Niño-niñas.

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—¡Silencio, silencio!— exclamaba el profesor, sin respuesta alguna ante el montón de niñas que se encontraba acumulado frente a la ventana del salón de clases. Qué ilusas eran al enamorarse de un niño mayor que ellas. Me daban pena, apenas y podían limpiarse solas los mocos y ya parecía que sus hormonas las iban a controlar por siempre. —¿Por qué no pueden ser como Amanda todas? ¿Es que tengo que estarlas callando cada que la escolta de la escuela tiene que salir a ensayar? ¿O prefieren que les deje más trabajo para su casa del normal?— El profesor ya de por sí nos dejaba demasiado trabajo como para poder a salir a buscar un columpio donde ver el atardecer y a ellas ni si quiera parecía importarles sus amenazas.

—Perdón profesor, prometemos que nunca más va a ocurrir algo así —dijo Sonia, una niña con pecas que era la reina del salón.

Cuando Sonia hablaba todas hacían lo que ella quería, todas le seguían sin chistar, es que no podía ser más manipuladora. Al momento de conocernos no me caía mal, hasta que decidí que mi ideal no era hacer amistad con las niñas y jugaba sola en el parque, mientras que todas tomaban su almuerzo y jugaban a las muñecas en las bancas.

—Miren a esa boba, haciéndoselas de brava, jugando como hombrecito. No se le acerquen mucho niñas, podría contagiarlas. Mi mami dice que a las niñas que les gustan los juegos de niños también les gustan las niñas y eso es una enfermedad. ¡Mi tío es médico y dice que ella debería estar en un manicomio!— gritaba Sonia para que la escuchara, la verdad es que nunca me importaban sus comentarios huecos y estúpidos, pero un día me terminó colmando la paciencia y no pude más. Recuerdo estar tomando agua de los bebederos comunitarios después de un largo día de deportes cuando ella gritó —No tomen de ese bebedero, pueden contraer cinco tipos distintos de enfermedades, les saldrán ronchas, les apestará la piel y sangraran entre sus piernas.

—¡Qué asco! ¡No puedo creerlo, de seguro no se baña!— gritaban todas, mi cara enrojecía de coraje, intenté tranquilizarme sin efecto alguno y por fin me acerqué un paso hacia donde estaban ellas.

—¡Buuuuu!— exclamé retorciendo los dedos frente a mi cara, como si fuera a tocarlas. —Y tú Sonia ¿sabes cómo reaccionamos las niño-niñas cuando nos molestan? ¿Ni tu mami, ni tu tío te dijeron?— hablaba mientras hacía círculos alrededor de la Sonia más nerviosa que jamás había visto —mira niñita tonta y prejuiciosa, no creí que lo necesitaras pero viendo tu poco respeto por la gente, creo que mereces un buen escarmiento— tiré de su cabello y Sonia cayó al suelo chillando como si le hubiera roto un dedo, pobre muy seguramente creyó que la iba a dejar ir, por un momento yo también creí que verla suplicando en la tierra era lo mejor que podía pasarme ese día, hasta que pude ver detrás del bebedero las tijeras del jardinero, quería cortarle la lengua. Pero para serles sinceros con su cabello bastaba, así que tire fuerte y con un simple corte terminé con toda su coleta en mi mano. Las demás niñas tenían los ojos como platos, me miraban absortas y sin poder hacer nada       — ¡¡Jajaja, mírate hombrecito!! ¿Creíste que eras intocable? Porque tu cabello no lo fue ¿qué niñas, no les da risa? Mírenla parece un niño y uno muy sucio ¿por qué no te bañas Sonia? ¿No se van a reír niñas?—incité al montón de niñas lame botas que la seguían día tras día, que fácilmente rieron. No es que fuera difícil con esa cara o esos pelos, pero eran sus amigas. —¿Quién sigue?.— Las miraba sonriente mientras una a una corrían despavoridas.

A la mañana siguiente, después del terrible acontecimiento con las tijeras del jardinero, Sonia llevaba gorro al colegio y todo se sentía tan bien. Tan ligero el ambiente que por fin pude disfrutar mi sándwich de pollo sentada en la casita de los juegos. Creí que iba a quedarme dormida mirando a las aves comer cuando un niño, que por cierto no traía uniforme pasó corriendo.

—¡Oye, oye! ¿Tú quién eres?— el niño abrió espantado los ojos, llevaba puestos unos shorts una camisa color café y unos tenis converse muy rotos.

—¿Me das de tu sándwich?— me preguntó sonriendo, aun cuando le faltaba un diente.

—Toma— sonreí —pero dime quién eres ¿por qué no usas uniforme?

—Mi mamá trabaja en esa casa de allá, ¿la ves? Esa que está después de la cerca.

—Sí la veo, pero ¿por qué cruzaste la cerca?

—Me aburro de verla limpiar, la casa es muy grande pero no me dejan jugar. Hay muchos jarrones y cosas costosas que podría romper y no les gusta que corra.

—Ya veo, como sea nadie te va a ver aquí a no ser que te acerques mucho a la ventana. ¿Vienes a diario?

—Sí, mi mamá tiene que hacer de todo en esa casa y nunca termina temprano.

—¿Por eso tienes hambre, no te da de comer?

—No es su culpa, no tiene tiempo de hacer de comer para nosotros y no le permiten tomar comida de la que cocina para que comamos.

—Si vienes mañana puedes quedarte con mi sándwich de mantequilla de maní.

—¿No te gusta?— me daba risa su expresión, había una luz brillando en sus ojos que imaginaban el sándwich a lo lejos, su tez morena resplandecía con la luz del sol, no es que fuera particularmente oscuro el color de su piel, era una piel apiñonada más bien pero parecía muy maltratada por el sol.

—No me gusta. Mañana lo tendrás en tus manos, sólo para ti. Pero vas a jugar conmigo ¿lo prometes?

—Lo prometo ¿quieres jugar ahorita?

—Ya tengo que irme a clases ¿cómo te llamas?

—Eh, me dicen Tom.





Loving Amy | Amar a AmyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora