Primer beso.

37 3 0
                                    

—Mamá no voy a dejar de ver a Tom sólo porque no te parece el hecho de que sea pobre. Él ha sido mi mejor amigo durante mucho tiempo y no voy a empezar a juzgarlo ahora— le dije completamente molesta y llena de rabia por su insistencia.

Odiaba que mi mamá se empeñara tanto en hacer de menor importancia a Tom por su nivel económico, ella debería saber mejor que nadie lo que cuesta tener dinero. Papá y ella no nacieron como una familia adinerada de la noche a la mañana, de no ser por el arduo trabajo de mi padre ella estaría trabajando en sus costuras aún.

—Es que no entiendo ¿por qué ese Tom tiene que ser tan importante? Sé que él estuvo para ti cuando estuviste sola, pero eso también fue tu culpa. Nunca quisiste comportarte como la buena niña que eras y ahora como la joven señorita en que te estás convirtiendo. Mírate, siempre vestida como un niño, es que no puedo convencerte de que te quites esos tenis harapientos que siempre llevas puestos.

—¿Por qué no puedes entender lo cómodos que son? Mamá nunca me he caracterizado por ser femenina, ya deberías de haberme aceptado.

—Marie, eres la más bella de mis hijas, — Ah odio ese nombre, pensaba. Mi madre empezaba a ponerse de fastidiosa —tan hermosa como tu nombre Amanda Marie, no puedo creer que desperdicies tu belleza con esos vaqueros tan flojos, por lo menos podrías usar unos ajustados, resaltarían tu figura, ahora que es bonita porque cuando cumplas los 30 entenderás.

—¡¡Ay Grettel!!—Suspiré profundo haciendo mi cara de frustración —Nada de Grettel, soy tu madre y debes respetarme, no me hagas enojar Amanda. Te lo advierto, si no terminas con tu amistad con ese mugroso me vas a odiar más de lo que lo haces ahora. No puedo permitir que te cases con alguien que tiene que lavar sus pantalones a diario porque no tiene otros.

—Papá, por favor dile algo, él ni si quiera es así. —Mi papá no solía entrometerse en nuestros asuntos pero esta vez estaba suplicando con el corazón en la mano que lo hiciera.

Durante los últimos meses mi cuerpo había sufrido toda clase de cambios, estaba en la edad de los once, tan difíciles los once. La pubertad comenzaba a surtir efecto y definitivamente se me habían marcado algunas pequeñas curvas, nada de qué preocuparse. Pero el problema eran las hormonas que me tenían vuelta loca, mis decisiones cada vez eran tomadas más a la ligera y sin medir consecuencias, estaba segura ahora por fin de que estaba irrevocablemente enamorada de Tom, mi mejor amigo y de que sería capaz de escaparme con él incluso si fuera necesario para no abandonarlo. Nuestro último acontecimiento había dejado muy claro lo que sentía cada quien pero aun así no estaba segura de que le hubiera llegado el mensaje y mucho menos de si quería que así fuera.

—Así que una vez más estamos aquí, bajo el árbol.

—Lo sé, hoy te arriesgaste mucho al ir a buscarme a mi casa. La técnica de las piedritas pudo haber despertado a alguien.

—Sólo fueron unos cuantos golpes a tu ventana, quien se arriesgó más fuiste tú. Mira que lanzarte desde la ventana de un segundo piso, está de locos.

—No tenía otra alternativa, sabía que no ibas a dejar de lanzar piedras si no lo hacía y ya sabes que Grettel...

—Sí, ya lo sé. No necesitas recordármelo. Mejor mira el horizonte, acaso no es bello, sobre todo la luna, se parece a ti cuando sonríes. Siempre te he encontrado parecido con el cielo Amy, tus mejillas son como dos tiernos duraznos así de suaves y tan naranjas con el amanecer, cuando se sonrojan son como el atardecer. Y luego están tus ojos, son tan divinos, no son como el azul que tienen los ojos normales definitivamente, no es que no seas normal, pero tú me entiendes. Eres hermosa Amy, simplemente lo eres y no me gustaría separarme de ti jamás, quiero quedarme el resto de mi vida mirando ese horizonte, con tu mano sobre mi mano y sin preocupaciones. — Cuando dejé de mirar el horizonte y por fin me armé de valor para mirarle, fue increíble. Su mirada quemaba en mis mejillas. Podía ver por completo su sinceridad reflejada en sus ojos. Pero no sabía cómo contestarle.

—Ah, yo. Bueno, yo. Yo no sé qué decirte.

—Eso es todo ¿no sientes nada por mí?

—Claro que siento algo por ti, no sé cómo explicarlo eso es todo. Tú siempre tienes las palabras adecuadas en el momento adecuado y sabes que lo eres todo para mí, cuando estoy contigo no hay más que decir porque soy feliz. Creo que lo que más disfruto es haberte visto crecer junto a mí. Porque agradezco infinitamente que ya no midas menos que yo. Ahora puedo pararme al lado de ti y parecer una persona normal, creo que va a ser muy útil cuando sea mayor y quiera— algo en mí se detuvo cuando pensé la palabra "besarte" quería que fuera mentira pero era lo único que deseaba que pasara en ese momento.

—¿Cuando quieras qué, Amy?¿Besarme?

En ese momento, ahora sí mi corazón se detuvo, no podía creer lo que estaba pasando, mi pulso se estaba acelerando mientras él se aproximaba a mí, no sabía ni qué hacer. Una vez leí un artículo sobre eso en la revista que tenía el dentista en su sala de espera pero todo estaba pasando muy rápido como para ponerme a recordar lo que se tenía que hacer. Lo extraño era que los pájaros iban más lento para mí, los árboles y sus hojas ya no hacían ruido y el frío de la noche se había esfumado. Todo era calor, excepto las palmas de mis manos que se estaban congelando. Me acerqué poco a poco y creí que iba a terminar echándome a reír en cualquier momento, pero aunque la felicidad en ese momento era demasiada, no tenía comparación con la felicidad que sentí cuando su labio tocó el mío. Había demasiadas sensaciones como para distinguirlas una a una, estaba su labio suave que hacia cosquillas sobre el mío, las ganas de vomitar en mi estómago que se convirtieron en montaña rusa en algún momento y luego estaba el calor en mis mejillas y en mi cuello que hacían que cualquier mínimo roce se sintiera al extremo. Quería salir corriendo y gritar que era feliz a los vientos.







Loving Amy | Amar a AmyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora