Capitulo 23: La inscripción en el muro y recuerdos del día 31

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¿Qué pasa aquí? ¿Qué pasa?

Atraído sin duda por el grito de Malfoy, Argus Filch se abría paso a empujones. Vio a la Señora Norris y se echó atrás, llevándose horrorizado las manos a la cara.

-¡Mi gata! ¡Mi gata! ¿Qué le ha pasado a la Señora No­rris? —chilló. Con los ojos fuera de las órbitas, se fijó en Harry—. ¡Tú! —chilló—. ¡Tú! ¡Tú has matado a mi gata! ¡Tú la has matado! ¡Y yo te mataré a ti! ¡Te...!

-¡Ni se le ocurra!-exclamó Abby.

-¡Os mataré a los dos! ¡O voy a...!

—¡Argus!

Había llegado Dumbledore, seguido de otros profesores. En unos segundos, pasó por delante de Harry, Abby, Ron, y Her­mione y sacó a la Señora Norris de la argolla.

—Ven conmigo, Argus —dijo a Filch—. Vosotros tam­bién, Potter, Weasley y Granger.

Lockhart se adelantó algo asustado.

—Mi despacho es el más próximo, director, nada más subir las escaleras. Puede disponer de él.

—Gracias, Gilderoy —respondió Dumbledore.

La silenciosa multitud se apartó para dejarles paso. Lockhart, nervioso y dándose importancia, siguió a Dum­bledore a paso rápido; lo mismo hicieron la profesora McGonagall y el profesor Snape.

Cuando entraron en el oscuro despacho de Lockhart, hubo gran revuelo en las paredes; Harry se dio cuenta de que algunas de las fotos de Lockhart se escondían de la vis­ta, porque llevaban los rulos puestos. El Lockhart de carne y hueso encendió las velas de su mesa y se apartó. Dumble­dore dejó a la Señora Norris sobre la pulida superficie y se puso a examinarla. Harry, Ron, Abby y Hermione intercambiaron tensas miradas y, echando una ojeada a los demás, se sen­taron fuera de la zona iluminada por las velas.

Dumbledore acercó la punta de su nariz larga y gan­chuda a una distancia de apenas dos centímetros de la piel de la Señora Norris. Examinó el cuerpo de cerca con sus lentes de media luna, dándole golpecitos y reconociéndolo con sus largos dedos. La profesora McGonagall estaba casi tan inclinada como él, con los ojos entornados. Snape estaba muy cerca detrás de ellos, con una expresión peculiar, como si es­tuviera haciendo grandes esfuerzos para no sonreír. Y Lock­hart rondaba alrededor del grupo, haciendo sugerencias.

—Puede concluirse que fue un hechizo lo que le produjo la muerte..., quizá la Tortura Metamórfica. He visto muchas veces sus efectos. Es una pena que no me encontrara allí, porque conozco el contrahechizo que la habría salvado.

Los sollozos sin lágrimas, convulsivos, de Filch acom­pañaban los comentarios de Lockhart. El conserje se des­plomó en una silla junto a la mesa, con la cara entre las manos, incapaz de dirigir la vista a la Señora Norris. Pese a lo mucho que detestaba a Filch, Harry y Abby no pudieron evitar sentir compasión por él, aunque no tanta como la que sentían por sí mismos. Si Dumbledore creía a Filch, los expulsarían sin nin­guna duda.

Dumbledore murmuraba ahora extrañas palabras en voz casi inaudible. Golpeó a la Señora Norris con su varita, pero no sucedió nada; parecía como si acabara de ser disecada.

Finalmente, Dumbledore se incorporó.

—No está muerta, Argus —dijo con cautela.

Lockhart interrumpió de repente su cálculo del número de asesinatos evitados por su persona.

—¿Que no está muerta? —preguntó Filch entre sollo­zos, mirando por entre los dedos a la Señora Norris—. ¿Y por qué está rígida?

—La han petrificado —explicó Dumbledore.

la hermana de harry potter y la camara secretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora