:—Sólo un momento —y le cerró la puerta del inverna¬dero en las narices.—Harry —dijo Lockhart. Sus grandes dientes blancos brillaban al sol cuando movía la cabeza—. Harry, Harry, Harry."Le vas a gastar el nombre" pensó Abby que había escuchado esa parte antes de ir junto a Ron y Hermione.Harry no dijo nada. Estaba completamente perplejo. No tenía ni idea de qué se trataba. Estaba a punto de decírselo, cuando Lockhart prosiguió:—Nunca nada me había impresionado tanto como esto, ¡llegar a Hogwarts volando en un coche! Claro que ensegui¬da supe por qué lo habías hecho. Se veía a la legua. Harry, Harry, Harry.Era increíble cómo se las arreglaba para enseñar todos los dientes incluso cuando no estaba hablando.—Te metí el gusanillo de la publicidad, ¿eh? —Dijo Lockhart—. Le has encontrado el gusto. Te viste compartiendo conmigo la primera página del periódico y no pudiste resistir salir de nuevo.—No, profesor, verá...—Harry, Harry, Harry —dijo Lockhart, cogiéndole por el hombro—. Lo comprendo. Es natural querer probar un poco más una vez que uno le ha cogido el gusto. Y me avergüenzo de mí mismo por habértelo hecho probar, porque es lógico que se te subiera a la cabeza. Pero mira, muchacho, no puedes ir volando en coche para convertirte en noticia. Tienes que tomártelo con calma, ¿de acuerdo? Ya tendrás tiempo para estas cosas cuando seas mayor. Sí, sí, ya sé lo que estás pensando: «¡Es muy fácil para él, siendo ya un mago de fama internacional!» Pero cuando yo tenía doce años, era tan poco importante como tú ahora. ¡De hecho, creo que era menos im¬portante! Quiero decir que hay gente que ha oído hablar de ti, ¿no?, por todo ese asunto con El-que-no-debe-ser-nombrado. —Contempló la cicatriz en forma de rayo que Harry tenía en la frente—. Lo sé, lo sé, no es tanto como ganar cinco veces seguidas el Premio a la Sonrisa más Encantadora, concedido por la revista Corazón de bruja, como he hecho yo, pero por algo hay que empezar.Le guiñó un ojo a Harry y se alejó con paso seguro. Harry se quedó atónito durante unos instantes, y luego, recordando que tenía que estar ya en el invernadero, abrió la puerta y entró.—Hoy nos vamos a dedicar a replantar mandrágoras.-Informó la profesora-Veamos, ¿quién me puede decir qué propiedades tiene la mandrágora?Sin que nadie se sorprendiera, Hermione fue la primera en alzar la mano.—La mandrágora, o mandrágula, es un reconstituyente muy eficaz —dijo Hermione—. Se utiliza para volver a su estado original a la gente que ha sido transformada o encantada.—Excelente, diez puntos para Gryffindor —dijo la profesora Sprout—. La mandrágora es un ingrediente esencial en muchos antídotos. Pero, sin embargo, también es peligrosa. ¿Quién me puede decir por qué?—El llanto de la mandrágora es fatal para quien lo oye —dijo Hermione instantáneamente.—Exacto. Otros diez puntos —dijo la profesora Sprout—. Bueno, las mandrágoras que tenemos aquí son todavía muy jóvenes.El resto de la clase lo pasaron replantando las mandrágoras, que no era precisamente una tarea facil. Al final de clases, Ron estaba de mal humor por su varita.-¿Qué toca después?-preguntó Harry cambiando de tema.-Defensa Contra las Artes Oscuras-contestó Hermione rápidamente.-¿Por qué-preguntó Ron cogiendo el horario de ella-has rodeado todas sus clases con corazoncitos? Hermione se lo quitó mientras se ponía roja, después de comer salieron al patio, hablaron de Quiddicht mientras Hermione volvía a leer "Viajes con los vampiros" al poco se dieron cuenta de que alguien los estaba vigilando, era un chico de primero que tenía una cámara de fotos en sus manos, que quería una foto de Harry, y Draco empezó a meterse con ellos, Abby, raro en ella no intervenía, porque estaba como si todo le llegase de una forma rara o no llegase del todo, era como un estado de semiinconsciencia, en el que una y otra vez le venían a la mente las palabras del hombre de su recuerdo.-¿Qué pasa aquí? ¿Qué es lo que pasa aquí? —Gilderoy Lockhart caminaba hacia ellos a grandes zancadas, y la túnica color turquesa se le arremolinaba por detrás—. ¿Quién firma fotos?Harry quería hablar, pero Lockhart lo interrumpió pasándole un brazo por los hombros y diciéndole en voz alta y tono jovial:-¡No sé por qué lo he preguntado! ¡Volvemos a las andadas, Harry!Sujeto por Lockhart y muerto de vergüenza, Harry vio que Malfoy se mezclaba sonriente con la multitud, Abby apagó lentamente la llama y se sentó junto a Hermione.-Vamos, señor Creevey —dijo Lockhart, sonriendo a Colin—. Una foto de los dos será mucho mejor. Y te la firmaremos los dos. Pero se nos olvida a la señorita Potter.-No, que va-respondió ella rapidamente.Pero Lockhart la agrarró del brazo y la puso a su lado, Colin buscó la cámara a tientas y sacó la foto al mismo tiempo que la campana señalaba el inicio de las clases de la tarde.Habían alcanzado el aula de Lockhart y éste dejó libre por fin a Harry, que se arregló la túnica y buscó un asiento al final del aula, donde se parapetó detrás de los siete libros de Lockhart, de forma que se evitaba la contemplación del Lockhart de carne y hueso.El resto de la clase entró en el aula ruidosamente, y Ron, Abby y Hermione se sentaron a ambos lados de Harry.-Se podía freír un huevo en tu cara —dijo Ron—. Más te vale que Creevey y Ginny no se conozcan, porque fundarían el club de fans de Harry Potter.—Cállate —le interrumpió Harry. Lo único que le falta¬ba es que a oídos de Lockhart llegaran las palabras «club de fans de Harry Potter».Abby se rio con el comentario, pero se calló cuando Harry la miró asesinamente.Cuando todos estuvieron sentados, Lockhart se aclaró sonoramente la garganta y se hizo el silencio. Se acercó a Neville Longbottom, cogió el ejemplar de Recorridos con los trols y lo levantó para enseñar la portada, con su propia fotografía que guiñaba un ojo.—Yo —dijo, señalando la foto y guiñando el ojo él también— soy Gilderoy Lockhart, Caballero de la Orden de Merlín, de tercera clase, Miembro Honorario de la Liga para la Defensa Contra las Fuerzas Oscuras, y ganador en cinco ocasiones del Premio a la Sonrisa más Encantadora, otorga¬do por la revista Corazón de bruja, pero no quiero hablar de eso. ¡No fue con mi sonrisa con lo que me libré de la banshee que presagiaba la muerte!Esperó que se rieran todos, pero sólo hubo alguna sonrisa.—Veo que todos habéis comprado mis obras completas; bien hecho. He pensado que podíamos comenzar hoy con un pequeño cuestionario. No os preocupéis, sólo es para comprobar si los habéis leído bien, cuánto habéis asimilado...Cuando terminó de repartir los folios con el cuestionario, volvió a la cabecera de la clase y dijo:—Disponéis de treinta minutos. Podéis comenzar... ¡ya! Harry miró el papel y leyó: 1. ¿Cuál es el color favorito de Gilderoy Lockhart?2. ¿Cuál es la ambición secreta de Gilderoy Lockhart?3. ¿ Cuál es, en tu opinión, el mayor logro hasta la fecha de Gilderoy Lockhart? Así seguía y seguía, a lo largo de tres páginas, hasta: 54. ¿Qué día es el cumpleaños de Gilderoy Lockhart, y cuál sería su regalo ideal? Media hora después, Lockhart recogió los folios y los hojeó delante de la clase, aunque Abby solo esccuchaba "Bla, bla, bla..." hasta que de debajo de la mesa sacó una jaula grande, cubierta por una funda, y la puso encima de la mesa, para que todos la vieran.—Ahora, ¡cuidado! Es mi misión dotaros de defensas contra las más horrendas criaturas del mundo mágico. Puede que en esta misma aula os tengáis que encarar a las co¬sas que más teméis. Pero sabed que no os ocurrirá nada malo mientras yo esté aquí. Todo lo que os pido es que con¬servéis la calma.En contra de lo que se había propuesto, Harry asomó la cabeza por detrás del montón de libros para ver mejor la jau¬la. Lockhart puso una mano sobre la funda. Dean y Seamus habían dejado de reír. Neville se encogía en su asiento de la primera fila.—Tengo que pediros que no gritéis —dijo Lockhart en voz baja—. Podrían enfurecerse.Cuando toda la clase estaba con el corazón en un puño, Lockhart levantó la funda.—Sí —dijo con entonación teatral—, duendecillos de Cornualles recién cogidos.Seamus Finnigan no pudo controlarse y soltó una car¬cajada que ni siquiera Lockhart pudo interpretar como un grito de terror.—¿Sí? —Lockhart sonrió a Seamus.—Bueno, es que no son... muy peligrosos, ¿verdad? —se explicó Seamus con dificultad.—¡No estés tan seguro! —dijo Lockhart, apuntando a Seamus con un dedo acusador—. ¡Pueden ser unos seres en¬demoniadamente engañosos!Los duendecillos eran de color azul eléctrico y medían unos veinte centímetros de altura, con rostros afilados y vo¬ces tan agudas y estridentes que era como oír a un montón de periquitos discutiendo. En el instante en que había le¬vantado la funda, se habían puesto a parlotear y a moverse como locos, golpeando los barrotes para meter ruido y ha¬ciendo muecas a los que tenían más cerca.—Está bien —dijo Lockhart en voz alta—. ¡Veamos qué hacéis con ellos! —Y abrió la jaula.Se armó un pandemónium. Los duendecillos salieron dis¬parados como cohetes en todas direcciones. Dos cogieron a Neville por las orejas y lo alzaron en el aire. Algunos salieron volando y atravesaron las ventanas, llenando de cristales rotos a los de la fila de atrás. El resto se dedicó a destruir la clase más rápidamente que un rinoceronte en estampida. Cogían los tinteros y rociaban de tinta la clase, hacían trizas los libros y los folios, rasgaban los carteles de las paredes, le daban vuelta a la papelera y cogían bolsas y libros y los arrojaban por las ventanas rotas. Al cabo de unos minutos, la mitad de la clase se había refugiado debajo de los pupitres y Neville se balanceaba colgando de la lámpara del techo.—Vamos ya, rodeadlos, rodeadlos, sólo son duendecillos... —gritaba Lockhart.Se remangó, blandió su varita mágica y gritó:—¡Peskipiski Pestenomi!No sirvió absolutamente de nada; uno de los duendecillos le arrebató la varita y la tiró por la ventana. Lockhart tragó saliva y se escondió debajo de su mesa, a tiempo de evitar ser aplastado por Neville, que cayó al suelo un segundo más tarde, al ceder la lámpara.Sonó la campana y todos corrieron hacia la salida. En la calma relativa que siguió, Lockhart se irguió, vio a Harry, Abby Ron y Hermione y les dijo:—Bueno, vosotros cuatro meteréis en la jaula los que quedan. —Salió y cerró la puerta.—¿Habéis visto? —bramó Ron, cuando uno de los duen¬decillos que quedaban le mordió en la oreja haciéndole daño.—Sólo quiere que adquiramos experiencia práctica —dijo Hermione, inmovilizando a dos duendecillos a la vez con un útil hechizo congelador y metiéndolos en la jaula.—¿Experiencia práctica? —dijo Harry, intentando atrapar a uno que bailaba fuera de su alcance sacando la lengua—. Hermione, él no tenía ni idea de lo que hacía.—Mentira —dijo Hermione—. Ya has leído sus libros, fíjate en todas las cosas asombrosas que ha hecho...—Que él dice que ha hecho —añadió Ron.-Bueno, cuando os dejeis de chachara-les llamó la atención una Abby que estaba hasta arriba de duendecillos-quiza podríais ayudarme...No continuo, porque estos empezaron a darle vueltas en el aire y estuvo asi hasta que Hermione lo soluciono.-Me lo cargo-dijo al abandonar el aula con nauseas-juro que me lo cargo.

la hermana de harry potter y la camara secretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora