Permíteme volverte a escribir una vez más, recitarte en forma de palabras los males que persiguen mi espíritu apagado. Ya han pasado varios años desde la última vez que mis versos tocaron la puerta oxidada de tu vieja casa. Esas cartas ahora son solo sombras en tu hogar, hojas vacías llenas de palabras sin sentido, recuerdos nulos de un pasado olvidado. Nuevas ideas devoraron las partes podridas de aquellos versos sueltos en el viejo aire. Pero el sol no se detuvo; siguió a la luna, y aquella, mi última noche, no fue más que un delirio masoquista.
Quizá no sea realista repetir aquella madrugada. No es adecuado seguir llorando por el pasado, pero aun así me lleva a escribirte otra vez, aferrándome a esos días ya distantes cuando el manjar de la vida llenaba mi paladar, cuando las ideas eran inciertas, cuando no había una barrera entre lo imaginario y lo verdadero. Cuando regalaba mi tiempo, cuando los segundos no tenían importancia. No es un pecado recordar aquello que provocó la primera chispa en este espíritu descolorido.
Quise dejar todo esto atrás. Quise olvidar tu partida, pero aún me persigue el sonido de tu voz. Porque no fuiste cualquiera; fuiste parte de mi ser. Eres el coleccionista de cada lágrima que decoloraba mi corazón. Quisiera volver a escuchar tu voz, no solo recordar el tenue eco de tus bruscas palabras. Creo que me volví dependiente del tono de tus notas, pero no puedo culparte por tu partida. Sabía que algún día tu voz se apagaría, que tu sombra se fusionaría con la de los demás, con la mía...
Al final, mi vida siguió su rumbo. El maldito reloj no se detuvo, no quiso parar. Siguió su curso; su arena negra me consumió. Quise abrazar sus olas, dejarme llevar por su corriente, olvidar con el tiempo la tristeza, el odio, el amor... Todo aquello a lo que me aferraba tanto. Pero solo me ahogaba. No respiraba entre mentiras disfrazadas de paisajes, entre sonrisas carentes de significado, con mañanas monótonas y grises. Quise dejarme llevar para recuperar aquello que fui perdiendo, pero al olvidar, al volverme ciego a lo que me rodeaba, solo terminé perdiendo la última chispa que le quedaba a mi ser.
Al notar mis manos vacías y grises, con mis últimas fuerzas me arrastré hasta lo que consideraba una salida. Al mirarme en un espejo, noté cómo el tiempo había pasado. Nunca percibí cada cambio; todo siguió su rumbo sin que yo pudiera notarlo. No reconocía mi piel, mi rostro, mi voz, mi cuerpo. Esa fue la primera vez que comprendí, de verdad, el poder del maldito tiempo. Cómo desgastó mi vida mientras yo, preso de mis sentimientos, atrapado en llanto, no pude librarme. Solo me dejé llevar por aquella inmensa marea.
Mi vida no mejoró. Era la misma existencia simple de la que tanto huía, aquella sombra que traté de iluminar. Al ver claramente lo podrida que estaba ese lugar que consideraba hogar, no pude dejar de llorar. Mis lágrimas abrazaban mis mejillas secas, gritaban en silencio todo el dolor de mi corazón. Mis manos tomaban con melancolía el recuerdo de mis versos ya caducos. Quise ver mi pasado, pero igual que yo, aquellas cartas habían cambiado. Al leerlas, solo pensaba en cómo dejé pasar tanto tiempo. Perdí aquel sentido. Las voces que me acompañaban se volvieron silenciosas. El dolor que me perseguía se transformó.
Con el peso de mi pasado, traté de darle forma a esa frustración, darle cara y personalidad, poder odiar aquello que temía. Pero no tuve el valor de hacerlo. Solo me quedé quieto, deseando que el propio tiempo me tragara, que me convirtiera en lo que fui, que me devolviera a mí mismo. Recé a santos, a dioses, pero no obtuve respuesta. ¿Cómo puedo librarme de este mal? ¿Cómo aceptar que lo perdí todo tratando de sanar una herida demasiado grande? En aquel tiempo, no quería esperar por la cura; solo deseaba abandonar todo y que mis heridas dejaran de doler. Pero, al no ver progreso, aquella cicatriz invisible quedó para siempre.
No tenía idea de cómo enfrentar esto, de cómo hablarlo. Tenía miedo. Tengo miedo de mirar hacia adelante y perderme como lo hice hace tanto tiempo. En ese momento, cuando todo se derrumbaba y no podía ver nada de lo que me rodeaba, recordé aquella primera carta que escribí a un viejo amigo. Y de pronto, a pesar del dolor que llenaba las calles de mi vida, los faroles de tu recuerdo dieron un poco de luz, de calidez, y alimentaron mi corazón.
Volví a recordar cómo era todo. Volví a escuchar tu antigua voz. Y esta carta es solo para darte las gracias. Fuiste el ancla de un cadáver. Sé que mis palabras no tendrán destino, que serán parte de la colección de tu recuerdo.
El recuerdo es mi arma más fuerte. Puede convertir los males que me rodean y permitirme ver en la oscuridad. Siempre he odiado recordar, pero recordarte a ti es sincero, es cálido. Recordar los buenos momentos que me ofreciste es mi refugio.
Atentamente, Andrómeda
Para: M...
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Cartas de Andrómeda
PoetryCartas de un cadáver, que solo busca que todos sus pecados sean perdonados y que todo su dolor termine.