Aquí todos somos felices.

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Una soleada tarde de verano, mientras rondábamos los veintitrés y diecisiete años, Amy y yo nos conocimos. Ella era completamente bella, lucía un hermoso vestido color azul celeste y yo tenía puesto un traje  color café y un sombrero. Desde que la vi supe completamente que tu abuela sería la mujer más bella de esta tierra, sin embargo sus ojos reflejaban cierto odio hacia lo que éramos, gente de sociedad. Parecía muy horrorizada respecto a lo que nuestras familias habían planeado durante meses, una boda perfecta, con música perfecta y una hermosa casa que colindaba con el río.

Yo siempre intente ser muy empático con ella, pero ella no mostraba ni la más mínima pizca de interés hacia mí. Pasaron los días y tu abuela y yo comenzamos a salir, charlábamos y todo aquello que se hacía en nuestra época, me enamoré; era increíble lo mucho que podía existir tras ese hermoso cabello, ella era muy  intelectual. Era la chica ideal, poco a poco ella también comenzó a dar de su parte, comenzó a interesarse, incluso nos convertimos en la pareja del año en muchos de los periódicos locales. Parecíamos felices. –Pensaba el aún enamorado señor Freedom.

—¿Abuelo? —dijo el niño con interés— ¿Qué tan felices eran?

—¿Perdón? —dijo el señor un tanto abrumado— ¿Qué clase de pregunta es esa? 

—Bueno es que la abuela y tú siempre parecen muy distantes, no como cualquier otra pareja de enamorados.

—Es que ya somos demasiado viejos, esas tonterías del amor, ya no son tan relevantes para nosotros —contestó el abuelo con desagrado.

—Se supone que donde existe amor, siempre seguirá existente ¿no es así? –el niño parecía confundido, muy confundido.

—Sí, así es. Pero esas son demasiadas preguntas, para un anciano como yo.

—Abuelo, la edad es sólo un número y tú no tienes más de cincuenta.

—Si quieres saber algo, deberías cuestionar a tu abuela, no a mí.

El señor Freedom era un hombre que siempre había parecido mucho más maduro de lo que era, siempre con esa actitud respetuosa, que a la vista de los demás parecía incluso a veces un poco hipócrita. A él le encantaba coleccionar cualquier cosa referente a su esposa en un álbum de fotografías viejo que conservaba hacía veinticinco años, éste contenía desde billetes de tren hasta incluso una muestra de sangre de su primer hijo juntos. Le maravillaba lo bien que podía esconder su obsesionado amor hacia Amy en todos esos artículos y los muchos recuerdos que invadían su mente cada vez que los hojeaba.

—¿Abuela? —preguntó el chico.

—Dime hijo, ¿para qué me necesitas? —contestó una señora delgada, con expresión dura y con una respiración levemente pausada.

—Oye el abuelo no quiere contestar mis preguntas, creo que se siente demasiado viejo.

—¿Preguntas? ¿Qué tipo de preguntas? Vamos Henri sólo tienes cinco años —contestó la abuela con cierto aire preocupado— ¿Qué es eso que te preocupa?

—Me preocupa que a su edad no puedan ser felices.

—Bueno Henri, eso es muy lindo de tu parte, pero estás en un error, aquí todos somos felices —la señora Freedom ni si quiera pudo creer en su respuesta.

—No te mientas abuela, lo he visto. No deberías subestimarme, mis padres dicen que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad.

—Hace veintiséis años Henri que tu abuelo y yo nos casamos. Yo tenía el cabello castaño en aquel entonces y unos rizos espectaculares que caían sobre mis hombros, lo que se llevo el tiempo. Mi juventud, aquella radiante chispa adolescente desapareció con el matrimonio.

—No me parece razón suficiente para ser infeliz, vamos abuela siempre puedes pintarte el cabello de nuevo. Incluso si quieres puedo decirle a mi tía que te ayude a rizarte el cabello.

—Suena tentador Henri, pero no lo necesito creo que más bien me hace falta viajar.

La señora Freedom nunca había estado satisfecha con su nivel social, estaba segura, completamente segura que sería más feliz viviendo sola en una casa de paja cerca del bosque, que en una casa de mármol en el centro de la ciudad rodeada de sirvientes. Le parecía una pena que el dinero significara mucho más que un amigo sincero.

Hacía ya veintiséis años para ser exactos que no tenía un buen propósito para seguir viviendo. Sólo se dejaba llevar.

—Amy, me parece que ya es tiempo de que rompamos este muro que se encuentra entre nosotros. Debemos hablar —mencionó el señor Freedom.

—No Logan, no puedo. Ellos no merecen saber que todo esto es una farsa.

—¿Por qué demonios Amy? ¿Por qué si ya pasaron veintitrés años no lo superas? —el señor Freedom estaba realmente molesto— Creo que si de verdad esa persona existiera ya la hubieras encontrado, y al menos sabes que por mi parte no es una farsa.

—¿Te parece que no lo encontré? Es acaso que no has notado que lo que me molesta es que realmente sí lo encontré. Y que por culpa de mi estúpida conciencia no estoy con él, feliz.

—Debiste decírmelo no te hubiera molestado, te lo prometí. El divorcio hubiera estado en tu oficina a la mañana siguiente.

—Qué artimaña más sucia, ¿crees qué por despiadada que sea hubiera dejado a mis hijos? Pues no, ellos no tienen la culpa de lo que la señora Grettel me hizo hacer.

—La señora Grettel, es tu madre y merece respeto. Además fue tu elección hacerla feliz, hacerme feliz. A mí no me engañas, sé que creíste que hacer feliz a otras personas te haría feliz a ti también. Que merecerías la gloria y que así Dios se apiadaría de ti y te haría un poco menos desdichada.

—Te has convertido en un ser malévolo Logan, ni si quiera te conozco.

—¿Por qué Amy? Porque te conozco tan bien que soy el único en esta casa que te dice la verdad, por eso soy malévolo ¿no es así?

—Mañana tomaré un avión a Perú, ya sabes dónde encontrarme aunque dudo que me necesites —la señora Amy estaba a punto de romper en llanto, una lágrima bastaba para que no dejara de llorar durante el resto del día. Pero no era tristeza, no era desdicha, era coraje, odio hacia ella misma y su inconsciente voluntad.

—El que calla otorga Amy, el que calla otorga —dijo Freedom muy seguro de sí mismo.

La inalterable paz de la casa Freedom había desaparecido, el señor por su parte deseaba decir la verdad, y la señora por la suya preferiría seguir ocultándolo y huir de su realidad; eso era por supuesto mucho más sencillo que explicarle a cuatro hijos ¿Cómo nacieron si no había amor?


Loving Amy | Amar a AmyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora